Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

No violencia

 

El Diario Vasco, 1965-05-23

 

      La no-violencia, puesta en práctica por Gandhi en la liberación de la India y aplicada actualmente por el pastor King en los Estados Unidos, es considerada por muchos como un método de lucha política adaptable a todas las situaciones.

      Existe, sin embargo, el peligro de que se adultere sustancialmente la idea gandhiana al interpretarla desde nuestro contexto occidental. La no-violencia es, ante todo, una regeneración o conversión moral. Supone, según las palabras del propio Gandhi, «una ausencia completa de mala voluntad, de odio y de resentimiento». Sólo en un segundo o tercer tiempo puede relacionarse con las luchas políticas o sociales y en cualquier caso esta misma relación con lo temporal no es sino la consecuencia y el resultado de un estado de espíritu absolutamente desprovisto de pasiones y apetencias mundanas.

      La acción «no violenta» requiere, pues, una previa y larga ascética personal, una purificación del cuerpo y del alma que excluya toda hipocresía, todo fariseísmo, toda insinceridad, todo «doble juego oportunista». (El oportunismo dicho sea de paso, está completamente al orden del día en muchas de nuestras acciones y empresas cristianas: demasiado frecuentemente las deforma, las envilece y acaba por destruirlas. Si nuestro cristianismo fuera auténtico, no podríamos menos de execrar y vomitar ese vicio que parece haberse convertido en regla habitual de conducta).

      En el fondo, la verdadera fuerza de la no-violencia no es sino la fuerza del «amor» —palabra gratísima por cierto, y que ni siquiera se atreve uno a emplear, de miedo de caer en ciertas formas de dulzonería blandengue de las que estamos sencillamente hartos.

      Las constantes invocaciones al «amor» han acabado por desacreditar esta idea enorme. El amor encierra, sin embargo, una fuerza y esta fuerza o presión que el amor ejerce sobre los hombres, cuando es auténtico, es lo que Gandhi designa con el nombre, inventado por él mismo, de «Satygraha». Satygraha es el abrazo del amor que estrecha y aprieta de modo inefablemente suave.

      Pero está claro que el hombre occidental no cree apenas en la fuerza del amor. Prefiere creer sin duda en la fuerza de la fuerza.

      Así, nuestras mentes occidentales tienden a considerar la no-violencia como una fuerza más, entre otras; un método de acción, una manera de ejercer la violencia sin aparente violencia. En fin, una «táctica» que en el fondo resultaría tan violenta o más que el empleo de los cañones y las ametralladoras.

      Este modo carnal de ver las cosas, por noble y elevado que parezca —pasión del bien, pasión de la justicia, porque el bien y la justicia pueden también ser amados carnalmente— lleva consigo un reverso de odio y, a menudo, el reverso domina por completo al anverso.

      Â«Si amo a una mujer con pasión —dice Lanza del Vasto— empiezo por odiar a todos los que podrían hacerle daño y no sólo eso, sino que odio también a todos los que a mi juicio, la aman demasiado. Más aún: si para mi desgracia llegase a ocurrir que ella se enamorase de otro y me hiciera la suprema injuria de buscar su bien fuera de mí, mi gran amor se tornaría en odio a muerte contra ella y tal vez acabase matándola».

      Su conclusión está clara: quien ame la causa de la justicia de modo carnal, acabará odiando hasta la idea misma de la justicia.

      Para entender la no-violencia como es debido hay, pues, que empezar por comprender que el verdadero Satygraha es siempre una fuerza constructiva, jamás una fuerza destructiva.

      Satygraha nunca destruye al adversario, sino que trabaja dentro de la conciencia de éste y le ayuda a la edificación de lo bueno. Y para ello necesita excluir cualquier impuro amor de sí mismo.

      Por lejos que nos hallemos personalmente de todo esto, y por difícil que nos parezca el lograrlo, debemos reconocer que esa es la clave de la ascética no-violenta y, en nuestro caso de la ascética cristiana simple y genuinamente entendida.

 

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