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Jenifer Trepiana, Maitane González, Maria Puy Portillo y Saioa Gómez

¿Cómo saber qué personas con hígado graso tienen mayor riesgo de padecer cáncer hepático?

Investigadoras del grupo Nutrición y Obesidad del Departamento de Farmacia y Ciencias de los Alimentos

  • Cathedra

Fecha de primera publicación: 10/09/2021

Jenifer Trepiana, Maitane González, Maria Puy Portillo eta Saioa Gómez

Este artículo se encuentra publicado originalmente en The Conversation.

La enfermedad de hígado graso no alcohólico es una condición en la que se produce una acumulación excesiva de lípidos (grasa) en el hígado, en ausencia de un consumo significativo de alcohol y de otras afecciones como la hepatitis viral y las enfermedades autoinmunes.

Sin embargo, no está claro que la ingesta de alcohol moderada o en periodos anteriores no influya en su desarrollo. Debido a ello, se pretende eliminar el término “no alcohólico” de la terminología. El nuevo nombre sería “enfermedad hepática grasa asociada a la disfunción metabólica” o “enfermedad hepática metabólica”. Además, de ese modo se hace referencia a los trastornos metabólicos que influyen en su desarrollo.

Esa enfermedad comienza con la resistencia a la insulina, pero existen otros factores de riesgo que pueden favorecer su aparición, como la obesidad, la hipertensión arterial y las alteraciones de la microbiota intestinal.

Todos esos factores se relacionan con el sedentarismo y un patrón de alimentación caracterizado por un consumo elevado de azúcares libres y grasa saturada. Debido al estilo de vida actual, su prevalencia está aumentando considerablemente, afectando del 14 al 30 % de la población. Además, perjudica no solo a personas adultas sino también a adolescentes y a niños.

En esa enfermedad se distinguen diferentes etapas. Comienza con la esteatosis simple, que se caracteriza únicamente por la acumulación de grasa en el hígado, sin ninguna otra complicación. La esteatosis puede evolucionar, principalmente como consecuencia del estrés oxidativo, a esteatohepatitis, etapa en la que además aparece inflamación.

Tanto el estrés oxidativo como la inflamación dañan las células hepáticas, lo que da lugar a la generación de tejido cicatricial que se conoce como fibrosis. Cuando la cantidad de tejido cicatricial es excesiva, se pierde la estructura habitual del hígado y su funcionalidad, lo que se conoce como cirrosis.

Finalmente, debido a los daños en el hígado, la enfermedad puede desencadenar en hepatocarcinoma (cáncer hepático). Cabe mencionar que el cáncer hepático también se pude desarrollar en pacientes que no presentan fibrosis.

¿Un mayor riesgo de cáncer hepático?

Recientemente se ha descrito que los pacientes que son diagnosticados de la enfermedad del hígado graso no alcohólico presentan una mayor incidencia de padecer cáncer, especialmente cáncer hepático. De hecho, esa incidencia es mayor si el paciente se encuentra en una etapa más avanzada de la enfermedad que si presenta esteatosis simple.

Cabe señalar que la probabilidad de desarrollar hepatocarcinoma es aún superior en pacientes que sufren diabetes junto con la enfermedad del hígado graso no alcohólico. Eso es debido a que las disfunciones metabólicas son un factor de riesgo en la enfermedad.

Se ha determinado que la incidencia de hepatocarcinoma asociada a dicha enfermedad ha aumentado en los últimos años, en particular en el sexo femenino, según un estudio llevado a cabo en la población suiza en los últimos veinte años. Por ello, es fundamental el diagnóstico precoz del hepatocarcinoma en pacientes que sufren esa enfermedad, con el objetivo de mejorar su pronóstico.

Diagnóstico no invasivo

Hasta el momento, la técnica por excelencia utilizada para el diagnóstico de ese tipo de tumores ha sido la biopsia hepática, pero presenta la desventaja de ser un procedimiento invasivo. Por ello, el uso de métodos no invasivos, como técnicas de imagen (ultrasonidos abdominales) y el análisis de biomarcadores, principalmente en sangre, son prometedores para el diagnóstico del hepatocarcinoma.

Sin embargo, el uso de esos biomarcadores es todavía muy limitado debido a que presentan una baja sensibilidad y especificidad. Por ello, se ha propuesto la combinación de esos biomarcadores junto con ultrasonidos abdominales para proporcionar un diagnóstico más robusto. Algunos de esos marcadores analizados en la sangre del paciente son la alfa-fetoproteína o la des-gamma-carboxi protrombina.

También son de suma importancia los biomarcadores genómicos en el diagnóstico temprano del cáncer hepático. A pesar de que la fase inicial de esa enfermedad hepática (esteatosis) se considera benigna, reversible y asintomática, estudios en animales muestran que en el hígado algunos oncogenes (genes promotores o favorecedores de tumores) se encuentran activados, y que algunos genes supresores de tumores, como Tp53 (proteína tumoral 53) y Sirt1 (sirtuina 1), se encuentran inhibidos en esas fases tempranas de la enfermedad. Esto podría suponer un inicio premaligno de la misma.

Hay que señalar, que en los últimos años ha cobrado especial relevancia la microbiota humana como biomarcador de diagnóstico no invasivo del hepatocarcinoma. Fundamentalmente, se ha estudiado la microbiota intestinal y oral, debido a que los pacientes con esa enfermedad presentan variaciones en las poblaciones de bacterias presentes en el tracto digestivo comparado con las de personas sanas, o incluso con pacientes que se encuentran en la fase de cirrosis.

Muchos de esos marcadores se encuentran elevados incluso antes de que la enfermedad pueda ser diagnosticada por otros métodos. Por tanto, el diagnóstico temprano, antes incluso del inicio del cáncer, resulta esencial para poder iniciar cuanto antes el tratamiento y que así el pronóstico sea más favorable.

En resumen, es importante recalcar que ya en etapas muy tempranas y aparentemente benignas de la enfermedad, pueden darse indicios de desarrollo de hepatocarcinoma. Sin embargo, todavía falta mucha investigación al respecto.