Karlos Santamaria eta haren idazlanak

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Tema desacreditado

 

El Diario Vasco, 1966-02-27

 

      Durante la cuaresma del año 57 Lanza del Vasto, hijo espiritual de Mahatma Gandhi, organizó un ayuno de veintiún días destinado a despertar la conciencia humana sobre las atrocidades que por aquel entonces estaban ocurriendo en Argelia.

      Intentaba así aplicar a nuestro mundo occidental, métodos análogos a los que Gandhi había utilizado antes para levantar el nivel moral del pueblo indio.

      La empresa no alcanzó ningún éxito apreciable, como no lo tuvo tampoco el ayuno decretado por el propio Lanza del Vasto con el fin de sensibilizar las conciencias sobre el problema de las armas atómicas.

      En nuestro clima occidental esas actitudes resultaban extravagantes y hacían sonreír a las gentes con benevolencia e incredulidad.

      Sin embargo, yo he conocido a algunas de las personas que participaron en aquel episodio y les he oído explicar, en forma bastante convincente por cierto los enormes valores que encierra el ayuno, a condición de que sea practicado dentro de un contexto psicológico y espiritual elevado.

      En realidad la ruptura, aunque sea por un tiempo relativamente corto de esa cadena material, que nos imponen las exigencias nutritivas de nuestro organismo supone una cierta liberación de energía y fuerzas espirituales que eficazmente aplicadas a una causa noble e ideal, y sobre todo a la consideración del sentido último de nuestra existencia, pueden rendir resultados sumamente eficaces.

      A la sensación dolorosa de tristeza y fatiga que la privación voluntaria de alimentos produce inmediatamente sucede otra de cierta serenidad espiritual, que atestigua el acrecentamiento del dominio de sí y una mayor claridad de visión interior respecto de las cosas invisibles.

      Gandhi hablaba del ayuno como de un instrumento que le hacía «capaz de registrar las más ligeras variaciones de la atmósfera moral de su pueblo».

      Â«Lo que los ojos son para el mundo exterior, lo es el ayuno respecto al mundo interior», dice en su obra «Bhagavad Gita».

      La idea de los antiguos de que una sumersión excesiva en el mundo exterior oprime y destruye nuestra interioridad, no ha perdido vigencia. Al contrario, sigue teniéndola para el hombre de hoy y aún puede decirse que la tiene todavía en mayor medida que para el hombre antiguo.

      En opinión del doctor Parodi, un médico francés amigo de Lanza del Vasto, las comidas son una «diversión» en el sentido más fuerte de la palabra, es decir, una «fuga» de nuestra situación existencial por medio de un placer inocente y necesario. Ahora bien, para aquel que es incapaz de superar, siquiera sea brevemente, esa elemental necesidad, la comida puede realizar el mismo efecto destructor que la ingestión de excitantes y estupefacientes.

      Independientemente de sus significado penitencial y propiamente religiosos, el ayuno figura precisamente entre las prácticas que tienden a «disminuir nuestra superficie de contacto» con el mundo exterior.

      Además, todas las grandes religiones, utilizan el ayuno, junto a la oración, como un medio realmente eficaz para ponerse en relación con el universo sobrenatural.

      Resulta extraño, y triste al propio tiempo, el hecho de que el ayuno haya caído en descrédito entre los cristianos de nuestro tiempo. Ello revela una positivización lamentable de nuestro cristianismo e incluso de nuestra civilización histórica.

      En nuestras iglesias solemos predicar todos los años los beneficios de exención que proporciona o proporcionaba la Bula. Pero muy raras veces se nos dicen cosas realmente interesantes acerca de los valores ascéticos y psicológicos contenidos en aquella práctica ascética tan venerable.

      Así, por paradójico y extraño que resulte, todo se ha ido reduciendo en el terreno práctico a un precepto confuso que se obedece de mala gana, y si cabe esquivarlo, mejor. Tal exención se considera como un «privilegio» cuando en realidad viene a funcionar de hecho como un sistema de relajación de uno de los recursos ascéticos más aconsejados por la vieja Sabiduría.

      Quizás el tiempo post-conciliar nos depare en esto, como en otras cosas, unas ideas más claras y más sólidas.

      El hombre occidental necesita reducir un poco su «superficie de contacto con la materia», si no quiere perder del todo la visión de las cosas profundas.

 

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