Karlos Santamaria eta haren idazlanak

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Sinceridades sucesivas

 

El Diario Vasco, 1965-03-21

 

      A la vista del actual conflicto árabe-germano-israelí, algunos observadores del Medio Oriente se sienten escandalizados por lo que ellos llaman la falta de «sinceridad» germánica. Prescindiendo de este ejemplo concreto, y sin necesidad de aludir más a él, el problema admite generalización interesante, válida tanto para el dominio privado como para el político.

      Â«Los hombres son siempre sinceros —decía Tristán Bernard—; lo que pasa es que cambian de sinceridad. Eso es todo».

      Esta frase genial y profundamente antropológica nos lleva de la mano a lo que se ha llamado el sistema de «sinceridades sucesivas». De acuerdo con esta teoría, existen muchas verdades contradictorias en el tiempo y en espacio y un hombre sólo puede ser sincero adhiriéndose sucesivamente a cada una de ellas.

      Es algo parecido, aunque mucho menos absoluto y menos caballeresco, que el «derecho a la contradicción», que en su tiempo proclamara don Miguel de Unamuno, en virtud del cual se puede y se debe afirmar que algo es negro y que es blanco y que es anaranjado, según le salga a uno de dentro a cada momento.

      El gesto exterior se produce así de acuerdo con la actitud interior. Se es sincero siempre. Lo que se hace y lo que se dice va en consonancia con lo que se piensa y lo que se siente, pero para lograr esta difícil ecuación se cambia a cada paso de manera de pensar y de sentir.

      La verdad de la mañana no es la verdad de la tarde, la verdad económica no es la verdad moral. La verdad religiosa no es la verdad política; la verdad ante el amigo no es la verdad ante el enemigo; la verdad literaria no es la verdad filosófica.

      El mundo de los negocios tiene sus leyes propias; el mundo político, también. El hombre pío cierra pudorosamente los ojos para no tener que enterarse de muchas cosas. Al entrar en la Iglesia cambia de sinceridad y esto le permite ser terriblemente sincero y fervoroso en sus oraciones y en sus diálogos con Dios. Sinceridades sucesivas, eso es todo.

      Los dirigentes rusos y americanos, lo mismo que los franceses y los de otras muchas naciones, nos han dado excelentes ejemplos estos últimos años de hasta dónde se puede llegar por este camino. Las «sinceridades sucesivas» del presidente galo en la crisis argelina son de las que harán época en la Historia, y otro tanto puede decirse de las sinceridades americanas y rusas en los problemas del Extremo Oriente. Las inconsecuencias y las contradicciones de ciertas posturas podrían tener así tan fácil explicación como las sucesivas crisis amorosas, todas ellas igualmente sinceras, de algunos enamorados más o menos vertiginosamente inconstantes.

      Mediante este sistema nadie tiene por qué sentirse traidor a ninguna finalidad. En cada situación, en cada instante, se es fiel a la verdad del momento. Se diría que la vida es hoy algo tan complicado que ya no puede pensarse en fidelidades integrales. No hay, pues, por qué tomar las cosas a lo trágico: cuando hace falta se cambia de sinceridad, como los organistas cambian de registro, y asunto terminado.

      Naturalmente yo no voy a decir que comparta estas ideas camaleónicas; al contrario, me parecen de una atrocidad evidente, pero debo confesar que en el mundo de hoy todos estamos más o menos inmersos en este océano de contradicciones. En el sistema patriarcal, que casi hemos tocado nosotros con la mano, se podía aspirar a concebir la vida de un modo coherente. Hoy, en cambio, creo que esta posibilidad alcanza cada vez a menos personas.

      Quien entre nosotros —entre yo, que escribe, y ustedes, que me leen— se sienta completamente libre de ese pecado de las sinceridades sucesivas, que es el colmo de la insinceridad, que arroje la primera piedra. No seré yo ciertamente quien lo haga.

 

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