Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

Cultura

 

El Diario Vasco, 1960-06-05

 

      Â«Las naturalezas profundas no pierden nunca el recuerdo de sí mismas y nunca llegan a ser otra cosa que lo que han sido». Esta frase de Kierkegaard en «Temor y temblor», como tantas otras de las suyas, encierra una gran sabiduría y conocimiento de la naturaleza humana.

      La característica del hombre superficial es precisamente la falsificación de la propia existencia: el «querer ser lo que no se es», como decía Unamuno. De esta manera se vive de ficciones, de lo exterior, de lo ajeno, se busca siempre lo que no se tiene, se tiende a huir de sí mismo.

      El hombre superficial se halla, por esta razón, en perpetuo cambio e inestabilidad. El hombre profundo, por el contrario, permanece, ahonda y zahonda constantemente en su propio existir, en el que encuentra los impulsos necesarios para seguir existiendo con perfecta autenticidad.

      Lo mismo podría decirse de las culturas. Una falsa cultura dispara al hombre hacia afuera: una verdadera cultura esta cuajada de reminiscencias y de ecos misteriosos de los siglos que pasaron.

      Â«Â¿Qué es la cultura?» —se pregunta Kierkegaard; y él mismo se responde—: «Es el ciclo que ha recorrido el individuo para llegar al conocimiento de sí mismo».

      Ser un hombre culto es estar de vuelta de muchas cosas, recoger la experiencia vital de muchas generaciones.

      Todas las verdaderas culturas son ésto: conocimiento del hombre. Por eso son, sin más, universales, y no tienen necesidad de gritarlo para que se lo creamos.

      Asomarse a una cultura equivale a emprender una aventura improspectiva. Querer echar por la borda las viejas culturas, las viejas sabidurías, las viejas lenguas y sustituirlas por el idioma cifrado de la técnica, o por un esperanto cualquiera, es la mayor de las atrocidades.

      Que a un hombre se le aconseje: «Deja de ser tú mismo, viértete hacia fuera y busca allende la plenitud de tu existencia», me parece una enormidad.

      La postura de don Miguel de Unamuno recomendando al pueblo vasco que se deshiciera definitivamente de su lengua secular, como de un viejo trasto inútil, sin parar en el contenido de sabiduría que en esa misma lengua se encierra, es algo que se contradice sin remisión con la propia filosofía unamuniana. Digamos al contrario a los jóvenes: «Procura ser tú mismo, profundiza las raíces de tu propio existir y agárrate a ellas para poder ser auténtico».

      No olvidemos que en esto de la universalidad de la cultura, aunque haya muchos modos y grados, hay una sola esencia. Se puede ser universal sin haber salido de una aldea y sin saber leer ni escribir; lo verdaderamente universal es la sabiduría de la vida. Pero no se puede ser universal si no se es auténtico, es decir, si no se es fiel al propio ser. La verdadera universalidad no puede consistir en dejar de ser uno mismo, para convertirse en otro distinto, en su espantajo cosmopolita cualquiera.

      Mientras confundamos cultura con instrucción, con técnicas utilitarias o con progreso material, no tendremos nada que hacer. Los hombres y los pueblos a los que se arrancó, o ellos mismos se arrancaron, de su propio ser, siempre se malograron o fueron a parar a oficios infames.

      El ciclo de un pueblo o de un individuo, por modesto o humilde que sea, es irremplazable para él. Quien lo traiciona, muere o se prostituye.

 

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