Karlos Santamaria eta haren idazlanak

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La cuestión de las haches

 

El Diario Vasco, 1965-12-05

 

      Cuenta Unamuno que alguien lanzó en el Ateneo de Madrid, allá por el año 1900, una humorada, según la cual, entre las cosas llamadas a desaparecer debía figurar, en primer lugar, la forma o género poético. Las otras eran «el bazo, la facultad de Farmacia, la hache y las Diputaciones Provinciales». Ninguna de estas cinco cosas se ha extinguido ni lleva, que yo sepa, camino de extinguirse.

      De todas ellas, la más inútil —suponiendo que las otras sean inútiles, cosa que yo no creo en modo alguno— o la que menos echaríamos en falta en caso de que efectivamente cayera en desuso, sería sin duda esa letra muerta, que nadie sabe para qué sirve, a no ser para complicar la vida de los escolares con las pegas ortográficas, deleite supremo de los maestros sádicos.

      Ahora bien, quizás interese saber a algunos de mis lectores que entre los cultivadores de las letras vascas la hache es hoy motivo y materia de una acalorada y desapacible disputa.

      El caso es que, mientras los lapurdinos y suletinos acostumbran a sazonar su escritura con abundantes haches, tanto al comienzo como en el seno mismo de las palabras, los guipuzcoanos y vizcaínos han ido poco a poco prescindiendo de esa letra y abandonando su uso hasta llegar a suprimirla del todo.

      Frente a este movimiento abolicionista ha surgido una nueva tendencia restauradora, que trata de remar contra corriente, reponiendo e imponiendo la utilización en nuestros dialectos de la discutida hache, como único medio de aproximar la ortografía euskérica de aquende y allende el Bidasoa.

      Especialmente los jóvenes de la nueva ola, y los de la novísima —porque las olas se suceden con extraordinaria rapidez en este tempestuoso mar— hacen de esta cuestión un conflicto generacional.

      Con sus haches afiladas y puntiagudas, como lanzas o como tridentes, hieren la sensibilidad de sus venerables predecesores y les hacen sufrir en lo más vivo de sus almas.

      Ahora bien, cuando vean ustedes que las gentes se acaloran y se apasionan por cosas que parecen nimiedades, pueden asegurar que, tras la aparente trivialidad de estas mismas cosas, se ocultan problemas y cuestiones más vitales y decisivas.

      Así, por ejemplo, la oposición entre partidarios y enemigos de «El Cordobés», va mucho más allá a mi modestísimo entender, de todo lo que el arte taurino, en sí mismo, pueda representar o significar. Es un conflicto entre concepciones irreductibles de la elegancia, del arte y aun si ustedes me apuran, de la vida y de la dignidad humana.

      No sería difícil demostrar por medio de «test» y sondeos estadísticos que una toma de postura «por» o «contra» «El Cordobés» se corresponde con unos sistemas determinados de opiniones estéticas, literarias, culinarias, sociales, deportivas y hasta religiosas.

      Pero volviendo al tema de las haches, yo que intento buscar una explicación coherente al acaloramiento que unos y otros muestran en este asunto, pienso que los jóvenes esgrimen esas «h» más como armas de combate social que como medio de resolver las disparidades ortográficas.

      Lo que ellos quieren hacer, a su manera, es lo que ya realizaron en su tiempo, y en otro orden de cosas. Baroja y Unamuno, esos dos «energúmenos» que tanto impacto hicieron, y siguen haciendo, en la conciencia colectiva española.

      Eso es. Yo me atrevo a pensar que los jóvenes hachistas o h-zales tratan de denunciar por ese medio un convencionalismo que hace del euskera el ingrediente esencial de una concepción silvestre, ingenua, patriarcal, pastoril, selvática y «baserritarra» de la cultura y de la «cosmovisión» vasca, si es que a esto se le puede llamar cosmovisión.

      No olvidemos, en efecto, que «baserritarra» viene de «baso», bosque, lo mismo que «selvático» y «silvestre» vienen de «silva», selva. A ese selvatismo, quieren oponer una visión moderna y universalista de nuestra cultura, en lo que, sin duda, chocan con los hombres de las otras generaciones.

      Por eso apasionan tanto esas haches y resulta que el escribirlas o no escribirlas está cargado de un sentido trascendente y terrible.

      En la última sesión de la Academia de la Lengua Vasca, un conocido escritor vizcaíno estuvo a punto de armar la de San Quintín al plantear a última hora la cuestión de si el verbo «artu» (coger) debía escribirse con hache o sin hache. Todos nos miramos consternados, conscientes de que esa cuestión era una bomba lanzada en el seno de una reunión pacífica, de hombres sabios y venerables, pero poco deseosos de disputas. Una bomba que podía dar al traste con esa armonía y aún con el edificio mismo del Museo Vasco de Bayona.

      Pero no pasó nada, porque era tarde y había que irse a comer, cosa que, como es sabido constituye para los vascos el rito esencial de toda comunión «inter homines».

      Bueno. Mi opinión es que todas las cosas de esta vida deben tomarse con calma. Todas, incluso la hache. Al fin y al cabo una letra más o menos ¿qué importa al mundo?

 

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