Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

La preocupación última

 

El Diario Vasco, 1980-09-14

 

      El hombre —a diferencia del animal— es un ser de incertidumbres y preocupaciones. El instinto marca al animal las metas que debe perseguir en cada momento, para vivir de acuerdo con su naturaleza. El hombre —en cambio— ha de deliberar continuamente consigo mismo, a fin de decidir, a cada paso, lo que debe hacer para realizarse y para llevar adelante su propia existencia. De ahí sus constantes preocupaciones e incertidumbres.

      Pensamos a menudo, que estas preocupaciones nuestras no obedecen a una ley interna, sino que son algo así como hechos casuales, producidos por las mil incidencias y dificultades que, desordenadamente, nos opone el mundo exterior y contra cada una de las cuales tenemos forzosamente que reaccionar.

      El pensador marxiano Erich Fromm —que tan en boga está ahora entre nosotros— no opina de esta misma manera. Opina, por el contrario, que tales preocupaciones responden, para cada persona, a un panorama de conjunto, es decir, a un «objeto de devoción» que la misma persigue, aun sin saberlo, a lo largo de su existencia.

      Â«Necesitamos —escribe Fromm— de ese objeto de devoción para dirigir nuestras energías en una dirección, para trascender nuestra existencia de todas sus dudas e inseguridades y para satisfacer nuestra necesidad de darle sentido a la vida».

      Bajo un ángulo bastante distinto, el teólogo protestante Tillich introdujo, en los años sesenta, cuando todavía estaba de moda el existencialismo, una idea que, en el fondo, es muy parecida a la de Fromm: la idea de la «preocupación última».

      Todo hombre —dice Tillich— está animado por una «fe», una preocupación última —«ultimate concern»— que es aquello que a ese hombre le importa verdaderamente en la vida y por lo cual está dispuesto a sacrificarse.

      Es cierto que, en muchos casos, esta preocupación última puede referirse a objetos vulgares y manifiestamente idolátricos, como pueden serlo por ejemplo —entre otros mil— el dinero, el prestigio mundano, el éxito en las conquistas sexuales, el poder, la gloria.

      Pero la verdadera aplicación de la preocupación última está en el «hombre de fe» que cree en una gran causa a la que consagra todo su esfuerzo.

      Así, por ejemplo, en el sentido «tillichiano» podemos hablar de una «fe» revolucionaria, de una «fe» marxista. Millones de hombres y mujeres, diseminadas por todo el mundo, dedican hoy su vida, —o quieren al menos dedicarla— a la construcción de un «hombre nuevo», según las tesis humanistas de Marx. Combaten por esta causa, en la que creen, y en muchos casos, dan su vida por ella.

      Otros muchos hombres y mujeres luchan con ardor, en muy distintas partes de la tierra, en los movimientos de liberación nacional. Su preocupación última es la patria y la libertad de la patria.

      Estos son hechos que nadie puede negar. ¿Podemos decir simplemente que esos hombres y mujeres están equivocados, que no son creyentes, sino idólatras?

      No. La cosa no es tan sencilla como esto.

      Notemos, sobre todo, que las gentes de poca fe y las gentes de fe vulgar, egoísta y mezquina, no están siquiera en condiciones de comprender a los luchadores. Tampoco comprenderán a los verdaderos cristianos, ni a los místicos, ni a los profetas. Se limitarán a decir de ellos que «están locos».

      Revisemos —señores y señoras— nuestras «preocupaciones últimas» y nuestros «objetos de devoción». Esto podrá traernos algunas sorpresas.

 

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