Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

De Hitler a Mao-Tse-Tung

 

El Diario Vasco, 1967-09-24

 

      La eficacia es hoy un concepto primordial en el campo de la actividad política.

      En otros tiempos pudo hacerse la política en función de elevados ideales, de conceptos solemnes y de palabras rimbombantes. Hoy no. Se acabaron los «príncipes cristianos» y los guerreros heroicos: estamos en la era de los «managers» y de los sabios atomistas.

      Lo mismo si se trata de la vida interna de un pueblo que de la acción internacional, debemos interrogarnos acerca de esto: tal ideología, tal régimen, tal sistema, ¿es o ha sido eficaz? ¿Ha cumplido lo que prometía, ha realizado sus objetivos?

      Claro está que un análisis de esta naturaleza exigiría que los fines de cada política concreta fuesen conocidos, lo cual raras veces ocurre, ya que los verdaderos fines suelen permanecer ocultos e inconfesados. Incluso sucede muchas veces que los actores de una política ni siquiera tienen conciencia de ella. En realidad se mueven como autómatas al servicio de causas poderosas que ellos mismos ignoran por completo.

      Pero en otros casos los objetivos de una empresa política son proclamados en voz tan alta y de modo tan categórico que uno tiene derecho a exigir que sean efectivamente realizados.

      Así, por ejemplo, yo creo que nadie se atreverá a sostener hoy que la política de Hitler fue eficaz. Es indudable que Hitler se había propuesto hacer una Alemania todopoderosa que acabando con el «comunismo, el judaísmo y la masonería», se adueñara del timón del mundo durante una larga temporada, dos mil años por ejemplo. Los que tuvimos la desdicha de estar sometidos a aquella monstruosa campaña de acción psicológica, que aquí no dejaba de encontrar importantes ecos, nunca podremos olvidar las tremendas «promesas» de Hitler que nos helaban la sangre en las venas.

      De todo aquello podrá pensar cada uno lo que quiera. Lo que no creo que nadie pueda afirmar hoy es que aquella política fue eficaz, que realizó sus fines. Hitler no sólo no llevó a Alemania a la gran hegemonía secular que pretendía sino que su fracaso histórico fue uno de los más grandes que han conocido los tiempos.

      Un caso más difícil de resolver es el del otro dictador famoso que se le enfrentó, el caso de Stalin. Stalin se propuso implantar de modo definitivamente sólido el comunismo y para ello construir una economía fuerte mediante un esfuerzo masivo y despiadado del pueblo de la U.R.S.S. A este fin, se necesitaban aplicar medios autoritarios, supercentralizar el Estado, organizar al pueblo según un modelo militar adecuado a la ideología comunista, ahogar toda disidencia y todo conato de rebelión, sacrificar la producción y cualquier disfrute inmediato de ella a un mañana que había de venir.

      El progreso y el desarrollo económico y cultural logrado por la U.R.S.S. es hoy algo indiscutible. La época krucheviana y todo lo que ha seguido al stalinismo nunca hubieran podido existir sin el esfuerzo gigantesco de aquellos años. Además Stalin ganó la guerra. No parece que pueda ser tachado de ineficaz. Pero muchos hombres sufrieron y murieron para que se pudieran realizar estos fines.

      Se vuelve siempre a la eterna cuestión de la eficacia. ¿Eficacia a corto plazo o a largo plazo? Los dos criterios son a menudo contradictorios. Sacrificar el hoy por el mañana suele llevar a un género de eficacia completamente distinto del que las gentes exigen.

      La revolución china no podrá ser juzgada bajo el ángulo de la eficacia hasta que los acontecimientos se desenvuelvan allí de un modo completo. Los chinos pretenden que todos los proletarios del mundo sigan apretándose el cinturón para que su revolución triunfe. Mantienen la necesidad de una eficacia a largo plazo para lograr la revolución universal. Pero los dirigentes rusos y seguramente también el propio pueblo de la U.R.S.S., aspiran a un género de eficacia más inmediato. Pro eso defienden la revolución pacífica, para poder acabar la obra de la creación de un estado socialista que sea, por su propia fuerza y su propia grandeza interna, el atractivo y la prueba máxima del socialismo ante el mundo.

      Lo importante del caso es que los fines que persigue el comunismo ruso y los del comunismo chino son en este momento, o parecen ser, bastante divergentes. Los rusos pueden permitirse el lujo de plantear objetivos próximos, en virtud de una eficacia a corto plazo. Para los chinos esto es imposible. Por el momento, no pueden abandonar la línea staliniana sin que la revolución se hunda por completo.

      Por oscuro que nos parezca desde aquí el panorama de la revolución «cultural» china creo que estos conceptos pueden arrojar un poco de luz sobre él.

 

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