Karlos Santamaria eta haren idazlanak

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El futuro del comunismo

 

El Diario Vasco, 1990-03-17

 

      Mucha gente piensa que el comunismo está acabado y que lo único que interesa de él en este momento es saber qué rumbo tomarán los países del Este tras haber abandonado definitivamente la vía marxista-leninista de la gran revolución.

      Los anticomunistas declarados cantan ahora victoria como diciendo: «¿ven ustedes cómo teníamos razón?». Así, el ex consejero de Carter, Zbigniew Brzezinski, en su libro, recientemente traducido al español: «El gran fracaso: nacimiento y muerte del comunismo en el siglo XX», afirma categóricamente que nada, absolutamente nada, de lo que el comunismo ha producido en sus setenta y tantos años de existencia tiene ya valor alguno ni merece ser conservado.

      No menos dura es la crítica del escritor francés Michel Naudy, en un artículo suyo titulado: «Pour un bel enterrement». El comunismo como sistema planetario —escribe Naudy—, no sólo se encuentra enfermo, sino que está agonizando. Lo único que queda por hacer es prepararle «un hermoso funeral» tratando de evitar que su muerte traiga a los pueblos nuevos problemas.

      Ahora bien, todo esto ¿no es ir demasiado lejos, pensar las cosas de una manera demasiado simple?

      André Fontaine, director de «Le Monde» publicó no ha mucho un comentario en el que ponía en guardia a sus lectores contra este género de actitudes iconoclastas. Los grandes movimientos de la Historia —decía Fontaine— no terminan ni desaparecen tan fácilmente. El viento cambia a menudo de rumbo y lo que a un momento dado puede parecer un final irreversible no es frecuentemente sino una fase pasajera de su desarrollo. También el liberalismo económico se hallaba, por ejemplo, en pleno descrédito en vísperas de la segunda guerra mundial: «hoy, en cambio, el Este y el Oeste rivalizan en sus declaraciones de amor al mercado libre».

      Tal como explican el asunto algunos comentaristas algo parecido a esto es lo que va ocurrir ahora con el comunismo. Durante un tiempo podrá parecer que éste ha concluido, pero pronto se verá que las actuales dificultades no son sino una «crisis de crecimiento» seguida de un nuevo paso hacia adelante del proceso comunista.

      Esta es la opinión del incansable Georges Marchais quien a fines del 89, en una fiesta del periódico «L'Humanité» declaraba que el comunismo se halla ahora en su «segunda juventud» y está dando pruebas de «su vitalidad y su capacidad para hacer avanzar la Historia».

      No menos optimista es la postura de su colega en el comité central del PCF, Anicet Le Pors, antiguo ministro comunista, quien afirma que la situación de crisis que conocen hoy en día los países socialistas no proviene de un exceso de socialismo sino de una aplicación insuficiente y no siempre acertada de los principios socialistas: lo que ahora viene no es el final del comunismo sino una regeneración y reforzamiento de éste. «El comunismo no sólo no ha fracasado sino que aparece actualmente como una inmensa cantera de experiencias, a partir de la cuál los revolucionarios modernos podrán avanzar hacia la construcción de una nueva sociedad más justa y más humana».

      Quizás todo esto no son más que palabras, a la medida de lo que los franceses acostumbran. Más realistas y eficaces son tal vez las actitudes manifestadas por los comunistas italianos en su congreso extraordinario que acaba de celebrarse en Bolonia.

      El interés de este congreso ha estado centrado en el larguísimo, penetrante y revolucionario informe del secretario general del PCI, Achille Occhetto.

      Después de grandes discusiones, y por una amplia mayoría, Occhetto obtuvo del congreso un plazo de un año para preparar la re-constitución del partido a base de transformaciones sustanciales de gran importancia.

      Su crítica del pasado comunismo no ha sido ciertamente blanda. «El socialismo real —afirmó— ha producido en muchos casos males mayores que los que pretendía combatir y ha traicionado la causa de la liberación humana». Se impone pues un cambio radical, pero esto no significa el final del comunismo, ni mucho menos, sino «un nuevo comienzo de su realidad política».

      Para Occhetto, del PCI, debe salir ahora una nueva «fuerza de izquierda», más abierta, menos dogmática, mejor dispuesta para el ejercicio del poder, en coalición incluso con otros partidos. Hasta la denominación de «comunista» tendrá que desaparecer en este momento, porque «es más importante salvar la cosa que empeñarse en conservar el nombre».

      A tenor de estas ideas pienso que una gran parte del lastre dogmático que hasta el presente arrastraba el comunismo, como, por ejemplo, el famoso «humanismo marxista» y la explicación dialéctico-materialista de la Historia vista como lucha de clases, habrá de ser arrojada ahora por la borda lo más rápidamente posible.

      El tiempo dirá si estos propósitos se han cumplido o no; pero, en todo caso, hay una cosa cierta y es que, mal que les pese a los conservadores del PC que se oponen tenazmente al cambio, al comunismo actual no le queda ya otro futuro que el de renovarse o morir.

 

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