Karlos Santamaria eta haren idazlanak

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Nagy y Maleter

 

El Diario Vasco, 1958-06-22

 

      El extremismo está de moda: que uno mire a la derecha, que uno mire a la izquierda, la conclusión es obvia. En realidad se trata, en general, de un extremismo verbal, idealista o teórico. Un extremismo de ateneo.

      Precisamente lo que a ciertos extremistas les permite ser más terriblemente extremistas, es que no tienen el menor propósito de hacer nada para llevar su extremismo a la práctica. De esta manera cuando otros lo hacen, cuando otros, más consecuentes que ellos, convierten en realidades lo que ellos teóricamente propugnan, pueden indignarse, horrorizarse y hasta rasgarse las vestiduras —las vestiduras del espíritu, se entiende, porque en nuestro tiempo nadie piensa ya en estropear un traje—.

      Lo que en la doctrina les parece, a estos especulativos, ingenioso y hasta entretenido, traducido a hechos les resultaría horrible e inhumano; para ellos el día del triunfo sería probablemente el peor día de su vida.

      Pero, ¿hace falta que lleguemos a esto? ¿Es necesario que nos encontremos ante situaciones irreversibles para que empecemos a pensar de un modo realista?

      La ejecución de Imre Nagy y del general Maleter ahora que el mundo los había ya casi olvidado, ha sido una sorpresa desagradable para todos; lo ha sido sin duda para los no marxistas, pero acaso más todavía para los marxistas.

      El hecho no debería sin embargo extrañarles ni a ellos ni a nosotros; en realidad está completamente de acuerdo con la moral «marxista-leninista», y si de algo no se puede tachar a los dirigentes de la Europa oriental, es de haber violado en este caso sus propios principios.

      Cabrá quizás imputarles el haber cometido un «asesinato inútil y contraproducente», un «lamentable error político», y esto sí que sería grave, porque la «moral» marxista es una «moral de la eficacia», y si después de todo resultara que esas ejecuciones, lejos de servir los intereses de las democracias populares, les hubiera perjudicado, entonces sí que Kruschev y Kadar serían condenables desde el propio ángulo marxista. En resumen, podrá tachárseles de criminales, pero no de inconsecuentes. Lo que debe someterse a juicio no es tanto su conducta como su ética.

      Acerca de ésta, no existe la menor duda: se trata de una moral colectivista y no de una moral del individuo o de la persona. Para Marx, la conducta del individuo queda supeditada a los intereses de la clase.

      Lenin lo dijo también claramente: «Nuestra moral está completamente subordinada a los intereses de la lucha de clases del proletariado. Nosotros la deducimos a partir de los hechos y de las necesidades de esta lucha de clases».

      Desde el punto de vista comunista, renunciar al éxito de una maniobra política que puede servir eficazmente los intereses del régimen proletario por respeto a unas cuantas vidas de hombres virtualmente fracasados sería, pues, algo más que una equivocación: sería un pecado contra la Eficacia. Y esto sí que no se lo perdonaría ningún marxista.

      Así, pues, no estamos de acuerdo sobre el significado de las palabras: a lo que ellos llaman «operación al servicio del interés colectivo», nosotros le seguimos llamando «crimen».

 

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