Karlos Santamaria eta haren idazlanak

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Socialismo y regionalización

 

El Diario Vasco, 1981-07-05

 

      François Mitterrand anunció repetidamente en el curso de la campaña electoral su propósito de llevar a cabo la regionalización del Estado francés.

      En este momento todo parece indicar que el nuevo Gobierno se dispone a cumplir este compromiso. M. Gaston Defferre, titular de la cartera del Interior y de la Descentralización acaba precisamente de declarar que esta profunda transformación de la «carcasse» del Estado francés va a ser efectivamente una de las grandes tareas del septenado que ahora se inicia.

      Por supuesto, la idea de la regionalización no es nueva en la política francesa; pero en el pasado había sido casi siempre favorecida por la derecha y vista con malos ojos por la izquierda.

      Mayo del sesenta y ocho fue quizás la primera excepción a esta regla. En efecto, en medio del barullo y de la confusión que caracterizaron a aquel episodio «izquierdoso» —gauchista queremos decir— algunas cosas quedaron claras y una de ellas fue que el Estado-nación jacobino, que durante muchos años había vertebrado la ideología francesa, ya no era considerado por los jóvenes intelectuales como una fórmula válida para los tiempos actuales.

      El general De Gaulle intentó recoger este guante; pero su referéndum del sesenta y nueve fracasó, tal vez más por razones políticas circunstanciales que por un desacuerdo real de los franceses con la idea de la regionalización.

      Algunos regionalistas franceses se preguntan si la regionalización socialista será algo más que una descentralización administrativa, soslayándose, en cambio, el problema de fondo, es decir las cuestiones culturales y lo que algunos han llamado allí el «derecho a la diferencia».

      Hay en Francia siete regiones que plantean problemas culturales y lingüísticos: Córcega, Alsacia, Bretaña, Occitania, el País Vasco, Cataluña y Flandes francés.

      Como primer paso, los socialistas franceses parecen decididos a conceder a Córcega un inmediato y amplio estatuto de autonomía y no vacilan en afirmar que también para las otras autonomías se encontrarán pronto los caminos convenientes.

      Como es bien sabido, los primeros marxistas concedieron poca o nula importancia a los hechos nacionales, los cuales solamente les interesaban en la medida en que podían ser utilizados para el debilitamiento y destrucción de los grandes imperios burgueses. Es así precisamente como Marx y Engels vieron los casos de Polonia e Irlanda.

      Las naciones —se decía entonces desde la perspectiva socialista— son productos de las «pseudo-culturas» burguesas y están llamadas a desaparecer por la evolución técnica del mundo y el triunfo del internacionalismo proletario.

      Pero en el transcurso de los años fueron surgiendo en el campo socialista nuevas posiciones que —pese a las dificultades de fondo— intentaban construir una teoría adecuada de las nacionalidades.

      Michel Rocard, presunto delfín de Mitterrand, decía en 1977 que en Francia hay dos «culturas» de izquierda. La primera de ellas —que ha dominado durante largos años— es jacobina, es decir, centralista, estatalista, nacionalista y proteccionista. La otra postura, con la que coincide actualmente el Partido Socialista Francés, es —según Rocard— descentralizadora, contraria al dominio del Estado sobre las colectividades de base y partidaria de las autonomías.

      La verdad es que Francia se había ido quedando sola en el orden de cosas que comentamos. Mientras la mayor parte de los estados europeos —y entre ellos España— se inclinaban decididamente por las fórmulas autonómicas, la idea de la regionalización había quedado por completo aparcada a lo largo del período guiscardiano.

      A mi juicio, la nueva postura socialista francesa sobre el tema de la descentralización puede tener una gran importancia para el porvenir de las ideas autonomistas en todo el mundo.

 

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