Karlos Santamaria eta haren idazlanak

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Los romanticismos

 

El Diario Vasco, 1982-10-17

 

      La editorial Payot acaba de publicar el noveno tomo —faltan todavía otros dos— de la obra monumental de Georges Gusdorf sobre la evolución de las ciencias en el pensamiento moderno occidental.

      Una buena parte de este tomo se dedica al tema del romanticismo y —más especialmente— a lo que el autor llama la ciencia romántica.

      Como todo el mundo sabe, el movimiento romántico de los siglos dieciocho y diecinueve tuvo importantes manifestaciones en el campo de las letras y en el de las bellas artes. Se habla pues con perfecto derecho de la novela romántica, de la poesía romántica, de la pintura, la música, la escultura y la arquitectura románticas.

      Cabe también referirse a una cultura romántica como un modo de interpretar la existencia, las relaciones sociales, la vida, el mundo, la religión y hasta los negocios. (El marqués de Salamanca —al que tanto debe nuestra ciudad y por eso le dedicó un hermoso paseo— fue, por ejemplo, un romántico de los negocios. Y así terminó arruinándose).

      Nada digamos de la política romántica, caracterizada por los grandes principios, los grandes sueños, las grandes ilusiones y los grandes discursos de otros tiempos, harto alejados del nuestro.

      Pero siendo el romanticismo el resultado de un predominio de lo sentimental, de lo intuitivo y de lo subjetivo sobre lo racional, y la ciencia —en cambio— un producto de la razón y del análisis crítico, parece contradictorio que se pretenda hablar ahora de una ciencia romántica, como lo hace Gusdorf.

      Leído su libro creo sin embargo que se le debe dar la razón.

      Existieron, en efecto, una biología, una astronomía y una geografía románticas, a las cuales no fueron del todo extraños los nombres de un Flammarion o de un Julio Verne.

      Yo me atrevería a afirmar que existió asimismo una matemática romántica que, de alguna manera, estaba todavía viva en la época de mi juventud, cuando yo me iniciaba en el estudio de esa ciencia maravillosa y fabulosa que es la matemática pura. Se empezaba a tratar entonces de «puntos imaginarios», de «formas en el infinito», de «espacios no euclídeos», de «números transfinitos» y de otras cosas por el estilo, de las cuales se hablaba con un lenguaje ambiguo, reverencial y casi esotérico. Un fuerte idealismo marcaba aún aquellos nuevos conceptos que parecían escapar del enclaustramiento de la matemática clásica.

      A esta fase romántica de intuición, e invención imaginativa sucedió no obstante una fase de rigor en la que todavía estamos el neopositivismo. La ciencia neopositivista es por completo antiromántica. Procede por estricta deducción lógica a partir de unos principios axiomáticos, y desecha, o tiende a desechar las intuiciones.

      Se olvida hoy, no obstante, que los grandes inventos no se hicieron por deducción, sino por intuición, por corazonada.

      El neopositivismo empezó por poner lógica y orden en todo aquel patrimonio recibido de la ciencia romántica. Después se dedicó a dar grandes pasos hacia adelante. Pero no había ya en él aquel fuego, aquel espíritu creador, que había habido en la ciencia romántica.

      La axiomática, el positivismo, la cibernética y el cerebro electrónico, parecen haber dado al traste con la poesía de la ciencia y han contribuido a crear este mundo sin ilusiones, este mundo infeliz en que vivimos.

      Por eso se tiende hoy a ir/volver hacia un nuevo/viejo romanticismo.

      En realidad, como dice Gusdorf, el existencialismo, el clasicismo y el mismo romanticismo no son movimientos que se puedan fijar en el espacio y en el tiempo, sino dimensiones permanentes de lo humano, que bajo diferentes formas y con diferentes nombres se van reproduciendo en su esencia a través de la historia. En este sentido no se debe hablar pues de romanticismo, sino de romanticismos.

      Para seguir creando, para seguir viviendo, el hombre de hoy necesita recurrir de nuevo a la inspiración, al sentimiento, a la intuición, que, no sólo el neopositivismo sino también la ciencia marxista habían tratado de eliminar de modo definitivo del campo del saber.

 

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