Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

¿Una situación sin salida?

 

El Diario Vasco, 1986-09-14

 

      Basándose en su directo conocimiento del territorio italiano, Rossana Rossanda ha publicado en «El País» un artículo —«Terrorismo y alternativas políticas»— particularmente interesante para nosotros, los vascos.

      La lectura de este artículo sugiere algunas cuestiones de importancia. Uno se pregunta, en primer término, si la experiencia italiana es aplicable al caso vasco.

      La respuesta de Rossana Rossanda es claramente negativa. Se reconoce en ella que la acción de «Brigadas Rojas», y de las otras organizaciones terroristas detectadas en Italia estos últimos años, no tiene nada que ver con las reivindicaciones nacionalistas de ETA o del IRA. La presencia del factor étnico establece una diferencia esencial entre unos y otros casos e impide que ambos tipos de problemas sean objeto de un mismo tratamiento.

      La segunda cuestión que se nos plantea al leer este artículo es la misma que a todos tan tremendamente nos preocupa en estos momentos: ¿Cuándo y cómo podrá acabar esta situación?

      Rossanda piensa que los «contactos» pueden resultar aquí más fáciles que Italia.

      Â«Nadie podrá erradicar del pueblo vasco la necesidad de autonomía que es consustancial con su diversidad histórica». Excluido «el exterminio de una etnia, que un Gobierno socialista no puede ni siquiera imaginarse», el diálogo «con un grupo nacionalista delimitado» es quizás la única actitud posible. Esta es la opinión de R.R.

      Lo malo del caso es que esta autorizada opinión, que presenta el diálogo como único camino viable, resulta de muy difícil realización en el terreno práctico.

      Â¿Dónde está ese «grupo nacionalista delimitado» con el que el Estado podría negociar de modo eficaz? Aunque esto no sea metafísicamente imposible, pienso que quienes creen en un inmediato acuerdo «digno y honorable para ambas partes» —como se ha dicho alguna vez— fantasean en gran escala.

      Muy lejos de todo propósito de negociación, especulan otros con la idea de que una acción represiva muy fuerte, llevada a cabo con el máximo rigor —siempre habría medios de burlar o soslayar las garantías constitucionales— podría acabar definitivamente con el fenómeno. En este sentido, se llega incluso a rumorear que la solución estaría en una especie de golpe militar restringido al País Vasco y realizado con la tácita connivencia del Gobierno. En un dos por tres acabaría el Ejército con el problema, como ya lo hizo en otros tiempos.

      Todo esto que se dice puede no ser más que palabras, pero puede también convertirse en realidad el día menos pensado.

      Respecto de la hipotética acción militar, todo el mundo sabe cuáles fueron los resultados de la política rabiosamente antinacionalista realizada por los generales Primo de Rivera y Franco, a partir de los años 23 y 36, respectivamente. Estos dos generales han sido —alguna vez lo hemos solido decir, un poco en broma— los mayores y más eficaces propulsores que el nacionalismo vasco haya tenido jamás.

      Ahora bien —preguntará alguno—, puesto que una negociación efectiva es imposible por lo menos a corto plazo, y que, por otra parte, la presunta «salida» represiva no es tal, ¿qué va a pasar aquí?

      No debemos alimentar falsas ilusiones. Hay muchas probabilidades de que el conflicto se prolongue durante largos años, como ha ocurrido en el Ulster; pero debemos tener el suficiente coraje y el necesario realismo para reconocerlo así.

      El mal que padecemos ha de ser tratado, no como una indisposición pasajera, sino más bien, como una enfermedad crónica, una de esas dolencias duraderas con las que hay que cargar conscientemente.

      Esto no significa en modo alguno que la cosa no vaya a terminar nunca. La circunstancia cambiará necesariamente algún día. Lo que ahora es impensable se hará entonces posible. Surgirá un nuevo horizonte histórico dentro del cual la violencia podrá ser definitivamente superada por el diálogo.

      Pero, hoy por hoy, nadie puede afirmar racionalmente que la paz esté a la vuelta de la esquina.

      Es evidente que en estas condiciones el tratamiento del problema ha de ser enormemente prudente. Sobre todo, nada debe hacerse que pueda agravar la situación.

      Así, las medidas del Gobierno no deben servir en ningún caso para echar más leña al fuego, como parece que ocurre algunas veces.

      Aunque uno crea que dentro del actual horizonte una negociación real y efectiva es imposible, no debe por eso abandonar toda esperanza.

      El cuadro histórico puede y debe cambiar y en esta dirección hay un amplio campo de posibilidades para la acción de los hombres de buena voluntad.

      A mi modesto juicio el presidente del Gobierno, Felipe González, comete, pues, una imprudencia al declarar paladinamente que «nunca» habrá negociación.

      El pueblo vasco se sentiría probablemente muy feliz el día en que los hechos vinieran a desmentir estas irreflexivas palabras del presidente.

 

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