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Santos Alonso

¿Qué ha hecho el nobel Svante Pääbo por nosotros?

Profesor de Physical Anthropology y coinvestigador principal del grupo Human Molecular Evolution

  • Cathedra

Fecha de primera publicación: 27/10/2022

Santos Alonso
El profesor Santos Alonso | Foto: Fernando Gómez. UPV/EHU.

El Premio Nobel en Medicina o Fisiología de 2022 ha sido concedido a Svante Pääbo, por “sus descubrimientos en lo que se refiere a los genomas de homininos [1] extintos y la evolución humana”. Al comité del Karolinska, como sucedió con la Academia Sueca al conceder el Nobel de Literatura a Bob Dylan en 2016, parece gustarle la polémica: ¿cómo es posible que un biólogo, y además evolucionista, reciba el Premio Nobel de Medicina? Ciertamente, no faltan candidatos alternativos, por ejemplo, la bioquímica Katalin Karikó, por su innovadora vacuna contra la COVID-19. Para empezar, como todo el mundo sabe, la bioquímica es una disciplina mucho más noble que la evolucionista; sin olvidar que la vacuna ha salvado muchas vidas. Por otro lado, ayudaría a visualizar el cortoplacismo y miopía de cierto sector del mundo académico: a Karikó perseguir su idea disruptiva le costó el puesto en la universidad por no conseguir evaluaciones positivas de sus pares y, sin embargo, la misma idea le ha permitido triunfar en la industria.

Así que, al igual que en ‘La vida de Brian’ el líder del Frente Popular de Judea se preguntaba: ¿qué han hecho los romanos por nosotros?; ahora muchos también se preguntan: ¿qué ha hecho Svante Pääbo para merecer el Premio Nobel de Medicina?

Conocí a Svante en el congreso de la Sociedad de Biología Molecular y Evolución (SMBE) en 1997, en la ciudad bávara de Garmish-Partenkirchen. En la cena del congreso, apareció vestido con el traje típico del Oktoberfest, pantalones cortos de cuero y tirantes, y otros accesorios como la tradicional jarra de cerveza de litro en la mano, bailando con otros tres bávaros, altos, fuertes y rubios. Con Svante, igualmente alto (o más) pero la mitad de ancho (o menos), y con gafas, parecía más un número de cabaret que un baile típico. Una persona capaz de no tomarse excesivamente en serio me pareció una persona inteligente. Los que le conocen mejor dicen que es, además, una persona de fuerte carácter y un visionario.

Para entonces, Svante Pääbo ya había fundado una nueva disciplina, la Paleogenómica, que iba a poner patas arriba nuestra comprensión de la historia evolutiva humana. Con la Paleogenómica se posibilita la recuperación y el análisis de ADN de restos biológicos muy antiguos: en homininos, los restos más antiguos secuenciados son de ~400.000 años (Sima de los Huesos, Atapuerca); en otras especies animales, un mamut de 1,2 millones de años ostenta el récord. Incluso es posible recuperar ADN a partir de sedimentos de los hábitats de esos individuos antiguos. Al igual que Galeno abrió una ventana al interior del cuerpo humano, Svante Pääbo habría conseguido abrir una ventana al pasado, asomar la cabeza y contarnos qué estaba ocurriendo hace miles de años en la evolución de las especies. Ya en 1985 había publicado en Nature la posibilidad de clonar y secuenciar ADN de momias antiguas, un trabajo que, al parecer, hacía por las noches y fines de semana, mientras que por el día se dedicaba a su tesis oficial sobre cómo la proteína E19 de los adenovirus modula el sistema inmune.

Pero el gran puñetazo a la frontera del conocimiento llegó en 2010 cuando, gracias al desarrollo de las técnicas de secuenciación masiva y a partir de extractos de restos óseos de ~40.000 años de antigüedad, pudo completar el primer borrador del genoma completo del Neandertal, un hominino extinto que habitó Eurasia típicamente entre ~300.000 y ~40.000 años atrás, y que convivió con el Homo sapiens. Los resultados representaron un gran revolcón para la Antropología, ya que se observó que entre el 1-4 % (hoy en día se estima que entre 1-2 %) del genoma de los humanos no africanos proviene de los neandertales. Es decir, nuestros antepasados Homo sapiens, que habían salido de África, se habían reproducido con los neandertales que habitaban ya Eurasia, y habían tenido descendencia. Eso ha hecho que nos tengamos que replantear el propio concepto biológico de especie.

