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Karmele Salaberria. Profesora de la Facultad de Psicología

COVID-19 y salud mental

  • Cathedra

Lehenengo argitaratze data: 2021/07/22

Karmele Salaberria
Karmele Salaberria. Psikologiako irakaslea. Argazkia: Nagore Iraola. UPV/EHU.

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La irrupción del virus SARS-CoV-2 que produce la enfermedad COVID-19 ha tenido un enorme impacto en múltiples ámbitos. La aparición de esta enfermedad, desconocida hasta el momento, ha supuesto todo un reto, ha llevado a tener que afrontar múltiples amenazas y desafíos, y a adaptarse de modo flexible y rápido a circunstancias cambiantes.

Desde la teoría del estrés, podemos entender la irrupción de la enfermedad como un suceso estresante que altera el equilibrio existente hasta el momento, requiere un esfuerzo de adaptación y exige una respuesta que excede, en muchas ocasiones, a las estrategias de afrontamiento habituales que poseen las personas y las sociedades.

Los estresores pueden ser vitales, intensos y extraordinarios, de baja frecuencia, pero de gran impacto en la vida de las personas, y que si se prolongan en el tiempo exigen un esfuerzo adicional de adaptación. Además, hay una serie de características de las situaciones estresantes que las hacen especialmente difíciles de manejar, como son: la novedad, la impredecibilidad, la incertidumbre y la incontrolabilidad.

Así, el impacto de la COVID-19 se ha dado a múltiples niveles:

  • A nivel sanitario: profesionales que han puesto en riesgo sus vidas -sobre todo al comienzo de la epidemia-, saturación de los servicios sanitarios, cierre de dispositivos asistenciales, supresión de cirugías, atención médica a distancia…
  • A nivel educativo: cierre de las escuelas, centros educativos y universidades, paso a la enseñanza online sin medios tecnológicos para muchas familias, sin conocimientos para muchos docentes…
  • A nivel económico y laboral: cierre de empresas y negocios, ERTES, teletrabajo, reducción de ingresos, desempleo…
  • A nivel social: aislamiento y soledad, restricción de los contactos sociales y familiares, ruptura de los hábitos cotidianos, confinamientos domiciliarios en casas cuyas condiciones físicas y ambientales no son las adecuadas, o en contextos psicológicos muy difíciles en familias donde se dan malos tratos y abusos.
  • A nivel político: incapacidad de los representantes políticos para llegar a acuerdos, primacía de los intereses partidistas por encima de los colectivos, dificultades para ponerse en el lugar del otro y entender que una situación excepcional requiere de actitudes de cooperación.
  • A nivel informativo: saturación de noticias, múltiples versiones informativas -en ocasiones contradictorias- sobre la enfermedad, sobre el tratamiento, sobre las vacunas. Todo ello sin informar sobre el método científico, que genera conocimiento de modo acumulativo, probabilístico y, por lo tanto, cambiante.

Esta situación altamente estresante genera a nivel mental, es decir, en nuestras emociones, pensamientos y conductas, múltiples consecuencias. Así, es normal sentir ansiedad y miedo cuando nos vemos amenazados y en peligro; tristeza cuando experimentamos pérdidas; enojo y frustración cuando vemos que no podemos hacer lo que desearíamos; preocupación por la situación presente y futura. Todas estas emociones son normales siempre y cuando su intensidad, duración, frecuencia e impacto en la vida cotidiana no sea excesivo, la persona sienta que las puede manejar de manera adecuada y tenga recursos para ello.

De hecho, la COVID-19 ha supuesto el aumento de los factores de riesgo asociados con una pobre salud mental, mientras los factores protectores como la conexión y el apoyo social, el empleo, la educación, las rutinas diarias, el acceso al sistema sanitario se han reducido. Se han elaborado muchos informes sobre su impacto en la salud mental realizados en diversos países, por múltiples organismos internacionales (OECD, 2021a; WHO 2020), y sobre diferentes colectivos como: la población general (Luo et al., 2020); el personal sanitario (Salazar de Pablo et al., 2020); las personas en residencias de mayores y sus cuidadores (Blanco-Donoso et al., 2020); los pacientes con trastornos mentales previos (YoungMinds, 2020); las personas que han sufrido la enfermedad (Ahmed et al. 2020); los niños (Lee 2020); y la población joven menor de 25 años (OECD, 2021b; Power et al., 2020).

En todos ellos se señala un aumento de los síntomas de ansiedad, síntomas depresivos, somatizaciones, problemas de sueño, abuso de sustancias, conductas agresivas y, en personas especialmente vulnerables, -con condiciones previas o que han vivido situaciones especialmente difíciles- la exacerbación de la mencionada sintomatología y la presencia de trastornos obsesivos y por estrés postraumático. En concreto, en jóvenes parecen haber aumentado las alteraciones de la conducta alimentaria, las conductas adictivas, las autolesiones y los pensamientos suicidas.

Por ello, de todos estos estudios se derivan una serie de aprendizajes y recomendaciones:

  • Invertir en salud mental y dotar al sistema nacional de salud de psicólogos clínicos y psicólogos generales sanitarios desde el primer nivel asistencial (asistencia primaria) es esencial. Existen ya experiencias a nivel internacional (IAPT Reino Unido) y también en España (PsicAP) que deben generalizarse, así como desarrollar servicios digitales. Proporcionar a las personas estrategias de afrontamiento psicológicas, ante situaciones estresantes, es más barato a largo plazo.
  • Proteger la salud mental infanto-juvenil es primordial, ya que sabemos que la aparición de los trastornos mentales se da antes de los 25 años casi en un 80 %. Además, ayudar a los escolares con dificultades de aprendizaje es prevenir el fracaso escolar.
  • Proporcionar ayudas sociales, laborales y económicas para las poblaciones vulnerables que han sufrido la crisis con más intensidad (jóvenes, personas solas, colectivos de niveles socioeconómicos y educativos bajos, minorías…) es un deber: una sociedad más igualitaria es una sociedad más rica y más sana.
  • Educar e informar a la población general sobre el conocimiento y el método científico es dotar de herramientas de comprensión a la sociedad.

La capacidad de adaptación y de aprendizaje del ser humano, la resiliencia y fortaleza ante la adversidad es lo que nos ha hecho llegar hasta el siglo XXI. Para seguir adelante son esenciales las actitudes de cooperación, dado que, como nos dicen los expertos, llegarán nuevas pandemias, se trata de estar más y mejor preparados, individual y colectivamente para afrontarlas.

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