Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

Catastrofismo

 

El Diario Vasco, 1967-12-17

 

      Hace bastantes años escribí un artículo sobre lo que yo llamaba entonces el «catastrofismo». Ya no recuerdo bien lo que decía porque ha pasado mucho tiempo, pero el hecho es que el tal artículo me valió una correspondencia bastante nutrida y, entre otras cartas, una de un loco —todos los que escribimos en los periódicos solemos recibirlas, estas cartas de los locos con alguna frecuencia— al que mi artículo había sacado completamente de quicio. Hasta tal extremo que me ofrecía sus servicios para destruir la totalidad del universo. Debió bastarle la lectura del título para que se produjera en él esta explosión ígnea.

      El catastrofismo es, sin embargo, una desviación bastante corriente entre las que pudiéramos llamar las personas normales. Consiste en esa actitud política y social que se resume en la frase: «cuanto peor, mejor». Es decir, que todo vaya mal, que nos hundamos todos, para que mi idea triunfe.

      Táctica sansoniana del morir matando, de los que siempre están dispuestos a cargarse las columnas para que se derrumbe el edificio, aunque la techumbre se les eche encima. Es el «aquí murió Sansón con todos los filisteos».

      Esta tesis catastrofista es rechazada por todos los verdaderos revolucionarios, para los cuales la «revolución como fin» la «revolución por la revolución» es pura y simplemente una idea monstruosa.

      Se puede ser revolucionario por lógica y ésta es indiscutiblemente la verdadera manera de ser revolucionario. Pero se puede serlo, también por simplismo, por pasión, o por necesidad cuasi-física de explotar.

      Frente a la situación angustiosa del tercer mundo, o de una gran parte de él, la insurrección es una tentación permanente. Lo dice la «Populorum Progressio» en los siguientes expresivos términos: «Hay ciertamente situaciones que claman al cielo. Cuando poblaciones enteras desprovistas de lo necesario, viven en una dependencia tal que se les prohíbe toda iniciativa y responsabilidad, toda posibilidad de promoción cultural y de participación en la vida social y política es grande la tentación de rechazar por la violencia tales injurias a la dignidad humana».

      Del lado del comunismo chino se procura fomentar este estado de cosas. Alguien se frota las manos por allí cuando ve que los problemas del desarrollo van mal y que incluso no llevan ningún camino de resolverse satisfactoriamente. Pero los argumentos chinos, que se fundan en las viejas tesis stalinianas del hundimiento inevitable del capitalismo, de la pauperización, de la inminencia de una crisis catastrófica, son rechazables, por la simple razón de que estas tesis son falsas. No soy yo quien lo afirma —líbreme Dios—, sino André Gorz uno de los grandes maestros de nuestros jóvenes revolucionarios.

      Este asunto nos llevaría a la ya antigua discusión entre reformistas y revolucionarios, que estos días vuelve a agitarse particularmente en Iberoamérica en las polémicas entre «castristas» y revolucionarios ortodoxos.

      Rechazan estos últimos la tesis catastrofista. Admiten, en cambio, que pueden y deben hacerse reformas que mejoren la situación social y económica de los trabajadores. No aceptan, al menos teóricamente, que tales reformas deban ser sistemáticamente evitadas o entorpecidas.

      Así en su polémica con el castrismo un escritor comunista venezolano aduce la conocida frase de Lenin: «El concepto de reforma es opuesto al de revolución; pero esta división no es absoluta. Semejante divisoria no es algo muerto, sino que es una divisoria viva y movediza y hay que saber determinarla en cada caso concreto». Y el citado escritor comenta por su parte: «En el plan de transición al socialismo Lenin aceptaba una serie de reformas tales como una distribución acertada de la mano de obra. No sería todavía el socialismo, pero ya no sería tampoco el capitalismo».

      También Togliati: «Todo mejoramiento, por limitado que sea de las condiciones de vida de los trabajadores, todo golpe asestado al sistema de privilegios y de explotación, es un hecho positivo. No hay nada más estúpido y perjudicial que la política del cuanto peor mejor».

      Así, pues, el catastrofismo aparece condenado también desde el lado de la revolución lógica. Y otro tanto ocurre con la actitud de los que están deseando que haya guerras para que se produzca el clima de descomposición necesario y triunfe la revolución donde sea y como sea.

      Sólo las revoluciones pacíficas son constructivas. Sólo de ellas puede y debe esperarse algo. ¿Cómo debe operar en el mundo de hoy la violencia pacífica? Este es un gran problema de nuestro tiempo.

 

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