Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

Enseñanza y sociedad

 

El Diario Vasco, 1967-05-21

 

      La «civilización cibernética» que está iniciándose ahora ¿contribuye a crear una nueva subjetividad humana, una conciencia más profunda y más eficaz del existir personal o, por el contrario, llevará a la Humanidad a una cosificación, a una masificación creciente?

      Tenemos un precedente desagradable: la revolución industrial del siglo pasado. Como todo el mundo sabe el maquinismo dio lugar a una triste y negra historia de explotación del hombre por el hombre. Sin embargo, de aquella experiencia, o lo que fuera, nació una mayor conciencia social de las clases trabajadoras y también, por qué no decirlo, un curioso complejo de culpabilidad en las clases poseyentes. Gracias a la sucesión de conflictos y de luchas sociales, y también, un poquito, a la reflexión honrada de algunas minorías intelectuales, fue surgiendo la idea de que el mundo vive en un complicado estado de injusticia del que puede y debe liberarse.

      Así pues, el balance de la era industrial no ha sido completamente desfavorable. Ahora bien, sin haber salido todavía de aquélla, he aquí que se nos echa encima una nueva era. ¿Qué va a ocurrir ahora?

      Por diversas razones parece difícil que pueda producirse un nuevo fraude como el de antes. Roger Garaudy, en un artículo subtitulado «Los fundamentos objetivos de nuestro optimismo» comparte la creencia de Teilhard de Chardin de que las condiciones actuales son muy favorables para el «nacimiento de una subjetividad nueva». El optimismo marxista y el optimismo cristiano parecen converger en este momento en la idea de que el hombre va a salir engrandecido de la presente crisis (idea que no todos los cristianos comparten, puesto que muchos de ellos continúan profesando una especie de «pesimismo eternalista» a la manera del Cohelet, «lo que fue ayer eso será»).

      Pesimistas u optimistas debemos reconocer que hay elementos objetivos que juegan en favor del hombre en esta coyuntura.

      Las nuevas técnicas no van a ser menos exigentes que las antiguas, sino al contrario. Van a hacer falta hombres cada vez mejor preparados, más responsables, con mayor capacidad de iniciativa. Es un error creer que la «robotización» va a relegar el «factor hombre» a un segundo plano.

      Algunos estudios recientes demuestran que las teorías taylorianas que reducían el número de hombres pensantes a un mínimo, mientras la mayoría quedaban reducidos al papel de ejecutantes ininteligentes y sin autonomía alguna, no sirven ya frente a las exigencias de la nueva era.

      Según parece, Taylor decía a sus obreros: «Os prohíbo pensar; hay otros que han sido pagados para esto y la reflexión frenaría el ritmo de vuestros reflejos».

      Hoy, al contrario, se va a exigir una mayor reflexión, una preparación técnica más cuidadosa, un conocimiento más perfecto del por qué de lo que se está haciendo. Tal es al menos la opinión de algunos expertos muy modernos de la organización del trabajo.

      El trabajo en todas sus formas va a tener que ser descentralizado o, más bien, va a haber que multiplicar el número y la dispersión de los centros de iniciativa. El hombre va a ser, hoy más que nunca, el factor esencial de la producción. Y las inversiones más importantes serán las que se realicen en este terreno. La educación y la instrucción profesional absorberán la mayor parte o una parte muy notable de los presupuestos estatales en todos los países civilizados.

      Hay quien ha llegado a decir que el obrero industrial y aun el obrero agrícola necesitará alcanzar pronto un nivel cultural análogo al que hoy tienen los alumnos en los primeros cursos universitarios.

      Ahora bien, si la enseñanza va a pagarla la sociedad entera, no podrá tolerarse que el rendimiento se produzca en beneficio sólo de unos cuantos. Esta es una razón más para creer que las estructuras del mañana tendrán que girar en una dirección socialista.

      La palabra que acabo de escribir espanta todavía a muchas personas de más o menos buena conciencia. Es preciso sin embargo que todos vayan acostumbrándose a usarla con naturalidad porque dentro de muy poco va a ser indispensable en todas partes para hablar con sinceridad y con propiedad.

      La estructura de la enseñanza requiere una creciente socialización. Sin esto no se podrá seguir avanzando. El estudio no puede ser un privilegio de origen económico, todas las inteligencias deben ser puestas en juego. Es la exigencia fundamental de las nuevas técnicas. Y también —aunque esto pueda parecerles a algunos cosa de segundo plano— la exigencia de la justicia y del honesto vivir humano.

 

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