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Iñaki Milton Laskibar

Una dieta para cada niño: cómo usar la microbiota para combatir la obesidad infantil

Investigador de IMDEA y de la UPV/EHU

  • Cathedra

Fecha de primera publicación: 19/09/2022

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Este artículo se encuentra publicado originalmente en The Conversation.

El exceso de peso no solo supone un problema de estética o de autoestima, sino que aumenta gravemente el riesgo de desarrollar diabetes de tipo 2, enfermedades cardiovasculares, hígado graso e incluso ciertos tipos de cáncer. Se estima que en la Unión Europea alrededor del 50 % de la población adulta sufre sobrepeso u obesidad.

Y lo que es peor, que la obesidad en niños y niñas se haya multiplicado por diez en los últimos 40 años ha deteriorado todavía más la salud de los adultos. No es para tomárselo a broma. La obesidad es una enfermedad metabólica crónica caracterizada por una acumulación excesiva de grasa que a largo plazo puede suponer un riesgo para la salud.

En general, es consecuencia de un desequilibrio crónico entre la ingesta y el gasto energético, por lo que hábitos alimentarios inadecuados y un estilo de vida sedentario aumentarían su incidencia. El problema es que los tratamientos basados en dietas bajas en calorías y el fomento de la actividad física suelen presentar un bajo seguimiento.

De ahí que cada vez haya más investigadores dedicados a identificar marcadores tempranos de obesidad infantil que permitan diseñar tratamientos personalizados y poner remedio a tiempo.

El índice de masa corporal y la microbiota

Cuando se trata de combatir la obesidad, son muchas las miradas que apuntan hacia la microbiota intestinal, el conjunto de microorganismos que habitan nuestro sistema digestivo. Potencialmente es una buena arma, porque, en general, los individuos obesos tienen una microbiota reducida y menos diversa, mayor permeabilidad intestinal y una producción de metabolitos (compuestos producidos por los microorganismos) alterada.

Esta situación se ha relacionado con una mayor producción de mediadores proinflamatorios que, al llegar a la circulación sanguínea, generarían el estado inflamatorio característico de la obesidad.

En el caso de los niños y niñas, sabemos que tanto la variedad como la riqueza de la microbiota intestinal son menores cuanto mayor es su índice de masa corporal (IMC). También se han observado cambios en los niveles de ácidos grasos de cadena corta (producidos por la microbiota) asociados a la abundancia de microbios del género ‘Proteobacteria’.

¿Significa esto que analizando la microbiota intestinal podríamos identificar quién tiene más riesgo de sufrir obesidad? Parece que . Entre las muchas iniciativas puestas en marcha, destaca el estudio CLiMB-Out, en el que participamos investigadores de IMDEA Alimentación. Uno de los objetivos de esta iniciativa es desarrollar herramientas predictivas que faciliten diseñar una nutrición personalizada para prevenir y tratar la obesidad.

Dieta a medida basada en la microbiota

La composición de la microbiota intestinal depende en gran medida (pero no exclusivamente) de lo que nos llevamos a la boca. Por ejemplo, sabemos que la ingesta de una dieta rica en fibra y/o en almidón resistente (no digerible) durante 4 semanas produce cambios en la composición de la microbiota intestinal y la producción de metabolitos.

Sin embargo, sabemos que dichos cambios son menores en aquellas personas que de partida tenían una mayor diversidad microbial. En el caso de individuos obesos que siguen dietas para adelgazar, los beneficios dependen en parte de la abundancia inicial de la bacteria ‘Akkermansia muciniphila’. O dicho de otra manera, las personas con una rica comunidad de ‘Akkermansia muciniphila’ perderán más peso (comiendo lo mismo) que aquellas con una pobre representación de ese microbio.

También se ha observado que la presencia de las bacterias ‘Prevotella copri’ y ‘Blastocystis spp’. está relacionada con unos mejores niveles de glucosa en sangre tras las comidas. Y, por último, se han identificado grupos de bacterias (como ‘Bacteroides fragilis’, ‘Clostridium leptum’ y ‘Bifidobacterium catenulatum’) que predicen si una persona que sigue una dieta hipocalórica y realiza actividad física perderá más o menos peso.

Por ello, conocer la composición de la microbiota de un individuo y combinar dicha información con otras características (como el acervo genético) permitirá anticipar la respuesta de una persona a un tratamiento.

Nuestros aliados microscópicos

Y aquí entran en juego estudios como el citado CLiMB-Out, enmarcado dentro de la plataforma europea EiT Food, que ayudan a identificar la microbiota fecal como causa o consecuencia de la obesidad. Además, proporcionan posibles tratamientos y métodos de prevención frente a la obesidad infantil y las complicaciones metabólicas asociadas en el adulto.

En la actualidad, el uso de algoritmos y modelos nos permite conocer mejor la relación entre la microbiota, la dieta y la obesidad. Es decir, sabemos qué microorganismos nos avisan de la eficacia de una dieta específica en un individuo concreto, incluso antes de empezar con el tratamiento.

También sabemos que otros factores, como el sexo o las características genéticas de una persona, influyen en este proceso. El siguiente paso será utilizar toda esta información para diseñar las dietas a medida. Para ello, es imprescindible acceder fácilmente al análisis de la microbiota intestinal de los individuos que vayan a seguirlas.

Y, además, los profesionales que vayan a prescribir dichas dietas deberán tener los conocimientos y formación necesarios para integrar toda esa información.

En resumen, la microbiota intestinal no solo influye en el desarrollo de la obesidad. También podría convertirse en un chivato para identificar quién tiene más riesgo de padecerla y para prescribir una nutrición personalizada. Aplicado a niños y niñas, podría revertir la tendencia al alza de la obesidad infantil.