Karlos Santamaria eta haren idazlanak

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Feminismo

 

El Diario Vasco, 1965-03-14

 

      Según la Prensa de estos días, se está preparando en Francia una nueva legislación matrimonial en la que se tiende a nivelar los derechos de la mujer con los del marido. Se sigue así en la línea de la declaración de derechos de la O.N.U.: «El hombre y la mujer tienen iguales derechos ante el matrimonio, durante el matrimonio y después de su disolución», artículo que en su día fue terriblemente criticado por algunos católicos especiales como contrario a la revelación cristiana.

      Lo que ahora se proyecta en Francia parece justo —aunque difícil de realizar— dado el papel que hoy juega ya la mujer en la sociedad y será quizás una nueva victoria del feminismo.

      Ahora bien, sin entrar en lo concreto del asunto, reconozcamos que esta palabra, «feminismo», tiene bastante mala Prensa y que todo lo que se haga en esa dirección tropezará con una fuerte resistencia masculina.

      El «ismo» en cuestión evoca inevitablemente en muchas mentes la imagen de feas y viejas sufragistas inglesas desfilando por neblinosas calles londinenses. Para algunos una feminista es por definición una mujer pedante, hombruna, castrense e insoportable. Para otros, más escrupulosos y moralizadores, el feminismo representa una especie de temible herejía, reñida con el Génesis y con San Pablo y con todas esas cosas sagradas que nos leen cuando vamos a contraer matrimonio, una obscura potencia de origen judeo-masónico, destructora de la familia y de la sociedad.

      Mi ilustre amiga la condesa de la Valdene me ha enviado, precisamente hace unos días, su nueva obra «Feminismo y espiritualidad» —irreprochablemente representado por Taurus en su colección «el futuro y la verdad»— calificándolo, modesta y un poco insinceramente, de «engendro».

      No puedo menos de dedicar a este libro uno de mis pequeños espacios periodísticos porque en él he encontrado ideas nuevas y firmes, expuestas además con claridad, novedad y firmeza poco comunes.

      Esta mujer, Lilí Álvarez, campeona deportiva ayer, ensayista personalísima hoy, sigue poniendo el mismo fuego en esta segunda mitad de su vida que es, sin duda, la mejor parte de ella. El nuevo deporte de Lilí Álvarez se ha inventado —la siembra de ideas vitalizadoras de nuestro cascado cristianismo— es todavía más importante que el tenis.

      Desde su ángulo femenino y original, la condesa de la Valdene está rindiendo un servicio importante a la evolución de nuestras angostas ideas religiosas, tan necesitadas de actualización.

      Su libro no es un libro informativo, ni un libro de estadísticas —«vade retro»— sino una obra de pensamiento vivo.

      La idea central del mismo es quizá la de que la mujer no ha alcanzado hasta ahora el nivel de humanidad que le corresponde. Es decir, que no se trata de que ahora quiera ser menos mujer para ser más hombre, sino de que quiere ser más humana —más persona— para ser más mujer.

      En suma, se trata de que la mujer adquiera, como dice Lilí Álvarez «su plena estatura humana», con lo cual no sólo no disminuirá, sino que aumentará su feminidad. «Todo el mal proviene, en última instancia, del errado concepto de lo humano en que hemos vivido por considerar al hombre como su único representante y a lo masculino como su norma».

      Lo notable del caso es que la religión, que hasta el presente parecía haber frenado este proceso de integración, es la que ahora lo impulsa más decididamente. Se trata de que la componente femenina del género humano pase «de un estado subdesarrollado o infantil a otro plenamente desarrollado o maduro» y la Iglesia se muestra también favorable a este otro género de descolonización.

      A impulsos de esta revolución callada que se está operando ante nuestros ojos —«la situación de la mujer ha cambiado más en 50 años que en todos los milenios precedentes»—, la Humanidad va a transformarse radicalmente. Hasta hace poco parecía esencialmente compuesta de hombres, al menos en sus estratos responsables y significativos. Ahora se nos recuerda en este libro que ese concepto es falso y que la Humanidad entera beneficiará de un nuevo equilibrio el día que esa visión y esa realidad incompletas se hayan completado por la incorporación de la otra mitad, la mitad femenina, hasta ahora relegada y colonizada del mundo humano.

 

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