Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

Sobre la Universidad Vasca

 

El País, 1977-03-24

 

      En 1930 publicó José Ortega y Gasset su famoso ensayo —que antes que ensayo había sido discurso— titulado «Misión de la Universidad». Planteamiento fundamental para todo el que —aún ahora, después de medio siglo— se proponga reflexionar provechosamente acerca del eterno tema de la reforma universitaria en España.

      En este medio siglo, la universidad se ha reformado poco o nada. La sociedad, por el contrario, ha cambiado mucho. Como consecuencia de esto el desajuste entre una y otra resulta ser todavía más patente que hace cincuenta años. Nuestra universidad, es decir —para ser más precisos—, la universidad napoleónica, la «vaca sagrada», como la llama el implacable Illich, la «vieille dame» de André Mandouze, se halla hoy en crisis, falta quizá de sentido popular y social y de concordancia con los nuevos tiempos.

      Este «desfase» entre universidad y sociedad no es, acaso, sino una de tantas contradicciones de nuestra civilización, entre un pasado que se resiste a desaparecer y un futuro que no acaba de abrirse camino. Para una sociedad nueva haría falta una universidad nueva, lo mismo que haría falta una Iglesia nueva o un ejército nuevo. Pero la desigual inercia histórica de los distintos sectores sociales produce inevitablemente esta clase de desajustes a que asistimos.

      La tensión universitaria tiene en el País Vasco un carácter particularmente conflictivo, por causa de las condiciones político-sociales que en él concurren actualmente. Ciertamente, el medio universitario propiamente dicho no tuvo parte alguna en el nacimiento del nacionalismo vasco, por la simple razón de que tal medio no existía en este país. Pero hoy la presencia de los jóvenes universitarios es un dato nuevo en la vida de Euskadi, dato que, a mi juicio, contribuye también a explicar el evidente cambio de signo del hecho nacionalista. De aquí la trascendencia que tiene en el momento presente el tema de la universidad vasca.

      Si nos atenemos a las declaraciones de ciertos círculos juveniles, la futura universidad vasca no será nada parecido a lo que conocemos hoy. Deberá ser una «universidad del pueblo y para el pueblo», tanto por el carácter popular de su población docente y discente como por las materias que se estudien en ella, la lengua o lenguas que se empleen y un nuevo estilo de relación maestro-discípulo, sin traza alguna de «mandarinato».

      Nos preguntamos si algunas de estas aspiraciones no serán, hoy por hoy, algo más que un sueño primaveral —¿el sueño del 68?—, y si no nos convendría pensar, al menos por el momento, en soluciones más realizables e inmediatas.

      Para tomar «abiadura» —como se dice en vascuence— conviene mirar un poco hacia el pasado. Piénsese, por ejemplo, en que —salvando lo que haya que salvar— la creación de la universidad de Bilbao lleva siete siglos y medio de retraso respecto a las de Salamanca y Valladolid. Portugal tuvo universidad en 1290; Cataluña, en 1300; Asturias, en 1317; Valencia, en 1412; Galicia en 1501; Andalucía, en 1509, etcétera. Vasconia, que bajo su régimen foral, disfrutaba de un amplio sistema de autogobierno, pudo haber creado cuando hubiera querido su propia universidad. ¿Por qué no lo hizo?

      He aquí un pequeño enigma que lanzo a la circulación. Podrán aventurarse muchas hipótesis para explicarlos, pero no faltarán quienes apelen, también en este caso, a la famosa «incultura vasca».

      Yo me resistiría a aceptar esta explicación, por lo menos sin darle antes un giro de 180 grados. Me permito pensar que los vascos más genuinos no son incultos, sino que son cultos «de otra manera», es decir, de una manera más próxima a la «cultura de la mano» que a la «cultura de la cabeza», y que, precisamente por esta razón, la universidad escolástica no pudo nunca interesarles.

      Â«El hombre piensa porque tiene manos», había dicho el viejo Protágoras. Pero está claro que al viejo Protágoras nadie le hizo caso a la hora de construir la civilización grecolatina, que es la que, en definitiva, se impuso como arquetipo de la cultura.

      Más dispuesto al «hacer» que al «especular», el hombre vasco realiza mejor la figura de un «homo faber» que la de un «homo sapiens». Tal vez por eso, ahora que estamos, según se dice, en una «civilización del trabajo», resulte tan moderno el viejísimo hombre vasco.

      Todo esto puede relacionarse con el hecho de que la única creación vasca de cierta enjundia en materia de estudios superiores —el Seminario de Vergara, de vida corta, pero gloriosa, como la de Aquiles— se orientase mucho más hacia la investigación científica y la creación industrial, que a la construcción de silogismos.

      La inquietud universitaria no comienza en el País Vasco hasta el siglo XX, cuando ya la administración de este país se encontraba casi por completo en manos del Estado. A fines de 1923, la Sociedad de Estudios Vascos elevó una petición al Directorio Militar para que el Estado español crease una universidad vasca. El Ministerio rechazó secamente esta propuesta, alegando que «ya tenían los naturales de las provincias vascas y Navarra» centros universitarios próximos «con gran facilidad de comunicación», a los que podían acudir. Así, Euskadi se quedó una vez más sin universidad, pero en este caso no parece que nadie pueda echarle la culpa del fallo.

      Puede decirse que hasta 1955 no empieza la creación de centros universitarios oficiales en el País Vasco (no contamos, claro está, la Escuela de Ingenieros de Bilbao, que en 1897 se fundó a expensas de las corporaciones locales vizcaínas y que no tenía entonces carácter universitario).

      Ahora bien, dicha creación se realizó «sin plan ni concierto», es decir, respondiendo más a presiones locales de quienes estaban en condición de ejercerlas y a influencias de tipo religioso-político que a una concepción ordenada de lo que la universidad debía ser en Vasconia.

      Cinco universidades operan en este país, en el que, sin embargo, puede decirse que no existe una verdadera universidad: la universidad a distancia, con sede en Madrid; dos universidades de la Iglesia (Pamplona y Deusto), que, paradójicamente, son las únicas libres reconocidas en España; una universidad sin distrito, la de Bilbao, especie de cabeza sin cuerpo, y, finalmente, dos distritos universitarios que ejercen aquí su jurisdicción, cuerpos sin cabeza, es decir, con cabeceras lejanas y extrañas por completo a nuestras preocupaciones culturales. En suma, un verdadero «circo universitario», dicho sea con todos los respetos.

      Pues bien: debemos decir que este «circo» es completamente inadecuado para resolver los difíciles problemas culturales del País Vasco y que la solución no puede estar en el futuro más que en la autonomía universitaria que aquél justamente reivindica. Pero antes que esto, como medida inmediata, como primer paso para salir del desbarajuste en que nos encontramos, se impone la creación de un único distrito oficial en todo el País Vasco, dentro del cual puedan armonizarse las fuerzas dispares, ninguna de ellas desdeñable, e iniciarse un proceso constructivo.

      Tal es, a mi entender, lo principal de la alternativa que, sin mengua de otras reivindicaciones sustanciales, formula el profesor Michelena en un importante artículo («Unibertsitatea eta Irakaskuntza gure artean»: La Universidad y la Enseñanza entre nosotros), publicado recientemente en la revista Jakin.

      Temo que esta propuesta provoque algún escándalo en ciertos sectores vasquistas y también en otros que no lo son. No lo sé. Por mi parte la considero como una de las cosas más razonables y positivas que hasta ahora se han dicho en el confuso debate de la universidad vasca.

 

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