Karlos Santamaria eta haren idazlanak

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Ataque a Gandhi

 

El Diario Vasco, 1983-05-08

 

      A juzgar por un par de artículos que hemos podido leer recientemente en la Prensa guipuzcoana, la concesión de varios «Oscars» a la película «Gandhi» ha caído mal en algunos medios que —según presumo— prefieren en este momento la «borroka» armada a cualquier otro género de lucha pacífica o no violenta.

      En estos apasionados comentarios a los que me refiero, se considera dicho film como una «falsificación de la Historia», destinada a predicar el conformismo y a hacer creer al espectador que la independencia de la India fue obra exclusiva de aquel «hombrecillo», especie de «santón», que se llamó Mohandas Karamchand Gandhi y que no fue, en definitiva, sino un «comparsa» de la monarquía británica y de los grandes señores indios del partido del Congreso.

      Evidentemente lo que en los artículos aludidos se critica no es la película, sino la figura y la obra de Gandhi, así como la eficacia de sus métodos de acción. Opiniones muy respetables, sin duda, pero que a nuestro juicio falsean bastante el sentido y la historia real de la lucha gandhiana.

      Por supuesto, no intentamos hacer en este artículo una apología de Gandhi. A éste le han sobrado quizás apologistas y admiradores más o menos ingenuos y le han faltado analistas que hubieran debido extraer de sus experiencias elementos válidos para una correcta aplicación de la no-violencia en el futuro próximo de nuestra civilización.

      Es cierto que Gandhi fracasó, al no haberse hecho de la India un Estado único y pacífico, y así lo reconoció él mismo más de una vez en los últimos años de su vida. Sus mismos seguidores —algunos de ellos al menos— han reconocido también este fracaso. Así Jean Herbert en el prólogo de la primera edición francesa de «Cartas al Ashram» (1960) escribe paladinamente: «En la India, después de haber disfrutado de un prestigio mayor, tal vez, que el de ningún otro hombre, Gandhi corre el peligro de entrar en una fase de eclipse, porque los dirigentes del país y —aunque en menor medida— las propias masas de su pueblo, tienden a arrojar sobre él la responsabilidad de todas las dificultades con que choca hoy la nueva nación independiente».

      Que el balance histórico de la N.V. sea hasta ahora por completo insuficiente, es algo con lo que estoy enteramente de acuerdo. Pero yo invitaría a los partidarios de la violencia a que realizasen también el balance de las luchas armadas, por ejemplo en los últimos quinientos años, y estoy seguro de que este otro balance arrojaría un resultado no sólo insuficiente sino absolutamente negativo.

      Las guerras de todo tipo, incluidas las llamadas civiles; las revoluciones armadas; las sanguinarias represiones, etc., no sólo no han servido para resolver los problemas reales de los pueblos oprimidos, sino que han dejado tras sí un enorme reguero de sangre y de sufrimientos inútiles que los hombres del porvenir juzgarán probablemente como el ejemplo más claro y nefando de la irracionalidad humana.

      Gandhi observó que, entre el diálogo político normal —inservible en determinadas luchas de liberación— y la lucha armada, existe una tercera vía constituida por una larga serie de tipos de acción directa que fueron inventados o, por lo menos, perfeccionados por él. Así las huelgas, las concentraciones de masas, la huelga de hambre, los ayunos colectivos, las huelgas de consumidores, la desobediencia pública a las leyes injustas, la negativa a la colaboración ciudadana, etc., son métodos de lucha física y moral y también psicológica, mediante los cuales las gentes oprimidas pueden combatir sin caer en las acciones sangrientas y mortíferas. Según Gandhi los gobiernos tratarían de contener estas actitudes por medio de medidas brutales o sanguinarias y toda la habilidad del combatiente «satyagraha» deberá consistir precisamente en rehuir este tipo de acciones y en mantenerse en la no-violencia.

      El Mahatma tuvo la intuición de que estas nuevas formas de lucha serían el arma del futuro. El no hizo sino unas primeras experiencias; pero harán falta muchas más pruebas y más importantes que las conocidas hasta ahora para que la intuición gandhiana se realice. Los partidarios de la no-violencia deben mirar, pues, mucho más al porvenir que al pasado.

      Atacar hoy a la N.V. fijándose sólo en la experiencia de la India, y en otras mucho menos importantes, es como si en los primeros tiempos de la electricidad alguien se hubiese dedicado a ridiculizar esta nueva forma de energía fundándose, por ejemplo, en los experimentos con ancas de rana realizados en aquel entonces por Galvani.

 

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