Karlos Santamaria eta haren idazlanak

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La cuestión del distrito

 

Deia, 1977-08-23

 

      Michelena fue uno de los primeros, si no el primero, en defender la idea de un distrito universitario único para todo el País Vasco. Lo hizo así ya en septiembre de 1976, en un artículo publicado en «Punto y Hora» bajo el título «Unibertsitatea Euskal Herrian». Para ser más exactos, debemos decir que lo que Koldo Mitxelena propugnó en el citado artículo, fue la creación de una Universidad oficial para el País Vasco, una al menos —«bat bederen»— pero que fuese completa, es decir, no «maingua eta txaingua» —manca y coja— como la actual de Bilbao, sino dotada de todos los complementos necesarios para ejercer su función educativa con plenitud (normal, ICE, etc.) y de un distrito que se extendiera a la totalidad del país.

      Ã‰l concebía esta medida como algo inmediato, que podía y debía llevarse a cabo dentro del «status» administrativo actual, sin necesidad de estar a la espera de cualquier género de autonomía que pueda venir —«inongo autonomiaren zain egon beharrik gabe».

      Es lo menos que podemos aceptar —venía a decir Michelena al terminar su artículo— si es que realmente queremos algo en favor de nuestro pueblo.

      A la idea expuesta nos sumamos después otros muchos aunque, como es natural, cada uno de nosotros lo hiciera con su matiz propio. Actualmente el distrito universitario único es una aspiración casi unánime en los medios universitarios vascos, respaldada incluso por la Real Academia de la Lengua Vasca en una reciente propuesta al ministro de Educación y Ciencia.

      Creo que todos estamos de acuerdo en que la única manera de salir del enorme desbarajuste en que se encuentra la administración universitaria en este país —y que no hace falta describir porque ya lo ha sido repetidas veces en artículos, conferencias y mesas redondas— es la constitución de un distrito único. Dentro de este distrito, y sólo dentro de él, podrían abordarse de una manera seria y constructiva los complejos problemas de nuestra cultura. El distrito único, otras regiones lo tienen: nosotros lo necesitamos urgentemente.

      Â¿Tiene el Gobierno miedo de adoptar esta medida que parece la más lógica y natural del mundo?

      Mi amigo el padre Ceñal, gran pensador y decidor, fallecido, por cierto, recientemente, solía decir que: «España es el país de la chapuza».

      El país de la chapuza quería decir, sin duda, el país de la improvisación, de las soluciones a medias, de los parches administrativos, de las eternas provisionalidades. Sea cual sea el ramo de la administración estatal al que extendamos nuestra mirada tenemos que confesar, desgraciadamente, que lo que el padre Ceñal afirmaba es una gran verdad.

      No es pues extraño que la política del Estado español respecto de la Universidad en el País Vasco a lo largo de estos cincuenta años haya sido —dicho sea con todos los respetos— de lo más chapucero que darse pueda.

      Ya en 1924 nos dice la Administración que «rodeando a la región vasca» existen «centros universitarios de antigua historia», «con gran facilidad de comunicaciones», en los que «los naturales de las provincias vascas y Navarra» reciben enseñanza, y que, por tanto, «no hay razón de orden administrativo para crear una nueva» universidad. Así se resuelve de modo contundentemente negativo, por Real Orden del 19 de enero del año de gracia, la razonada petición de la Sociedad de Estudios Vascos. (Veáse la obra de José Estornes Lasa «Los vascos y la Universidad» que publicada en 1970 por Auñamendi, sigue siendo un valioso instrumento de trabajo para todo el que se preocupe de estos problemas).

      La negativa persiste firme hasta 1955. Salvo el efímero paréntesis de la Universidad Vasca de Bilbao en la época del Estatuto, los vascos seguimos privados del paraíso universitario.

      En este año de 1955 se produce ya una primera brecha, una primera chapuza, digamos, para satisfacer las aspiraciones vascas, como la creación de la Facultad de Ciencia Económicas del Distrito Universitario de Valladolid, facultad ubicada en Bilbao, integrando a la Escuela de Altos Estudios Mercantiles que existía en la ciudad del Nervión. Ahora bien, la operación se lleva a cabo con extrema prudencia: hasta tres veces se insiste en el Decreto fundacional sobre el hecho de que el nuevo centro no es sino una Facultad de la Universidad de Valladolid, que así —como por casualidad— va a instalarse en Bilbao, como podía serlo en cualquier otro lugar del distrito y sin que se haga la menor alusión —Dios nos libre— a las aspiraciones universitarias y a los problemas docentes y culturales de los vascos.

      En 1960 aparece de modo imprevisto el «Estudio general de Navarra» que va a desempeñar, sin duda, un papel importante en la futura evolución del problema, porque es una segunda brecha que se abre en el cerco universitario. Por supuesto no se trata de una solución planificada y razonablemente planteada para solucionar nuestro problema por parte de los órganos ministeriales. La intención que se persigue es otra. Se trata de una especie de concepción extra-uterina, fruto de una misteriosa fecundación, en la que el Estado «no contribuye con una sola peseta».

      Ocho años más tarde es la Universidad de Bilbao la que nace, como resultado de otro forcejeo, realizado esta vez por personalidades bilbaínas de gran influencia en el régimen, y a las que éste no puede defraudar. Un decreto complementario especifica que la Universidad de Bilbao, lo mismo que la autónomas de Madrid y Barcelona no tendrá Distrito universitario, haciendo pues, figura nueva en la administración universitaria española.

      Cosa notable: al amparo de la misma disposición surgen dos nuevas Facultades, una en Santander y otra en San Sebastián. Santander acoge con sorpresa la medida. San Sebastián logra alcanzar por los pelos este tren gracias a una acción oportunista de última hora. En cambio todas sus largas gestiones anteriores habían caído en vacío.

      Pero aparece entonces inopinadamente un problema: el problema del distrito. Santander rechaza la cabecera bilbaína: prefiere seguir unido a Valladolid. ¿Qué hacer con San Sebastián? Lo lógico sería unirlo con Bilbao y formar un distrito con las dos provincias hermanas. Pero aquí asoma de nuevo el fantasma de la Universidad Vasca. Voces previsoras anuncian el riesgo de esta tentación peligrosísima. La decisión gubernamental es clara y terminante: poco después se decreta que Vizcaya forme distrito aparte y Guipúzcoa continúe unida a Valladolid.

      Y así, chapuza tras chapuza, —ahorraremos al lector el resto de la historia— se llega a la situación actual que hemos calificado sin la menor exageración de enorme desbarajuste.

      Ahora bien, si el Estado, con sus titubeos, sus temores y sus pasos en falso es el que organizado todo este «maremagnum» ¿no debe ser el propio Estado quien lo deshaga? La primera medida razonable era esta: el distrito único. Terminar con la vivisección y con el «divide y vencerás» que tan malos resultados ha dado en este país.

      Pero ahora se nos dice, desde muy arriba, que la cosa es muy complicada, prácticamente imposible. Y se nos indica, por añadidura, que es muy poco probable que la Universidad pueda ser incluida en un futuro inmediato en el régimen autonómico.

      Â¿Hasta cuándo abusarán de nuestra paciencia?

 

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