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La UPV/EHU aborda en un libro los orígenes del modelo industrial de Gipuzkoa

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Fecha de primera publicación: 07/02/2018

Isabel Mugartegui y Elena Catalán
Isabel Mugartegui y Elena Catalán. Foto: UPV/EHU.

La obra ofrece una novedosa perspectiva de la industrialización guipuzcoana en un periodo en el que se definieron y perfilaron sus características más relevantes, atendiendo tanto a la estructura productiva de cada sector como a la inversión que permitió su desarrollo.

El modelo industrial guipuzcoano hunde sus raíces a principios del siglo XX. En el primer tercio de aquel siglo la industria de Gipuzkoa se situaba, tras Madrid, Barcelona y Bilbao, en lo que a capitales invertidos se refiere, como punta de lanza de la industria estatal. En aquel periodo, en concreto en la industria guipuzcoana de los años veinte, convivieron ramos aún tradicionales con otros novedosos dedicados a producir bienes de equipo e intermedios. Las materias primas y las auxiliares fueron suministradas por el mercado interior —salvo algunos aceros especiales, productos químicos o de las colonias— y se manufacturaron para satisfacer la demanda endógena. No obstante, la salvedad vino de la mano de las armas, damasquinados, alpargatas y conservas, sectores que tuvieron una inusual proyección en los mercados internacionales.

La obra ‘Gipuzkoa industrial (1886-1924)’, escrita por las profesoras de la Facultad de Economía y Empresa de la UPV/EHU, Elena Catalán e Isabel Mugartegui, y publicada por el Servicio Editorial, ofrece una novedosa perspectiva de aquella industrialización guipuzcoana en un periodo en el que se definieron y perfilaron sus características más relevantes, atendiendo tanto a la estructura productiva de cada sector como a la inversión que permitió su desarrollo.

Las autoras han tomado como referencia los datos del cuestionario que la Hacienda Foral pasó a las empresas de la provincia para adecuar la base contributiva de la provincia a la expansión económica e industrial y poder así negociar un nuevo cupo. “Más de 3000 empresas respondieron a esta encuesta-explica la profesora Elena Catalán-, ofreciendo datos de inversión, empleo, fuerza motriz, combustible, materias primas y auxiliares utilizadas en el proceso de producción, así como el output de todos y cada uno de los sectores industriales, y no solo de los más conocidos.  Esta foto fija, se ha completado con una perspectiva evolutiva utilizando los censos industriales realizados con anterioridad, especialmente los de 1860, 1908 y 1915 que cobran así una nueva dimensión. Así mismo, hemos complementado los datos del Censo con los que ofrece del Registro Mercantil de Gipuzkoa (RMG-GME), en el periodo comprendido entre 1886 y 1926, y que analizados con análisis de redes (ARS) aportan nuevas claves sobre las características de la inversión”.

Del análisis combinado de los diferentes censos industriales y del registro mercantil estas profesoras de la UPV/EHU confirman que, Gipuzkoa a lo largo del siglo XIX dejó de ser una provincia ferrona y armera para iniciar un proceso de modernización que le llevaría a convertirse, ya en el primer tercio del siglo XX, en una de las más industrializadas de España.

“El traslado de las aduanas a la costa, la crisis de la siderurgia tradicional y la política proteccionista adoptada por la monarquía, permitieron el desarrollo de un atractivo mercado interior que desbordaba el ámbito geográfico vasco. La apertura de este mercado protegido aseguraba la demanda mientras que, desde el lado de la oferta, se priorizaron a aquellas actividades que podían acceder tanto a capital fijo barato como a ingenios hidráulicos en desuso. En este sentido, la nobleza del país jugó un papel decisivo ya que optimizó el uso de sus infraestructuras permitiendo que nuevas industrias se instalaran en ellas con actividades que nada tenían que ver con la molturación o la manufactura del hierro. Esta circunstancia explica el predominio del agua frente al vapor en la primera fase industrializadora y, más tarde, de la hidroelectricidad e incluso el recurso a la central propia, característica muy común en la industria guipuzcoana”, subraya Catalán.

Sin embargo, el capital necesario para impulsar las nuevas empresas no partió de los propietarios sino de la clase mercantil y de técnicos “industriales” que, asociados con técnicos y comerciantes franceses, buscaron consolidarse en el incipiente mercado español. Así, en primer lugar, se desarrolló una pequeña industria de bienes de consumo que, por sus características, exigía menos energía, equipamiento técnico y recursos financieros para constituirse. Esta dio paso a nuevos ramos industriales, como el papel o el cemento, que alcanzaron una posición de liderazgo en el mercado nacional. En segundo lugar, la siderurgia se reconvertía de la mano de los propios metalúrgicos, que supieron transformar una industria atrasada y en declive en otra moderna capaz de atender con rapidez y flexibilidad a la nueva demanda del mercado. Toda esta industria en su conjunto desarrolló efectos difusores en el crecimiento económico que se hicieron explícitos en el primer tercio del siglo XX.

