Karlos Santamaria eta haren idazlanak

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Diálogo entre marxistas

 

El Diario Vasco, 1966-03-20

 

      Siempre he sentido una gran curiosidad, mejor dicho una auténtica inquietud, por saber lo que los marxistas piensan y dicen acerca del misterio de la muerte individual.

      Nuestra doctrina cristiana sobre la muerte no elimina el carácter absurdo y absolutamente terrible de este misterio. El verdadero cristianismo no intenta racionalizarlo ni edulcorarlo mediante piadosas consideraciones consolantes. Al contrario, lo coloca en un lugar central y determinante de nuestra interpretación de la existencia humana.

      En cambio me parece que para los marxistas no es así. La sucesiva aparición y desaparición de presencias y de conciencias humanas no entra, según creo, en la problemática marxista, más interesada, sin duda, en el destino histórico de la Humanidad que en el fin personal de cada ser singular, de cada hombre concreto.

      Pero tal vez estoy mal informado. Tal vez mi conocimiento del marxismo sea insuficiente y alguien pueda mostrarme, alguna vez, algún texto de Marx, o de Engels o de Lenin, que me convenza de lo contrario.

      Estas preocupaciones mías me han llevado a leer con el mayor interés, un diálogo entre Ernesto de Martino y Cesare Cases, dos intelectuales, filósofo y literato respectivamente, de reconocida fama en el marxismo italiano.

      Ernesto de Martino se aproxima a una muerte cierta, desahuciado ya por los médicos, atacado de un cáncer que le deja sin embargo ratos muy amplios de plena lucidez mental. Cases va a visitarle al hospital y tiene una larga conversación con él. Nos cuenta este último diálogo con su amigo, en un relato patético, que el último número de la revista «Esprit» reproduce, seguido de un comentario de otro pensador marxista, Franco Forlini, y que se titula «Nota conjunta sobre el fin del hombre y del fin del mundo».

      De Martino yace en el lecho y desconoce quizás su verdadera situación. Sus amigos se preguntan si no deberían informarle de ella.

      —Un hombre de su altura intelectual —piensa Cesare— debe aceptar su muerte mediante la conciencia de supervivencia en la especie.

      Pero por otra parte, se dice: «Tal vez De Martino 'sabe ya'. Quizá una intuición oscura le invade anunciándole que su 'apocalipsis personal' se le aproxima».

      A pesar de los esfuerzos de su amigo por evitarlo, De Martino hace girar la conversación una y otra vez hacia el tema de la muerte. La «ruptura de las presencias mutuas» le preocupa. Evidentemente, su argumentación sigue siendo ortodoxamente marxista. Pero hay que reconocer, afirma, que en todo caso, «la tentación religiosa», cierta tentación religiosa, al menos, «se deja sentir fuertemente en el espíritu del hombre que ve próximo su fin».

      — Y esto, «caro amico», no está escrito en Marx —añade al terminar su discurso.

      Lo mismo que Baldad, Elifaz y Sofar hicieron con su amigo Job, Cesare amonesta a De Martino. Va dándole consejos para confirmarle y confortarle en su fe marxista. ¿Las palabras de De Martino no se apartan un poco de la verdadera doctrina? ¿No convendría que recordase que la «crisis de la ausencia mutua» puede ser fácilmente superada por medio de argumentos enteramente racionales?

      — En una sociedad sin clases —viene a decir Cesare a De Martino— la muerte perderá también su carácter horrendo y absurdo, porque el hombre se habrá reconciliado plenamente con la especie.

      Pero De Martino no parece convencerse demasiado. Sus brazos se extienden en un gesto, sus inquietos ojos escudriñan un vacío, sus labios pronuncian distraídamente una frase, cuyo final se pierde en incertidumbre.

      — Sí. En efecto... El hombre... La especie...

      En este momento entra Vittoria, la mujer de De Martino y el diálogo se interrumpe. El visitante se despide. El lector queda en suspenso.

      Los comentarios de Forlini a este mismo relato tratan de poner un poco de claridad marxista en él, aunque la idea de «una cierta tentación religiosa» no le es del todo extraña.

      Yo he leído ávidamente estos comentarios de Forlini. Confieso que el sentido de muchas de sus frases se me escapa; me resultan ininteligibles. Quizás no estoy suficientemente ducho en la terminología marxista. ¿Operamos, quizás con categorías distintas? ¿Tenemos, acaso, almas diferentes? ¿O tal vez yo, un enfermo, un alienado, por causa de mi congénita condición burguesa?

      De todas maneras, respeto la sinceridad de estos hombres. La seriedad con que se plantean el tema de la ruptura existencial. La honradez con que lo discuten. La fidelidad a su propia creencia. Su angustia insuperable ante el misterio definitivo.

 

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