Karlos Santamaria eta haren idazlanak

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La novela religiosa

 

El Diario Vasco, 1957-06-23

 

      Desde la novela caballeresca hasta el relato policíaco, desde Raimundo Lullo hasta Chesterton, la novela ha sido, a menudo, un medio de expresión de íntimas experiencias religiosas.

      La novela de tema religioso ocupa hoy un lugar importante en la literatura mundial. En ella se trata de penetrar a fondo en las raíces de nuestro existir, severo tema de reflexión introspectiva que nadie —por escéptico que sea— puede nunca rehuir del todo.

      Hay una aventura religiosa en la vida de cada hombre. Encontrarse religado, sin saber cómo ni cuándo, a una manera concreta de ser —una historia—, extrañarse de ella, indagar los porqués últimos de esta peregrina aparición en el mundo, sorprenderse uno de sí mismo... todo esto es quizás el punto de partida de la genuina actitud religiosa.

      La novela religiosa no debe confundirse con la novela moralizante, que busca un simple fin educativo. Es algo mucho más profundo e importante que esto, algo que agita como un viento espiritual las capas más hondas de la conciencia personal.

      Muchos nos lamentamos de la falta de una novela religiosa en España.

      Esta opinión no es, sin embargo, compartida por todos.

      El conocido escritor católico José Luis de Aranguren figura entre los que no están dispuestos a aceptar a la ligera la afirmación demasiado fácil de esta carencia.

      En efecto —viene a decir Aranguren—, no puede separarse tan alegremente el pasado del presente. El «presente» que hoy vivimos está tejido de multitud de fibras animadas, apenas extraídas del reciente vivir y es prácticamente inseparable de él.

      No cabe, por tanto, desdeñar, como algo ya pretérito, la novela religiosa de Alarcón o de Coloma, ni siquiera la de Galdós y Unamuno; literatura religiosa, porque con un criterio más o menos ortodoxo se abordan en ella temas religiosos para profundizarlos sin limitarse a la realización de objetivos puramente estéticos o moralizantes.

      Incluso en lo que estrictamente llamaríamos el instante histórico, Aranguren piensa que no hay tampoco una carencia absoluta y cita como ejemplo «La vida nueva de Pedrito de Andía», la novela de Rafael Sánchez Mazas, haciendo asimismo conjeturas sobre las posibilidades de un próximo instante, de un futuro inmediato que se está ahora gestando.

      De todas maneras yo tengo la impresión de que la inmensa mayor parte de nuestros escritores contemporáneos rehuyen este tema y prefieren moverse en otros planos menos comprometidos.

      La novela de hoy me parece, desde este punto de vista, levemente epidérmica, el rasgueo en las cuerdas de un arpa cuyo pneuma interior nadie se atreve a tañer.

      El alma religiosa del hombre celtibérico merecería quizás ejecutantes más audaces, que no vacilarán ante las dificultades del motivo.

      Las carencias literarias son frecuentemente síntomas de una pobreza de vida interior. Si hoy se vive, como decía un amigo, bajo el cubierto de una máscara, ¿qué de extraño tiene que nadie quiera explorar en lo hondo?

      Como dice Ortega, «por un lado van los principios, las frases y los gestos —a veces heroicos—; por otro, la realidad de la existencia, la vida de cada día y de cada hora».

 

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