Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

¿Un referéndum amañado?

 

El Diario Vasco, 1986-01-04

 

      Como todo el mundo sabe el asunto de la OTAN ha venido coleando, a lo largo de la presente legislatura. Tras mucho hablar y mucho decálogo arriba y abajo, ha llegado la hora de que el Gobierno adopte una postura clara y definitiva sobre esta importante cuestión.

      Por fin se ha producido un hecho significativo y vinculante para el ejecutivo, aunque el mismo no llegue —ni mucho menos— a desvelar la totalidad del misterio. En efecto, el día 27 de diciembre, víspera de los Santos Inocentes, la Cámara Baja votó casi unánimemente la siguiente propuesta: «El Congreso de los Diputados manifiesta su voluntad de que España permanezca en la Alianza Atlántica».

      Pero he aquí que un par de días después el periódico «La Vanguardia» da a conocer una encuesta enteramente digna de crédito según la cual el 45% del electorado se declara partidario de que España abandone la OTAN mientras que sólo un 33% del mismo se manifiesta favorable a la permanencia o a la plena integración en la misma.

      Es aquí donde se patentiza o se patentizará en su día, si el referéndum llega a celebrarse el problema más grave, respecto del cual la cuestión de la OTAN no habrá sido, en definitiva, más que un mero detector: la discordancia entre la calle y el Parlamento.

      Esto es lo que ocurrirá, de modo casi inexorable, si Felipe González se empeña en mantener su promesa, o algo, más o menos vagamente parecido a esta: saldrá a la superficie y —por decirlo así— adquirirá forma visible, un hecho que ni al Gobierno ni al Parlamento les conviene de ninguna manera que aparezca.

      Yo sigo pensando que el jefe del Ejecutivo no cometerá este error, es decir, no se meterá en la boca del lobo, aceptando un diálogo directo con la «calle» en el que se va a evidenciar que ésta no piensa ni siente de acuerdo con el gabinete, por lo menos en el asunto otánico, y quizás tampoco en otros varios, porque después de un referéndum fallido siempre se habrá dado paso a la duda.

      Claro está que el «premier» socialista aún le queda una salida fácil y relativamente segura. Podrá decir, por ejemplo: señores, tenemos ya un punto de partida sólido para plantear ante el pueblo la cuestión de la OTAN. La «voluntad nacional» ha quedado expresada claramente por el voto parlamentario del 27 de diciembre.

      Por una mayoría abrumadora se ha decidido que España permanezca en la Organización de Naciones Unidas. Esto es ya una cosa acordada y que nadie puede poner en duda. Pero, evidentemente, no está determinado aún el «modo» de esa permanencia. Recurriremos, pues, al pueblo para que nos lo diga: si la pertenencia del Estado español a la OTAN debe establecerse a un nivel más alto o más bajo que el actual; si España debe o no incorporarse al aparato militar de la Organización Atlántica, en qué grado o forma lo habrá de hacer, en su caso esta incorporación, etc. etc. tales son las cuestiones sobre las cuales el pueblo español va a poder decidir con toda libertad en el referéndum. Y nosotros —el Gobierno— acataremos esta decisión con la mayor fidelidad. ¿Qué más democracia que esto, señores? ¿Qué más democracia?

      Si este u otro muy parecido a este, fuese el camino elegido por Felipe González y mucho nos tememos que así ocurra no cabe duda de que la opinión antiotanista, que —no lo olvidemos— es muy probablemente mayoritaria en el país, se sentiría defraudada, e incluso burlada, y su reacción más verosímil al serle sustraída la posibilidad de manifestarse sobre la cuestión básica —la de la permanencia— sería la de no votar o la de votar en blanco.

      Pero, tanto en un caso como en el otro, se pondría en evidencia el divorcio entre el pueblo y la Cámara y esto sería muy grave para la credibilidad del partido mayoritario.

      En último extremo aparecerían «dos voluntades nacionales»: la voluntad parlamentaria, que en realidad no es otra que la voluntad de los partidos y la voluntad de la gente, la voluntad del pueblo, en franca oposición con la de los partidos parlamentarios aunque no fueran más que en el asunto de la OTAN.

      Notemos que esta especie de contraposición entre las dos «voluntades citadas», se produce siempre, en mayor o menor grado, salvo evidentemente en la democracia directa, en la que el pueblo decide por sí mismo sobre todas las cuestiones verdaderamente importantes.

      Pero la democracia directa es una bella utopía y, siempre que se ha ensayado en un gran país, ha degenerado en demagogia y, finalmente, en tiranía.

      Se hace pues necesario encontrar una fórmula intermedia entre la representación el poder directo del pueblo.

      Un sistema de representación rigurosamente exacto que diera como resultado una imagen matemática del estado de opinión de la base sería catastrófico. Podría pensarse por ejemplo en un procedimiento estadístico —que convirtiese la elección en una especie de sorteo el cual sería, sin duda, el más perfecto desde el punto de vista de la representatividad, de la muestra seleccionada. Pero un Parlamento elegido de esta manera resultaría un auténtico manicomio. No serviría para nada.

      Lo mejor para una democracia de partidos es seguramente un término medio entre la representatividad y la gobernabilidad, sacrificando, en cierta medida, la primera a la segunda... pero sin abusar.

      En todo caso, si se va a un referéndum «amañado» la gente —mucha gente— se va a sentir estafada.

      Desde el punto de vista de la izquierda popular o callejera —dicho sea con todos los respetos— aceptar este «pulso» que le propone el Gobierno será una ocasión excelente para manifestar su disconformidad con los partidos parlamentarios.

      En cambio, atreverse a lanzar este rato, por muy preparado que estuviese, sería para el propio Gobierno una experiencia muy peligrosa, y no están los tiempos para esas aventuras.

      — «Mira niño, de aquí en adelante los experimentos con gaseosa» le dijo el pater familiae a su joven vástago que había dejado escapar la mitad del «champagne», al intentar abrir —inexpertamente— la botella.

      Yo pienso que a papá Reagan el proyecto de experimento no le va a gustar y que al final todo se quedará en la victoria parlamentaria de la víspera del día de Inocentes.

 

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