Karlos Santamaria eta haren idazlanak

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El campesino del Garona

 

El Diario Vasco, 1967-01-15

 

      Jacques Maritain vuelve a ser tema de actualidad a causa de su reciente libro «Le Paysan de Garonne», en el cual denuncia determinadas desviaciones reales o posibles, del pensamiento y de la actitud cristiana de hoy.

      A juzgar por los artículos publicados estos días, lo menos que puede decirse es que su llamada de angustia ha sentado bastante mal en el ala católica revisionista.

      El viejo maestro teme, en efecto, que sus discípulos se hayan ido demasiado lejos al intentar profundizar el «diálogo con el mundo», diálogo que él mismo había predicado y practicado durante tantos años. ¿Fenómeno de senilidad, quizás, o sabia medida de prudencia intelectual?

      Parece como si Maritain experimentase de pronto una sensación de vértigo. Estos discípulos que aún prosiguen la misma difícil escalada intelectual que él inició hace ya más de medio siglo —se pregunta— ¿no habrán perdido pie? ¿No estarán a punto de rodar por un despeñadero?

      En realidad, sólo dos filosofías sociales quedan hoy frente a frente: la dialéctica marxista y el humanismo cristiano; pero en ambos campos viene realizándose estos últimos años un trabajo metódico de revisión y de depuración ideológica digno de la mayor atención.

      Se encuentran ya muy lejos los tiempos en que el filósofo tomista francés estuvo en un tris de ser puesto en el Índice como modernista y tuvo que ser salvado por puntos, según se dice, por una última intervención moderadora de Pío XII. Hoy es uno de los amigos preferidos de Paulo VI y puede asegurarse que gran parte de su pensamiento político, de defensa de los derechos del hombre, y ecuménico, de diálogo constructivo con gentes de todas las creencias ha cuajado admirablemente en las actuales formulaciones conciliares.

      Entonces alguien dijo un poco ridículamente: «Este autor no está prohibido pero es sospechoso y, su lectura, resulta poco recomendable para personas no formadas». Pero aquellos tiempos no pueden ya volver porque hay algo irreversible en todo lo que ha ocurrido en la Iglesia desde que el Papa Juan accedió al Pontificado.

      Ahora resulta —paradojas de la historia— que Maritain aparece a la derecha, y viene a ser, aunque involuntariamente, algo así como un inesperado refuerzo para el ala anti-conciliar.

      Sobre este asunto se ha escrito bastante estos días en Francia, en los dos sentidos (Fesquet, Biot, Fabrègues, Fumet, Congar), pero en todo ello hay quizás más pasión que reflexión.

      Merece la pena retener aquí, sin embargo, el artículo del P. Congar en «Le Monde». La queja del ilustre dominico es, sin duda alguna, muy justa. Maritain parece menospreciar, en efecto, el esfuerzo enorme de los teólogos contemporáneos para afrontar los auténticos problemas del pensamiento religioso en este momento histórico.

      «Yo confieso —dice el P. Congar— que existe un peligro de horizontalismo, es decir, de querer considerarlo todo bajo el aspecto del hombre, de la fraternidad y del progreso humano. Y a este respecto el 'despeñadero' de J. Maritain es digno de la mayor atención». Pero en el terreno teológico «las desviaciones que Maritain denuncia provienen de problemas y de dificultades reales... de las que todos los que trabajan en ese terreno se dan cuenta y que únicamente escapan a la consideración de los que carecen verdaderamente de información teológica».

      Y, en efecto, es fácil evitar todas las complicaciones siguiendo la táctica del ciervo que se cree defendido escondiéndose detrás de un árbol, o la del niño que se siente libre de todo género de fantasmas metiendo la cabeza debajo de la almohada.

      El propio P. Congar recuerda al terminar su artículo las palabras del P. Arrupe, general de los Jesuitas. «Nosotros no queremos, ni defender los errores cometidos, ni tampoco cometer el más grave de todos, que consistiría precisamente en cruzarnos de brazos en un vano inmovilismo por miedo a equivocarnos en la acción».

      Y es una gran verdad que, en esto como en todo, el toro no les puede coger más que a aquellos que se deciden a salir al ruedo.

 

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