Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

Los socialistas y el vascuence

 

El Diario Vasco, 1982-11-07

 

      La prestigiosa revista «Jakin» —trimestral en lengua vasca— publica un importante artículo de su director Juan María Torrealday sobre la feroz persecución de que fue objeto el euskara en los primeros años del franquismo. El autor aporta una serie de referencias a documentos de la época: órdenes ministeriales, disposiciones de autoridades civiles y militares, artículos y noticias de prensa, declaraciones públicas, etcétera, que no dejan lugar a duda sobre los propósitos exterminadores de aquella bárbara campaña. Aquello fue un auténtico intento de genocidio cultural que aunque no llegara a consumarse constituyó un tremendo golpe para la lengua vasca.

      Que no se diga que todo aquello pasó y que debe ser olvidado definitivamente. Conviene por el contrario recordarlo de cuando en cuando, porque no solamente vivimos bajo la amenaza de una nueva tiranía como la de «los gloriosos años», sino que entre nosotros existen todavía muchas personas dispuestas a entorpecer el uso público del vascuence, de modo que éste no pueda ya levantar cabeza.

      A mi manera de ver, la enseñanza escolar del euskara es el único modo de llevar a nuestro pueblo a una situación lingüística razonable. Pienso que por este medio podrán evitarse en Euskadi grandes males, futuras divisiones y luchas por causa de las lenguas. No veo por otra parte que dicha enseñanza pueda tener nada de vejatorio para nadie. Es, al contrario la cosa más natural del mundo, al ser el euskara lengua oficial de nuestra comunidad. No enseñarlo a todos los niños de este país, o relegarlo al dominio de las enseñanzas marginales, sería precisamente lo antinatural, revelador quizás de un trauma psíquico en el interior de esta sociedad bilingüe.

      Que una vez aprendidas en la escuela ambas lenguas cada ciudadano vasco tenga plena libertad para usar la que mejor le parezca, en privado o en público, sin que nadie se ofenda o enfurezca por ello, me parece cosa obvia, y por completo elemental, en un país civilizado.

      Los enemigos solapados del euskara que se opongan a un planteamiento de este tipo cometerían a mi juicio un grave error al tratar de llevar a cabo un nuevo genocidio, esta vez subterráneo, pero análogo en sus fines a las brutales acciones del primer franquismo.

      Yo les pediría a algunos socialistas vascos que ahora —según parece— tachan de discriminatoria la política lingüística de las autoridades educativas de la comunidad, a que reconsiderasen sus posturas con vistas a una auténtica reconciliación de nuestro pueblo, un pueblo con dos lenguas —ciertamente— pero un solo pueblo.

      Tengo la impresión, quizás equivocada, de que entre los socialistas vascos del partido de Pablo Iglesias nunca existió simpatía alguna hacia la lengua vasca. El hecho de que en su última campaña electoral haya rehuido sistemáticamente el empleo del euskara es para mí un dato desalentador y desconcertante. Sólo mi viejo amigo Enrique Múgica pronunció unas cortas palabras en vascuence en el acto multitudinario del velódromo; pero esto no ha sido al parecer más que una excepción que confirma la regla.

      En el socialismo vasco-español de otros tiempos hubo sin embargo un gran hombre y un gran socialista, el eibarrés Toribio Echevarría, del que parece que nadie habla ya. Exiliado en América y valiéndose solamente de sus recuerdos personales escribió un voluminoso «Lexicón del euskara dialectal de Eibar» obra, utilísima, publicada por la Academia de la Lengua Vasca cuando todavía vivía su autor.

      Yo siento un gran afecto por este hombre. Releo frecuentemente sus otros valiosos libros, que él mismo me regaló en tiempos, y me siento muy cerca de él en muchas cosas.

      Sería quizás bueno que los actuales jóvenes socialistas del partido aprendiesen de Toribio Echebarría la lección de amor a nuestra vieja lengua.

 

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