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Santiago de Pablo

Historias de la gente corriente

Catedrático de Historia Contemporánea. Facultad de Letras

  • Cathedra

Fecha de primera publicación: 05/10/2023

Santiago de Pablo
Santiago de Pablo | Foto: Nuria González. UPV/EHU.

Durante mucho tiempo, los protagonistas de la historia fueron exclusivamente los reyes, los políticos, los diplomáticos o los jefes militares. Solo en el último tercio del siglo XX la historiografía comenzó a prestar atención a las vidas de la gente corriente, de aquellos hombres y mujeres que hasta ese momento habían quedado en un segundo plano. La vida cotidiana, el trabajo, el vestido, la alimentación, las costumbres, el deporte o la diversión entraron así en un ámbito reservado hasta entonces a los acontecimientos políticos y a la estructura socio-económica. Esa nueva corriente historiográfica nació, con enfoques distintos, en Francia y en Alemania, extendiéndose después a otros países.

En un libro reciente (‘Gente corriente en tiempos convulsos: La vida cotidiana en el País Vasco, 1931-1939’, Vitoria-Gasteiz, Betagarri Liburuak, 2023) he aplicado ese enfoque al caso vasco durante la II República y la Guerra Civil. De hecho, todavía hoy conocemos bastante bien, dada su trascendencia, la historia política, económica y social de la década de 1930 en territorio vasco, pero no tanto la vida diaria de sus habitantes. Es cierto que, precisamente por ser muy convulsos, en esos años la política lo envolvía todo, pero, a la vez, la mayoría de la población estaba preocupada por qué comer ese día, por cómo vestirse, por los resultados de su equipo de fútbol, por el baile de esa noche o por la película que se estrenaba en el cine. Quizás la situación no era muy distinta de la actual, cuando las disputas políticas ocupan la primera plana en las noticias, pero, para la mayoría de la gente, es más importante el precio del litro de aceite o con quién va a quedar esa noche.

Además, el ritmo de la historia de la vida cotidiana no siempre coincide con los cambios legales o políticos. Por ejemplo, en la década de 1930 el País Vasco estaba en plena transición entre la sociedad tradicional y la cultura de la modernidad. La unidad familiar, la práctica religiosa o algunas formas de diversión mantenían características tradicionales y, al mismo tiempo, se iban asentando novedades de la cultura de masas que, en esa época, ya eran corrientes en Estados Unidos o en algunos países europeos. La mayoría de esas transformaciones provenían al menos de los años veinte, pero el cambio político de la República las aceleró, incluso adelantándose a la realidad social. Así lo demuestra que algunas innovaciones legislativas republicanas (por ejemplo, la legalización del divorcio) apenas tuvieran aplicación en una provincia como Álava.

Y es que la sociedad vasca de los años treinta no era homogénea, con grandes diferencias entre clases sociales y entre los ámbitos rural y urbano. En los pueblos se habían producido cambios desde finales del siglo XIX, pero los modos de vida eran todavía tradicionales: economía casi de subsistencia, alimentación poco variada, religiosidad tradicional, escaso acceso a los espectáculos públicos y a los medios de comunicación, etc. En las capitales, aunque cada una tenía su propia idiosincrasia, la vida cotidiana era mucho más moderna: automóviles, servicios higiénicos, teléfono, publicidad, moda, cine, radio, espectáculos deportivos, etc. Dentro de las ciudades, la estratificación social traía consigo muchos contrastes. Los obreros (sobre todo los de la margen izquierda y la zona minera vizcaína) tenían peores condiciones materiales que muchos campesinos. En plena crisis económica mundial, tras el crack del 29, la lucha por la vida no era una metáfora para unas personas que debían trabajar intensamente con el fin de sostener a duras penas a sus familias, y aún no había seguridad social ni seguro de desempleo.

Ese proceso de transformación de los hábitos sociales cambió drásticamente con la Guerra Civil. En el bando republicano, especialmente en Gipuzkoa en el verano de 1936, se ensayó una transformación radical de la vida cotidiana en un sentido revolucionario. En el País Vasco franquista, como en toda España, la dictadura trató de frenar en seco las reformas procedentes de la República, pero, pasados los primeros años de férreo control, no parece que lo consiguiera del todo. La dictadura comenzó a debilitarse, precisamente, cuando la sociedad vasca retomó en la década de 1960 una modernización, al menos económica –pero con consecuencias sociales y culturales, por mucho que la dictadura tratara de frenarlas–, produciéndose un claro desequilibrio entre la situación política y la sociedad civil.

Eso explicaría, desde finales de los años sesenta, y sobre todo tras la desaparición del franquismo, que la vida cotidiana en Euskadi cambiara mucho en muy poco tiempo, al alcanzar, en apenas dos décadas, las transformaciones que en casi toda Europa occidental se lograron tras un largo proceso. Algunos de los problemas que tuvieron que superar los habitantes del País Vasco en la década de 1930 han desaparecido y parecen muy lejanos en el tiempo. En otros casos, existen ciertas continuidades, incluso geográficas. La revolución tecnológica ha sido radical y se ha avanzado muchísimo en ámbitos como la igualdad entre mujeres y hombres, aunque haya que seguir mejorando en ese y otros aspectos. Por último, la inmigración procedente de otros países, diferente de la que hace noventa años llegaba de otras regiones españolas, nos obliga a repensar la necesaria integración social, que permita construir en el siglo XXI una vida cotidiana mejor que la que llevaban nuestros antepasados en la década de los años treinta del siglo pasado.