Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

Defensa significativa

 

El Diario Vasco, 1957-01-13

 

      Dentro de unos días la decimoséptima Sala del Tribunal Correccional de París dictará sentencia en el proceso contra M. Jean Pauvert, editor, o más bien, reeditor de cuatro libros del marqués de Sade publicados en 1795.

      Como es sabido, Sade fue un teórico del placer, considerado como meta suprema y absoluta de la vida; la satisfacción del deseo no debe conocer limitaciones morales ni impedimentos jurídicos; el crimen es una exigencia de la Naturaleza y debe ser elevado a la categoría de obra perfecta; el libertinaje es la ley de la república universal; la realización de la idea revolucionaria, iniciada con el proceso y decapitación de Luis XVI hay que llevarla al extremo. («Franceses, todavía un esfuerzo más si queréis ser republicanos», dice uno de sus personajes en «La filosofía de boudoir»).

      En «Las ciento veinte jornadas de Sodoma», Sade describe los «castillo del vicio», sociedades de libertinos, donde la vida de hombres y mujeres, separados del resto de la Humanidad —«vous êtez déjà morts au monde»—, se regula por un reglamento implacable, en aras del placer y del crimen refinado.

      Como resultado de aquellas reediciones, M. Pauvert se ha visto, naturalmente, acusado de ultraje a la moralidad pública y a las buenas costumbres. La vista de su causa ha atraído un buen número de curiosos y en ella el abogado ha hecho una defensa altamente significativa y representativa del momento histórico que vivimos. «Se persigue a mi defendido en nombre de las buenas costumbres. Pero ¿qué son las buenas costumbres? Un vistazo al pasado basta para darse cuenta de la relatividad de este concepto indefinible. La opinión cambia, nadie sabe lo que es la moralidad pública... Por otra parte, la comisión encargada de velar por la moralidad de la Prensa está formada por señores demasiado viejos para reflejar las costumbres. Yo mismo —añade— soy demasiado viejo para comprender la opinión de los que están entre los 18 y los 30 años. Sade es un clásico y sus libros pueden figurar en las bibliotecas al lado de los de San Juan Crisóstomo o de los Pensamientos de Pascal».

      No puede saberse aún, claro está, cuál será el veredicto del Tribunal, pero es indudable que los términos en que se ha planteado la defensa constituyen un síntoma de descomposición moral que se está produciendo en nuestro mundo. Una ola de sadismo, barbarie y sexualidad lo va invadiendo todo.

      El profesor Sorokin, de la Universidad de Harvard, en un libro titulado «Revolución sexual americana», afirma que los americanos se dirigen hacia una especie de anarquía sexual, signo de una decadencia análoga a la de Grecia y Roma.

      Paralelamente se producen en todo el mundo hechos de «gamberrismo colectivo» —llamémosle así— que son la expresión de un desbordamiento formidable del instinto de agresividad.

      En la última Nochevieja, cinco mil jóvenes han invadido las calles del centro de Estocolmo y se han dedicado a volcar coches, romper cristales y levantar barricadas, sin objeto ni pretensión alguna que pudiera explicar esta actitud. Algunos de ellos han destruido las losas y piedras sepulcrales de una iglesia próxima, mientras otros arrojaban sacos de papel inflamados en gasolina desde lo alto del puente Kungsgatan. Las fuerzas de policía se han visto mal para contener a estos bárbaros de 15 a 19 años; el prefecto de Policía de Estocolmo ha declarado que esta ha sido la manifestación más grave que se ha desarrollado nunca en la capital.

      Los pedagogos, educadores, miembros de la Iglesia y de los innumerables organismos sociales suecos se preguntan ansiosamente cuáles pueden ser las causas de esta extraña explosión que guarda, sin duda, relación con hechos análogos producidos por los «salvajes en motocicleta» americanos, los «vándalos del rock and roll» y los «teddy boys» londinenses.

      El fenómeno se presta a muchas meditaciones y debería ser objeto de una seria reflexión por parte de las personas responsables.

      Hay algo, desde luego, evidente: la difusión de las obras del marqués de Sade no contribuirá, ciertamente, a remediar esta situación.

 

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