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Jacinto Bátiz Cantera

Otra función del médico, administrar la muerte

Profesor del Máster de Atención Integral en Cuidados Paliativos y director del Instituto para Cuidar Mejor del Hospital San Juan de Dios de Santurtzi

  • Cathedra

First publication date: 14/01/2021

Jacinto Bátiz Cantera
Jacinto Bátiz Cantera. Foto: Mikel Mtz. de Trespuentes. UPV/EHU.

Cuando hace muchos años salí de la Facultad de Medicina con el fin de ejercer la profesión para la que se me había facultado con los conocimientos suficientes, pensaba que tratar las enfermedades de las personas era mi única función como médico. Pero cuando, más tarde, en 1996, leí el Informe del Hasting Center comprendí que los fines de la medicina debían ser algo más que la curación de la enfermedad y el alargamiento de la vida: había que poner un énfasis especial en aspectos como la prevención de las enfermedades, la paliación del dolor y el sufrimiento, y que había que situar al mismo nivel el curar y el cuidar, tratando de evitar prolongar la vida indebidamente. Cuando orienté mi actividad asistencial a la Medicina Paliativa comprendí que había enfermos incurables, pero no enfermos incuidables. Mi profesión ya tenía tres funciones: prevenir, curar y paliar cuando no era posible ni lo uno ni lo otro.

Los médicos que desde siempre nos hemos dedicado a cuidar la vida de las personas, procurar su salud, evitar su muerte prematura o, en su caso, acompañar al moribundo para aliviar su sufrimiento hasta el final, pasamos a tener desde ahora, con la Ley Orgánica de Regulación de la Eutanasia, una función más: administrar la muerte de quien nos la solicite. El texto de dicha ley dice, concretamente, administrar “la prestación de ayuda para morir” en sus dos modalidades, según se refleja en el art. 3: “1ª) La administración directa al paciente de una sustancia por parte del profesional sanitario competente. 2ª) La prescripción o suministro al paciente por parte del profesional sanitario de una sustancia, de manera que esta se la pueda autoadministrar, para causar su propia muerte”.

Desear el alivio del sufrimiento, tener una buena muerte, morir bien, es una legítima aspiración de los seres humanos. Los profesionales de la salud estamos obligados a ayudar a nuestros enfermos a aliviar su sufrimiento y a que mueran bien cuando se encuentran en situación terminal, a humanizar el proceso final de su vida para que puedan morir en paz cuando su enfermedad incurable está abocada a llevarlos a una muerte sin escapatoria. Pero, para esto, ¿la solución debe ser la eutanasia? Los cuidados paliativos cuidan la vida de las personas. Estos cuidados no tienen como objetivo la muerte, sino que cuidan la vida mientras aquélla llega a su tiempo, evitando el sufrimiento.

Los médicos no podemos ignorar ni mirar hacia otro lado cuando el enfermo nos manifiesta que no desea continuar viviendo de la manera que lo está haciendo, acompañado por un sufrimiento continuo e insoportable. Es entonces cuando tenemos la obligación de evitar su sufrimiento. Pero tal vez tengamos que reflexionar sobre qué es lo que le hace sufrir hasta el punto de solicitar ayuda para morir cuanto antes. Los que cuidamos a enfermos que sufren pensamos que los progresos de la Medicina Paliativa han provocado el ocaso de la noción de eutanasia como liberación del dolor insufrible. Cualquiera con un poco de experiencia en la atención de enfermos graves sabe que, cuando un enfermo solicita la muerte, es muy importante averiguar qué hay detrás de esa petición. Tal vez sea una llamada de atención, para que se le alivie el dolor o se le ponga remedio al insomnio; quizá sea una queja encubierta para que se le trate de una manera más humana o se le haga compañía; o sencillamente, para que se le explique lo que le está ocurriendo.

Para aliviar el sufrimiento de las personas que padecen una enfermedad incurable, avanzada o terminal, la solución no debiera ser su muerte intencionada; es verdad que tal vez sería lo más fácil. Pero para conseguir ese alivio es preciso garantizar una atención de calidad, centrada en el acompañamiento de la persona sufriente para restaurar la calidad de vida que la evolución de su enfermedad le está mermando. Ha de ser un acompañamiento activo para controlar todos aquellos síntomas que le provocan sufrimiento. Aunque la intensidad que empleemos para su control pudiera adelantar la muerte, esto no sería una práctica eutanásica. Un acompañamiento activo para no provocar más sufrimiento evitando maniobras diagnósticas y terapéuticas innecesarias e ineficaces tampoco sería una práctica eutanásica. Existe la opción de un acompañamiento activo para disminuir la consciencia mediante la sedación paliativa y así evitar el sufrimiento mientras llega la muerte, cuando no lo hayamos podido aliviar con las medidas empleadas hasta el momento. Si esta sedación está bien indicada, bien realizada y autorizada por el enfermo, será una buena práctica médica. Si todo lo anterior se hace adecuadamente, se estará ayudando a que los enfermos no sufran. Pero si no somos capaces de poder ofrecerles esta atención, bien por falta de recursos sociosanitarios o por falta de formación de los profesionales, tal vez se vean abocados a solicitar el adelantamiento de su muerte.

La tentación de la eutanasia como solución precipitada se da cuando un enfermo solicita ayuda para morir y se encuentra con la angustia de un médico que quiere terminar con su sufrimiento porque lo considera intolerable y cree que no tiene nada más que ofrecerle. Los médicos tenemos que aprender a aliviar el sufrimiento de las personas sin que para ello tengamos necesidad de eliminar a quien sufre. Creo que es un fracaso de la Medicina tener que recurrir a la eutanasia porque no se es capaz de dar una solución al sufrimiento de las personas. ¿El médico puede ser el cuidador de la salud de las personas y ser capaz de producir, al mismo tiempo, su muerte intencionada?