Karlos Santamaria eta haren idazlanak

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Tres estados de la medicina

 

El Diario Vasco, 1968-01-07

 

      Al caso Washkansky ha sucedido el caso Blaiberg. El profesor Barnard se declara «mucho más satisfecho que la vez anterior». dice que «las cosas van, al parecer, maravillosamente».

      Con la satisfacción de Barnard crece la difusión de estas experiencias en los periódicos. El dentista sudafricano pasa a ser el personaje de mayor actualidad en el mundo. Sus fotografías y las de todos los demás personajes, activos o pasivos, de este drama ocupan las primeras planas de los periódicos. La guerra del Vietnam y la de Nigeria quedan relegadas a un segundo término.

      Como la vez anterior, se nos informa detalladamente de todas las intimidades de este asunto. Se especula con el corazón de Clive Haupt y falta ya poco para que se organice una quiniela sobre su supervivencia en la nueva cavidad torácica que los médicos del hospital Groote Schuur le han deparado.

      Nos enteramos de que el alcalde de Ciudad del Cabo acompañará a la viuda de Haupt —Dorothy, ya lo saben ustedes— al funeral que se celebrará en Salt River porque el señor alcalde «hace muchos años que conoce a los Haupt». Los familiares de las «víctimas y pacientes» hablan por la radio, salen retratados en la prensa, con rostro acongojado o bien satisfecho de esta inesperada popularidad, realizan declaraciones en la televisión.

      El doctor Barnard, por su parte, hace también manifestaciones cada vez más optimistas y que a uno se le antojan un poco charlatanescas: «Puedo decir que Blaiberg vivirá definitivamente más que si no se hubiese operado. No puedo decir cuántos meses o años; pero tendrá una vida más cómoda que la que ha tenido antes».

      En realidad nadie sabe si Mr. Blaiberg podrá o no seguir viviendo con su nuevo corazón de mulato. Pero hay una cosa segura y razonable y es que la Ciencia no se detendrá ante dos, ni ante tres, ni ante cien fracasos. Durante mucho tiempo se seguirán haciendo experimentos hasta lograr el éxito definitivo o la convicción absoluta de que tales operaciones son imposibles. Lo más probable es que en un día, acaso próximo, la técnica de los transplantes pueda ser incorporada al acerbo común de la ciencia quirúrgica. Con ella la Humanidad habrá dado un paso más en su lucha admirable contra la enfermedad, el dolor y la muerte.

      No hay nada que objetar contra todo esto. Es completamente correcto, entra dentro de lo normal.

      Lo que ya parece menos admisible en este asunto es toda esa publicidad desaforada, ese impúdico sensacionalismo que, sin respeto a la intimidad de las personas, ni a la dignidad de la profesión médica, lleva estos casos delicadísimos —delicadísimos por todos conceptos— al terreno tumultuoso de la propaganda y de la información sensacionalista.

      Antes y después de las intervenciones del doctor Barnard se habrán hecho quizás, y se seguirán haciendo, en Estados Unidos, en la U.R.S.S. y en otros muchos países análogos operaciones. Los resultados de las mismas serán seguramente dados a conocer en las revistas científicas, los expertos podrán estudiarlos y perfeccionarlos poco a poco, hasta que se traduzcan en realidades logradas. Ese es el único camino de un verdadero científico.

      Pero uno no acaba de comprender lo que está ocurriendo ahora. ¿Dónde andan en todo esto la reserva y el secreto profesional, la mesura y la objetividad del investigador, la dignidad, en cierto sentido sacerdotal, de la profesión médica?

      Â¿Y qué va a pasar ahora cuando los enfermos cardiacos de todo el mundo, a impulsos de tan desatentada campaña, se pongan a pedir a sus médicos corazones nuevos y jóvenes?

      Con razón decía el gran Feijoo que en la Medicina se pueden distinguir tres estados. «El estado de perfección —dicha de la que estamos lejos—, el estado de imperfección —que es el que tiene la Medicina en conocimiento y en la práctica de los médicos sabios— y el estado de corrupción».

      Yo no sé lo que pasará con los experimentos de Barnard. me guardaré muy bien de pensar que puedan ser un fracaso. En todo caso sí afirmo que con esta publicidad que se les da no sólo no están todavía en el estado de perfección —que eso sí que no lo están—, sino que parecen aproximarse más al «estado de corrupción» de la Medicina, que, en frase del propio Feijoo, es el que sirve «para error y abuso de idiotas».

 

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