Karlos Santamaria eta haren idazlanak

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Cambios de postura

 

El Diario Vasco, 1958-08-24

 

      Francia prepara su quinta república. La primera tiene su nacimiento legal en la constitución termidoriana del año 111 y desemboca, a través del consulado, en el régimen imperial napoleónico. La segunda se proclama el 4 de noviembre de 1848 y evoluciona rápidamente hacia el segundo imperio bonapartista. La tercera comienza propiamente en 1875: conoce una vida larga y movida. Es la república de Gambetta, de Ferry, de Combes y de Clemenceau, que dura hasta la última guerra mundial. La cuarta, la actual, nacida bajo la égida del general De Gaulle, llega hasta el comienzo de la más grande contienda bélica que hayan conocido los siglos.

      De sabios es el mudar de postura. El ensimismamiento político no debe ser considerado como un bien; la alteración, tampoco. La preferencia debe darse a un justo medio entre el «impulsor» y el «ajustador».

      La vitalidad de un pueblo se manifiesta, entre otras cosas, en su capacidad para «cambiar de postura» sin que se resientan las estructuras radicales del vivir social.

      La necesidad de cambio es algo muy profundo y significativo. Se da en todas las cosas humanas y nace, en el fondo, de la complejidad de nuestro ser de hombres.

      Cuenta un apólogo árabe que un cadí, queriendo hacer un gesto de magnanimidad con cierto ratero que había caído bajo el dominio de su justicia, le dio a escoger entre dos penas: veinte latigazos o veinte palos. Eligió el desgraciado lo primero, pero, apenas tres o cuatro latigazos habían caído sobre sus espaldas, comenzó a dar gritos pidiendo que se aplicara la segunda pena. El cadí, siempre benévolo y compasivo, dispuso que así se hiciera y los esbirros comenzaron a aplicar estacazos al reo; pero esto no debió resultarle tampoco demasiado agradable, porque al poco rato volvía a pedir una nueva conmutación de pena. Así, de palo en latigazo y de latigazo en palo, la cosa llegó al final; el condenado había recibido al término de su suplicio un total de veinte palos y diez y nueve latigazos.

      Cabe preguntarse, claro está, si no le hubiera tenido más cuenta rechazar toda veleidad e inclinarse, con ánimo esforzado, por una de las dos soluciones por mala que le pareciese.

      La respuesta no es sin embargo muy segura, porque la necesidad de cambio es tan grande, para soportar los males, que puede que su castigo le resultara más llevadero del modo que se realizó. Los latigazos le distraerían de los palos y los palos de los latigazos. Las costillas descansarían mientras la piel sufría y viceversa.

      Es muy sabio este apólogo. Así es el hombre y así se explica, a menudo, su inexplicable veleidad.

      La necesidad de cambio justifica las modas de todas clases. Tanto las modas en el vestido como las modas literarias, científicas, filosóficas y políticas. El hecho de que existan las modas no es un fenómeno caprichoso ni accesorio. También la Naturaleza tiene su modas y sus alternativas: la noche descansa del día y el inverno del estío.

      De la misma manera que el peso del cuerpo humano siempre recae sobre una parte del sistema muscular y por eso hace falta cambiar de postura, para que cada parte pueda descansar, así también los regímenes sociales nunca reparten su peso de un modo perfectamente uniforme y equitativo sobre todos los grupos ciudadanos.

      Repásese la Historia y se verá que todo Estado ha sido constituido a costa de alguien y en beneficio de alguien.

      Por eso la Historia es una sucesión interminable de cambios y lo único que cabe pedir es que a los honrados ciudadanos nos resulten estos cambios más leves de lo que le resultaron al ladrón del apólogo.

 

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