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Antiguo profesor de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura y restaurador

Ramón Ayerza: «El templo de la Antigua de Zumárraga resulta hoy extraordinariamente singular»

  • Entrevista

Fecha de primera publicación: 29/10/2019

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Ramón Ayerza junto a una maqueta de La Antigua, sita en Eureka Zientzia Museoa. Foto: Nagore Iraola. UPV/EHU

Ramón Ayerza Elizarain fue profesor de dibujo de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de la UPV/EHU. Actividad que compaginó con la de restaurador. Ha tenido a su cargo la restauración de importantes templos guipuzcoanos, así como la casa-torre de Legazpi, convento de San Telmo y castillo de la Mota en Donostia, el caserío Igartu-Beiti, entre otros monumentos. Ahora, el Servicio Editorial de la UPV/EHU le acaba de publicar la obra ‘Iglesias de madera en Gipuzkoa’.

En la presentación del libro declara que usted fue elegido por el tema, y no al revés, durante una visita familiar a San Miguel, en Ezkio. ¿Cómo fue eso?

La anécdota que narro en la presentación del libro es exacta. Ocurrió una mañana en día de San Pedro. Unos conocidos de mi familia me insistieron para ir a ver el presunto mal estado de la cubierta del templo parroquial de Ezkio. Me imagino que pensarían con ello obtener alguna ayuda para las obras, aunque las cosas no funcionaban de aquella manera. Y en el espacio sobre bóvedas me sorprendió la imagen de una estructura leñosa de cubierta en todo similar a la archiconocida del inmediato (yendo por monte) templo de la Antigua de Zumárraga. Y como digo en ese texto “allí empezó todo”.

Aun es más cierto que mi relación con estas iglesias viene de muy antiguo. Mi madre era de Ezkio. Hizo su primera comunión con Francisca Bereciartu, última propietaria del caserío Igartu-Beiti, que ochenta y cinco años más tarde me tocaría restaurar por encargo de la Diputación Foral de Gipuzkoa. Antes de cumplir cinco años, cogido de las manos de mi madre y de mi prima Isabel, subí hasta la Antigua en fiestas de Santa Isabel. Allí pude ver sus fabulosas bóvedas entabladas del presbiterio. ¡Quién podía sospechar entonces que terminarían tirándolas! A mí, de crío, aquella construcción fantástica, insólita, ya me sorprendió y, sobre todo, me divirtió; mi recuerdo está poblado de risas. Luego, mucho después, tuve la fortuna de formar parte del equipo investigador que dirigió Alberto Santana y que, por encargo de los Departamentos de Cultura de sus Diputaciones Forales, estudió las construcciones en madera de la Comunidad Autónoma. Como puede verse, mi camino estaba ya trazado y éste conducía a los templos parroquiales de madera en Arería y a esa tesis.

El texto parece hacer especial hincapié en el templo de la Antigua de Zumárraga. ¿Es el más interesante? ¿Por qué?

El templo de la Antigua de Zumárraga resulta hoy extraordinariamente singular. Cuando se construyó era, en todo caso, un templo destacado por su significación, pero en absoluto singular; al contrario, investía el modelo general de templo parroquial en la Provincia. Su notoriedad fue su desgracia. En la guerra civil que expulsó del trono a Pedro I, el Señor de Lazcano apoyó al usurpador Enrique, que cuando pagó sus deudas fue conocido como el “de las Mercedes”. Entre otras bonificaciones, Lazcano pidió el patronazgo de la Antigua y sus rentas. Tratar de sacudirse de encima a aquellos abusones fue un empeño secular de los de Zumárraga, que terminaron por marcharse de allí y fundar una nueva parroquia en otro sitio (ya mejor comunicado) donde todavía hoy se halla. La Antigua quedó en el antiguo emplazamiento de la aldea, degradada a ermita y destinada al derribo. Entonces se produjo el “Milagro de la Antigua”: Algunos de sus vecinos se conjuraron, con éxito, para impedir su demolición, pero, al mismo tiempo, nunca reunieron fondos suficientes para proceder a la habitual renovación de sus fábricas, justo para su mantenimiento. De tal suerte que la Antigua ha atravesado los tiempos como esos mamuts que se encuentran congelados en medio de los hielos, conservada en su estado. Y esa es, precisamente su singularidad, que nos ofrece una imagen prácticamente actual de cómo eran hace cinco siglos.

