Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

Servir al hombre

 

El Diario Vasco, 1967-06-25

 

      No se puede dejar de servir al prójimo con la excusa de servir a Dios. El servicio de Dios se traduce siempre en gestos concretos, determinados y precisos en favor de los demás.

      Existe, en efecto, una forma apócrifa de religiosidad, que pudiéramos llamar «pietismo» —aunque la palabra se preste a algunos equívocos— la cual antepone las devociones y los actos de piedad y de culto a los imperiosos quehaceres temporales al servicio del prójimo.

      No cabe duda de que los pietistas han hecho mucho daño a la religión, dando lugar a que las gentes juzgasen a ésta por los gestos desequilibrados de aquéllos.

      Â«Mi tía era una devota un poco pietista que prefería cantar salmos a ocuparse de nuestra educación», escribe Rousseau. Y es evidente que el pietismo de su tía debió influir muy poco favorablemente sobre el ánimo de Juan Jacobo al apreciar las cosas de la Iglesia.

      Además, la moral cristiana no consiste solamente en «no hacer» daño a nadie, en no privar de alimento, ni de honor, ni de libertad, ni de dignidad, ni de verdad, ni de personalidad al prójimo. sino en darle también, si está en las manos de uno, todas estas cosas que el hombre necesita inexcusablemente para vivir una vida propiamente humana.

      Si a alguno le parece que hemos exagerado en nuestra primera afirmación, lea el capítulo 25 de San Mateo. Y allí verá cómo todo va a parar a actos positivos en beneficio del hombre necesitado.

      No hay que olvidar que al que tenía un talento y lo defendió escondiéndolo bajo tierra el rey se lo mandó quitar y que le echasen fuera. Y eso que aquel individuo había conservado el talento (moral negativa); pero no lo había hecho producir (moral positiva, de generosidad y entrega de sí mismo).

      Ahí está la cosa que queríamos decir. En ese mismo capítulo está. El Juzgador —nos dice el Evangelio— mirará esto al juzgar a cada hombre: si dio de comer, y de beber al que lo necesitaba; si proporcionó techo al abandonado y ropa al que no la tenía; si curó al enfermo y acompañó al prisionero. He aquí una lista de cosas que no pueden ser más concretas y materiales.

      Y junto a estas necesidades hay muchas más que pueden ser objeto de trato análogo, porque el hombre es un haz de necesidades. Unas son materiales y otras morales. Necesidad de pan y de justicia; de casa y de honor; de aire y de libertad; de seguridad y de responsabilidad; de conocimiento y de cultura. Si estas necesidades no son satisfechas, el hombre desciende a un nivel infra-humano. Se convierte en un objeto en manos ajenas. Es lo que ahora se llama alienación o enajenación.

      La «praxis» de la obra salvadora aparece así claramente dibujada. A los cristianos no nos ha hecho falta esperar a Marx para descubrir que sólo la acción, y no la simple especulación, puede salvar al hombre.

      En la propia Biblia aparece esta idea que Cristo recoge y consagra definitivamente en su predicación. Sin ser ningún escriturista yo puedo citar aquí dos textos que vienen como anillo al dedo.

      El uno es de Isaías, que, resumidamente, dice así:

      Â«No es ese el ayuno que a mí pe place, encorvarse o extenderse sobre el saco y la ceniza. Otro es el ayuno que yo quiero: romper las cadenas injustas; destruir las ligaduras del yugo; liberar a los oprimidos; compartir tu pan con el hambriento; albergar a los pobres sin hogar; vestir al que encuentran desnudo; no excusar el esfuerzo en favor de tu hermano. Ese es el ayuno que a mí me place». Y las mismas ideas se repiten luego, por pasiva, en los restantes versículos del capítulo 58.

      También en el libro de Job, cuando Elifaz de Temán recrimina al desdichado patriarca, rebuscando en él algún pecado oculto para demostrarle que él mismo tiene la culpa de su infortunio, esto es precisamente lo que le echa en cara: que no ha dado de comer al hambriento, ni de beber al sediento, ni ha proporcionado tierra al pobre y todo los demás.

      En todo esto anda en juego la esencia de la moral cristiana, que es una moral de la acción y no de la inacción.

      Ninguna otra moral, sea cual sea su inspiración de fondo, podrá decir nunca otra cosa. La cuestión es pasar por la vida haciendo el bien, dando a los demás lo que necesitan de modo absoluto para ser realmente hombres.

      No dejar que un hombre o muchos hombres mueran o se deshumanicen junto a nosotros, al lado de nuestra casa, si en nuestra mano está el evitarlo en mayor o menor medida.

 

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