Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

¿Una nueva era?

 

El Diario Vasco, 1965-10-10

 

      Esta vez Paulo VI ha querido prescindir de las pomposas denominaciones con que la tradición eclesiástica adorna a los sucesores de Pedro. Humildemente se ha presentado a sí mismo bajo el simple título de experto: «experto en humanidad».

      Aparentemente es una calificación muy modesta; pero, bien miradas las cosas, resulta extraordinariamente profunda y ambiciosa.

      El Papa ha hablado en la ONU desde el punto de vista del hombre, este «ser para la muerte», impulsado por tantas esperanzas y acosado por tantos dolores. Ha hablado en nombre de la angustia del hombre, del dolor y del amor del hombre. Ha hablado a los hombres en un lenguaje de hombres, un lenguaje que todos entienden: el lenguaje de la simplicidad cristiana.

      Sin duda todo lo que él ha dicho está animado interiormente por la vida de la fe y de la gracia y por la experiencia espiritual de veinte siglos de cristianismo. Pero este hombre, de silueta tímida y risueña, de gesto humilde y al mismo tiempo extraordinariamente digno, no ha necesitado recordar nada de esto ante aquel auditorio: «Vous savez bien qui nous sommes», le ha bastado decir para explicar su presencia allí.

      Algunos le reprocharán, quizás, que no haya hecho apenas mención del sentido religioso de su mensaje y de los principios de la fe que él encarna. Estimarán tal vez que no hubiese venido mal en este caso alguna que otra expresión fulmínea contra esa peste de ateos y librepensadores que infectan el mundo.

      Pero no. No ha habido nada de esta y hasta la señora de Gromyko ha podido decir que estaba de acuerdo, punto por punto, con las palabras del Papa, lo que no deja de ser una mala señal para aquellos «algunos».

      En lugar de las clásicas condenaciones el Papa ha rendido a los dirigentes del mundo un tributo al honor. «Honor. Honor y paz —les ha dicho— a vosotros que laboráis por la paz».

      Con su gesto ha reforzado notablemente el prestigio moral de las Naciones Unidas.

      Más aún: en varios pasajes de su discurso se ha mostrado altamente y profundamente esperanzador.

      Â¿Estamos quizás entrando en una fase nueva de la Historia?

      Lo que ahora estamos viendo, en la Iglesia y fuera de ella, se va pareciendo mucho a aquella nueva edad que anunciaba el señor Maritain hace treinta años.

      No faltarán quienes me traten de iluso y de pelagiano; pero las palabras de Paulo VI y otros muchos indicios, me inclinan a creer que la era de las guerras mundiales y de los brutales afrontamientos nacionales ha pasado ya definitivamente.

      En la escena de la historia se está operando una transformación terrible. ¿Quién hubiera creído hace treinta años en las cosas sencillamente increíbles que están ocurriendo ahora, desde el viaje a la Luna hasta la declaración conciliar sobre la libertad religiosa?

      Como decía el propio Maritain, esta transformación «no sólo exigirá la instauración de estructuras sociales nuevas y de un régimen de vida social nuevo que reemplace al capitalismo, sino también una elevación de las fuerzas de fe, de inteligencia y de amor que brotan de las fuentes interiores del alma».

      Es posible que no falte tampoco esta vez quien se ponga a rezar por la conversión del Papa; pero yo me atrevo a pensar que su discurso nos ha abierto una gran esperanza.

      Y con otros muchos hombres —algunos de ellos sinceros ateos— he sentido una ingenua alegría en el alma —que también a ti quisiera comunicarte, ¡oh lector!— ante este esperanzador espectáculo.

 

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