La Antigua ha atravesado los tiempos conservada en su estado

Otro edificio tan interesante como éste es el de Urretxu, única villa de realengo de la comarca, y sita frente al lugar de Zumárraga, en la otra orilla del Urola. A comienzos del siglo XVI aquel templo era prácticamente idéntico al de Zumárraga; misma construcción y mismas dimensiones. Pasado el ecuador del siglo XVI, los de Zumárraga se pusieron a construir su nuevo templo parroquial, todo de piedra, en las mismas narices de los de Urretxu. En respuesta, éstos, atragantados, encargaron a Juan de Lizarazu, notable arquitecto y esforzado vecino, hacer algo vistoso, lo que fuese. No le soltaron mucho dinero porque no lo tenían, pero, a cambio, le permitieron gran libertad de propuesta. Lizarazu la aprovechó para plantear la construcción de un forro interior entablado de madera que imitase el interior abovedado de un templo renacentista florentino. Aquel interior se pintaría luego de blanco para aparentar mármol tallado y tutti contenti. Y así se hizo. Como el trabajo de carpintería requiere tiempos de ejecución mucho más breves, aquel ámbito interior de Urretxu fue el primer espacio interior abovedado renacentista en todo el norte de la Península. El problema fue el trampantojo. Aquel trabajo no respondía a una voluntad de diseño ni de estilo; lo que se quería era presumir, no parecer menos que los de Zumárraga, y se veía que aquello era de madera.

A pesar de sus extraordinarios y evidentes méritos, la obra de Lizarazu no fue apreciada. A mí me parece que sigue sin serlo. He podido ver en el Archivo Episcopal de Pamplona por lo menos tres peticiones de licencia para demolerla. Afortunadamente, en este caso los arzobispos estuvieron acertados y no les dieron gusto a los obcecados vecinos.

En cualquier caso, usted ha estudiado en su libro, en este orden, los templos parroquiales de Zumarraga, Urretxu, Ezkio, Itsaso, Astigarreta y la ermita de Oraa. Ya me ha explicado su interés sobre los dos primeros, pero, ¿Qué relación tienen los otros cuatro con ellos? ¿Por qué los asocia?

Empiezo por el final: Los asocio porque comparten historia, época de construcción, modelo y técnica constructiva. Acabamos de comentar que uno de los principales motivos que impulsan la construcción de los templos parroquiales es presumir ante los vecinos. Ello quiere decir que no se construye, exactamente, cuando hace falta sino cuando hay dinero para ello. A mediados del siglo XV, con su victoria militar sobre los Parientes Mayores, Guipúzcoa conoció un período de bienes y esperanzas sin precedentes al que contribuyeron los descubrimientos ultramarinos y el estatuto de la Hidalguía Universal. La euforia fue tal que todo el parque de templos religiosos fue renovado hasta el punto de que es hoy muy difícil hallar algo de fechas anteriores. Los templos que nos ocupan también se reconstruyeron por entonces. Por eso aquellos edificios comparten tantas cosas. Todos son tardomedievales isabelinos porque las cuestiones de estilo nunca han constituido problema y, por lo mismo, responden a las mismas técnicas edificatorias, porque los levantaron los mismos artesanos; por cierto, todos excelentes profesionales. No estaría de más que nuestros actuales administradores fuesen, en ese y otros extremos, tan prudentes y acertados como los que les precedieron.

Pero esos templos hoy no se parecen demasiado e incluso parecen de fechas diferentes ¿Está seguro de que todos ellos compartieron una fase constructiva tardomedieval en la que fueron contemporáneos y casi enteramente de madera? ¿Qué interés cultural comparten?

A comienzos del siglo XVI todos estos templos eran hermanos. Todos eran de madera y tenían los tamaños que correspondían a los medios económicos de las vecindades que servían, pero compartían todo lo demás. Luego, los edificios, como las personas, se hacen mayores y siguen sus vidas. En el caso que estudiamos, trayectorias sensiblemente paralelas, pero diferentes. Sólo la Antigua, atrapada en los hielos de su degradación a ermita, se mantuvo en su formulación isabelina. Urretxu se cuajó en su muy imaginativa forma renacentista. Ezkio e Itsaso cumplieron su ciclo hasta el estilo barroco, desarrollado con más medios en la primera, pero quizá con más imaginación y frescura en la segunda. Astigarreta, la comunidad menos poblada y, por ende, la más pobre, no se revistió de piedra hasta el período neoclásico, aunque lo compensó por tener la suerte de hacerlo de la mano de Pedro de Ugartemendía, que luego reconstruiría San Sebastián tras del incendio con el que le premiaron sus libertadores. Eso quiere decir que, en efecto, sus aspectos hoy parecen diferentes, pero habría que comprobar hasta qué punto lo son.