Tan sólo un año después, el equipo de Pääbo anunció que habían conseguido obtener la secuencia del genoma de unos restos (la falange distal de un meñique) datados en 30.000-50.000 años, y hallados en la Cueva de Denisova (montañas Altái, Sur de Siberia), y aún sin asignar a ninguna especie en concreto por falta de restos de los que obtener una morfología. ¡Y boom! Los resultados indicaron que esos restos correspondían a una especie distinta a los humanos modernos y a los neandertales, pero que coexistió con ellos, denominada genéricamente denisovanos. Esos denisovanos parecen ser una especie hermana de los neandertales que -¡oh, sorpresa!- también se mezclaron con los humanos modernos de Australasia (no así con los africanos o los euroasiáticos). En particular, el genoma de los melanesios presenta un 4-6 % de ADN denisovano, y en los negritos filipinos es aún un 30-40 % mayor. A menor nivel, un componente denisovano se puede detectar asimismo en las poblaciones del este y sur asiático, Siberia y las poblaciones nativas americanas.

En la actualidad el equipo de Pääbo se ha centrado en el gen TKTL1, el cual presenta una única diferencia aminoacídica entre humanos y neandertales. La variante humana está asociada a una mayor producción de neuronas en el lóbulo frontal del neocórtex; también han empezado a crear organoides de cerebro con genes de neandertal.

Bien, y eso, ¿qué ha hecho por nosotros? Muchas de las enfermedades que padecemos, o el riesgo a padecerlas, dependen de la particular combinación de variantes genéticas que conforman nuestro genoma. Esas son el resultado del azar, pero también de nuestras adaptaciones. Por ejemplo, tras la salida de África, los Homo sapiens que alcanzaron Europa se adaptaron a las condiciones de menor irradiación solar, algo que, junto con una piel oscura, rica en melanina, dificultaba la síntesis de vitamina D, un compuesto esencial para nuestra supervivencia. Dicha adaptación consistió en favorecer aquellas mutaciones que conducían a una piel más clara. Sin embargo, ha resultado que las mismas mutaciones conducen a un mayor riesgo de padecer melanoma. Del mismo modo, esas importaciones de ADN de neandertales y denisovanos presentan relevancia fisiológica y biomédica. Un ejemplo es el gen EPAS1. Una secuencia variante proveniente de denisovanos, común entre los actuales tibetanos, confiere una mayor supervivencia a sus portadores en zonas de elevada altitud. Por el contrario, existen restos de ADN neandertal en humanos que están asociados a diabetes tipo 2, a la enfermedad de Crohn, lupus, o cirrosis biliar. Otro ejemplo, los genes del clúster TLR1-6-10 son genes que presentan la mayor ascendencia neandertal en euroasiáticos, y dichas versiones neandertal parecen que proporcionan mayor protección frente a infecciones. Así mismo, el propio Pääbo publicó recientemente que una región del cromosoma 3 humano presenta unas variantes genéticas, de origen neandertal, que representan el mayor factor de riesgo de sufrir un COVID grave a quien las porte. Cada copia de esa secuencia variante neandertal dobla el riesgo de tener que necesitar cuidados intensivos tras infección por SARS-CoV-2. Sin embargo, quienes porten esa variante tienen en compensación un 27 % menos de riesgo de contraer SIDA, ya que la versión neandertal de esa región modula la expresión del gen CCR5, un gen que cuando no es funcional resulta protector frente al virus VIH-1 y quizá al virus de la viruela. Curiosamente, en 2018, He Jiankui, en China, editó (sin autorización ética, por lo que fue condenado a prisión) ese gen mediante la técnica CRISPR en tres embriones humanos con el objetivo de reducir su riesgo de infección por VIH-1. Poco podía sospechar que, posiblemente, estaría incrementando el riesgo de COVID grave en las niñas nacidas de esos embriones.

En resumen, los avances del grupo liderado por Svante Pääbo no sólo nos ayudan a conocer mejor cuál ha sido nuestra historia evolutiva, sino que nos deberían llevar a descartar de una vez por todas los nocivos conceptos de raza que aún persisten incluso en los países más avanzados. Además, de su investigación se desprende la posibilidad de poder responder a preguntas fundamentales, como “qué nos hace humanos”, de lo cual, a su vez, se deprenden importantes repercusiones biomédicas. Conocer nuestra historia evolutiva nos permite un conocimiento más profundo, menos mecanicista, de enfermedades que padecemos. Debemos recordar el famoso aforismo de Dobzhansky: “nada en biología tiene sentido si no es a la luz de la evolución”. Y qué son la medicina o la fisiología sino una rama aplicada de la biología humana…

 

Lectura recomendada:

Svante Pääbo (2015) El hombre de Neandertal: en busca de genomas perdidos. Alianza Editorial.

Curriculum de Svante Pääbo: https://www.eva.mpg.de/genetics/staff/paabo/

 

[1] Homininos: cualquier especie que está evolutivamente más próxima a los humanos que a los chimpancés.