“En el contexto de la Primera Guerra Mundial-prosigue la profesora Elena Catalán-, y después de ella, se abrió la puerta a nuevas inversiones que requerían mayor desembolso y flexibilidad que las ofrecidas por el modelo de asociación tradicional —sociedades colectivas o comanditarias—, sin perder por ello su carácter familiar o local. De ordinario, y a pesar del boom de constitución de sociedades anónimas a partir de 1916, fueron los industriales guipuzcoanos quienes impulsaron el desarrollo económico, al diversificar sus recursos tanto en aquellos ámbitos que conocían como en otros nuevos y con gran futuro. El análisis de las relaciones societarias demuestra que el tejido empresarial guipuzcoano evolucionó desde una estructura muy compartimentada, con múltiples inversores de pequeño calado e interesados en actividades que les eran conocidas, hacía otra más organizada y compleja en la que no faltaban los negocios eléctricos o financieros, lo que muestra gran iniciativa y dinamismo”.

En la obra se recogen los datos del Censo de Producción Industrial de los años 1923-1924, que muestra una industria que aún conserva “ciertos rasgos de inmadurez en las fórmulas de inversión o en la pervivencia de numerosos establecimientos ligados a actividades tradicionales como la molienda, la metalurgia o las serrerías, que seguían utilizando la energía hidráulica como fuerza motriz y eran muy intensivas en mano de obra. Sin embargo, el fácil acceso a los recursos hídricos permitió que la electricidad entrara con fuerza y se modernizaran la mayoría de los sectores, que no dudaron en integrar, individual o colectivamente, centrales hidroeléctricas en la propia fábrica”.

La industria guipuzcoana supo, en palabras de las autoras del libro ‘Gipuzkoa industrial (1886-1924)’, crecer y diversificarse en el marco de la pequeña y mediana empresa, aprovechando los nichos de negocio que brindaba un mercado interior protegido. “Las características físicas de la provincia favorecieron el agrupamiento geográfico y el fortalecimiento de relaciones societarias en un entorno cercano, propiciando la formación de distritos industriales, característica que define al modelo guipuzcoano y lo diferencia de otros dominados por la gran empresa y el capital financiero. La transferencia intersectorial de capitales fue favorecida, sin duda, por la presencia de un alto grado de capital social en estas aglomeraciones industriales. Y ello impulsó una organización empresarial que podríamos llamar ‘colaborativa’, permitiendo que pequeños industriales pudiesen participar en proyectos colectivos para dotarse de insumos y fuerza, logrando una competitividad que no hubiera sido posible en otro contexto”.

Este esfuerzo inversor tuvo, sobre todo, dos destinatarios, el sector del papel y la metalurgia, que en los años veinte pugnaban por la hegemonía en el panorama industrial guipuzcoano. La industria del papel, gran demandante de capital y energía, estaba condicionada por su pertenencia al cártel que en España había formado Papelera Española. Sin embargo, aún mantenía personalidad propia al especializarse en productos como papeles especiales, cartones y embalajes y al atraer capitalistas del mundo editorial español. Por el contrario, la metalurgia había tomado el testigo de la manufactura del Antiguo Régimen, modernizándola y adaptándola a los nuevos requerimientos técnicos, energéticos y de demanda. Pequeños talleres y empresas de carácter familiar o colectivo, que empleaban al 30% de los obreros guipuzcoanos, se diseminaron por el valle del Deba conformando una especialización productiva que acabaría por ser la seña de identidad de Gipuzkoa a lo largo del siglo XX.

El Censo de Producción Industrial de los años 1923-1924 también muestra el declive de las industrias que fueron pioneras en la Primera Revolución Industrial y el ascenso de otras vinculadas a la Segunda. “El sector alimenticio, predominante en el siglo XIX, a pesar de transformarse y diversificar su estructura —licores, fábricas de harina, chocolates y conservas—, no consiguió frenar la caída de su peso relativo en el conjunto de la industria. Lo mismo se puede decir del ramo textil, que se orientaría a satisfacer la demanda del mercado guipuzcoano, excepto en el caso de la alpargata o de la confección. En el lado opuesto, los materiales para construir, especialmente el cemento Portland, los destilados o el refino de petróleo se revelan como una gran apuesta de futuro, en el marco incluso de la industria española, comenzando entonces su andadura con un carácter marcadamente innovador”, menciona la profesora Elena Catalán.