Una de las grandes sorpresas de esta investigación fue cuando buscamos el posible modelo para estos templos leñosos. Todos ellos adoptan una disposición estrictamente basilical. Cuando Vitrubio, en el libro quinto de su célebre tratado, hace referencia a la basílica romana, describe con bastante precisión el interior de la Antigua. Evidentemente, no se puede pretender que exista una filiación directa ni inmediata, pero tampoco puede caber duda que tenga que haber alguna relación.

Por último, ya sabe que el lenguaje profundo de arquitectura es la geometría. No creo que pueda haber una arquitectura de interés concebida de espaldas a la geometría. Pues bien, todos estos templos responden al mismo código de proporciones, en el que la proporción de la planta se repite en la sección transversal. En los templos grandes, Zumárraga, Urretxu y Ezkio, esa proporción es la áurea; mientras que, en los pequeños, Itsaso y Astigarreta, la proporción es raíz de dos. Oraa, en su humilde condición de ermita, es menos exigente y se conforma con una proporción aditiva de cuadrados.

Ha simultaneado la investigación histórica y arquitectónica con el trabajo de arquitecto restaurador ¿Cómo se lleva eso? ¿Hay algún trabajo del que haya quedado particularmente satisfecho?

Pues la mar de bien. He tenido la suerte de que me hayan confiado las restauraciones de algunos de los edificios más significados de la Provincia; los templos parroquiales de Getaria, Fuenterrabía o Santa Teresa y Santa María de San Sebastián, pero guardo un especial afecto por algunos trabajos más modestos, en edificio más pequeños y menos importantes y, quizá por ello, más necesitados de atención y cariño. La investigación, desmontado y remontado del caserío Igartu-Beiti fue uno de éstos. Ese caserío es también del siglo XVI y convendrá recordar que su sección transversal tiene la misma forma, disposición de entramados y tamaños –excepto la altura del nivel de planta baja- que los templos de Antigua y Urretxu.

Enseñar es una experiencia inenarrable

Guardo especial recuerdo de la rehabilitación del templo parroquial de Astigarreta. Cuando fuimos allí, su parroquia se reducía a seis fieles y el Obispado ya se había hecho a la idea de desacralizarlo y dejarlo caer. Pero era también un templo isabelino de madera que completaba el lote y ayudaba a comprender y completar las historias de los otros. Además, lo que en él fue capaz de hacer Ugartemendía en los primeros años del siglo XIX para integrarlo en las filas de la arquitectura neoclásica de la Provincia es más que digno de estudio y consideración. Tuvimos la suerte de que un grupo entusiasta de vecinos se sumase a la inquietud y entre todos, renunciando a parte de nuestros emolumentos, llevamos a cabo su rehabilitación integral. Pensé entonces que sería un excelente lugar para bodas intimistas, pero me dicen que aún no se ha celebrado ninguna. Hoy me pregunto si todo aquel empeño y esfuerzo sirvieron para algo, o si sólo contribuimos a retrasar un final inevitable.

También ha sido profesor de Dibujo en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de la UPV/EHU ¿Tiene algo que decir al respecto? ¿Ha sido también una dedicación satisfactoria?

Mirando hacia atrás con el desapasionamiento que te dan los años, tengo claro que mi relación con la arquitectura se estableció a través del dibujo. Mi padre me enseñó a dibujar cuando aún era un niño y esa facilidad me ha acompañado toda mi vida. He dado clases de dibujo en las Escuelas Superiores de Arquitectura de Barcelona y de San Sebastián. Dar clases ha sido una actividad que me ha permitido mantenerme joven, por la frecuentación con estudiantes que lo eran. Cuando algunos de ellos se interesaron por lo que enseñaba, la sensación fue maravillosa y, cuando me daba cuenta de que les estaba siendo de utilidad, y que estaban aprendiendo a partir de lo que trataba de enseñarles, el sentimiento de realización fue ya inenarrable. Dudo que haya muchas experiencias comparables.