Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

Individualismo

 

El Diario Vasco, 1957-04-21

 

      Sería interesante estudiar la evolución de la conciencia moral de los cristianos en el curso de la Historia. Constituye, en efecto, un error, el creer que los cristianos de los primeros tiempos, a partir de Pentecostés, tuviesen ya una visión completa de todas las exigencias que la moral de Cristo comporta en sí misma. Indudablemente poseían conciencia de sus propios deberes, los que el momento histórico en que ellos vivían les imponía, y esto les bastaba. Pero no podían imaginarse de ninguna manera lo que iba a ocurrir más tarde.

      La conciencia moral cristiana se ha ido desarrollando paulatinamente frente a los acontecimientos ulteriores y a las circunstancias concretas de la evolución histórica. Sin cambiar nunca en lo esencial, ha ido poco a poco sensibilizándose en presencia de nuevos problemas y de circunstancias diferentes.

      Al católico de nuestro tiempo se le plantean cuestiones que no hubieron podido darse en otras épocas.

      Ahora bien, como decía recientemente el Papa, es vano el intento de querer afrontarlas con fórmulas viejas incubadas en circunstancias pretéritas.

      Es evidente que el sentido de la justicia social se ha desarrollado hoy de un modo extraordinario en el espíritu de ciertos católicos. En el siglo pasado era corriente confundir el problema social con una cuestión de beneficencia o de caridad pública y aún hoy sigue habiendo muchas personas que piensan de esta manera. Para la mayoría de los cristianos los problemas de conciencia no salen sino muy raras veces del dominio privado individual y doméstico. La justicia conmutativa es fácilmente comprendida, pero no así la justicia social que enfoca la moral de la vida comunitaria.

      Hay un gran salto de la moral individualista, que se plantea todos los problemas desde el punto de vista del bien particular del individuo, o, a lo sumo, de la familia, a la mentalidad comunitaria, que busca el desarrollo de la persona en un plan auténticamente social.

      Muchos católicos —por otra parte buenos católicos— argumentan de esta manera: «Yo satisfago mis deudas, pago mis impuestos, doy a cada uno lo que le corresponde, y hasta hago algunas limosnas. ¿Qué más se me puede exigir? Es el Estado quien debe evitar y corregir las plagas sociales. La miseria, el hombre, la ignorancia de los proletarios, son problemas que no me conciernen directamente. Bastante tengo con ocuparme de mantener a mi propia familia».

      Con gentes que piensan de esta manera, nunca se arreglarán las cosas. Este modo de ver las cosas entraña, ciertamente, una deformación moral y es absolutamente impropio del tiempo que vivimos. Nuestra época se caracteriza precisamente por el advenimiento de las masas al dominio del pensamiento y de la acción política y este fenómeno se debe, en gran parte, al progreso técnico y a la difusión de la cultura.

      Por tanto, un catolicismo individualista tiene hoy menos sentido que nunca. Más aún, constituye un motivo de escándalo para otros muchos hombres y mujeres que se hallan fuera de la Iglesia y ven en tal actitud un obstáculo radical para aproximarse a ella.

 

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