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Jesús M. Valdaliso

Gasoductos, suministro energético e interconexión pirenaica: economía, política y relaciones internacionales

Catedrático de Historia e Instituciones Económicas

  • Cathedra

Lehenengo argitaratze data: 2022/09/15

Irudia
Jesús María Valdaliso | Argazkia: Fernando Gómez. UPV/EHU.

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El aprovisionamiento de gas natural y la interconexión gasista de Europa están en primer plano desde la invasión rusa de Ucrania. Si se suspenden las importaciones de gas natural ruso, España, que cuenta con la mayor capacidad de regasificación de gas natural licuado (GNL) de toda la Unión Europea y dos gasoductos operativos con Argelia, podría convertirse en una puerta de entrada del gas natural para Europa. Es en este contexto donde se ha intentado relanzar un proyecto abandonado en 2019, el gasoducto MidCat, que duplicaría la capacidad de interconexión de la red española con Europa, ahora limitada a la de Larrau-Irún en los Pirineos occidentales. El MidCat no ha sido el único proyecto de gasoducto transpirenaico fracasado, entre 1959 y 1971, hubo dos tentativas fallidas de construcción de un gasoducto entre el yacimiento de Lacq en el sudoeste de Francia y la cornisa cantábrica a través de Irún. En este artículo examinaremos las razones del fracaso de ambos proyectos.

Gasoductos transnacionales y suministro energético

Los gasoductos transnacionales son grandes infraestructuras cuya construcción requiere de la conjunción de varios factores de índole económica y geoestratégica: el mix energético de los países afectados y sus fuentes de suministro, los precios relativos de las energías disponibles y la disponibilidad de capital para la inversión y su coste; y las (buenas) relaciones no sólo entre los países por los que pasa el gasoducto sino con terceros países y el contexto geopolítico global.

El precio relativo del gas es una variable importante porque una variación sustancial puede alterar los análisis coste-beneficio e impulsar o aparcar decisiones de inversión. Pero las variables geopolíticas también pueden alterar esas decisiones. La invasión rusa de Ucrania ha cambiado un largo periodo de buenas relaciones entre Rusia y Alemania sobre el que se habían desarrollado los gasoductos Nord Stream 1 y 2, ha elevado el precio del gas en el mercado internacional y ha conducido a la UE a replantearse sus alternativas de suministro, así como decisiones de inversión en infraestructuras como plantas de regasificación o gasoductos transnacionales.

Los conflictos crecientes entre Argelia y Marruecos provocaron el cierre, a fines de 2021, del gasoducto Magreb-Europa (GME) que une Argelia con España a través de Marruecos, obligando a España a incrementar su suministro de gas a través de la importación de GNL de otros países. La crisis diplomática con Argelia, abierta en marzo de 2022, ha cambiado las fuentes de suministro de gas natural en España, disminuyendo la importancia del gas argelino y aumentando el peso de otros países como Estados Unidos o incluso Rusia.

El gasoducto MidCat

El proyecto de gasoducto MidCat, una red de 1.250 km entre España y Francia, con una capacidad de transporte de 7.500 millones de m3 y una inversión inicial prevista de 3.100 millones de euros, trataba de mejorar las conexiones gasistas de la Península Ibérica con Europa. Las obras comenzaron en la parte española en 2010, pero se paralizaron un año más tarde, a 100 km de la frontera por Girona. En 2013 España logró que esta primera fase del gasoducto entrase en la lista de proyectos de interés común de la UE, con una inversión de 470 M €. Pero en 2019, los organismos reguladores de Francia y España rechazaron el proyecto debido al alto coste de la infraestructura y a la existencia de la conexión Larrau-Irún, poco utilizada (en 2021, el gas natural importado por esta conexión, 30.905 GWh, representó un 7 por 100 de todas las entradas de gas en España, mientras que las exportaciones fueron de 13.776 GWh, menos de la mitad).

A estas consideraciones habría que añadir la intensa movilización ecologista contra el proyecto a ambos lados de la frontera y el escaso entusiasmo de los gobiernos de Francia y España por el mismo, por diferentes razones: el mayor peso de la energía nuclear en el mix energético francés, la saturación de la red gasista francesa, y la poca simpatía del gobierno español hacia el gas natural y su firme compromiso con el horizonte de descarbonización fijado por la UE en 2050. El giro reciente del Gobierno español en el asunto del Sahara y sus consecuencias sobre el suministro de gas argelino pueden alterar el papel de España en la provisión de gas natural a Europa por gasoducto, en beneficio de Italia, lo que reduciría las expectativas de utilización del MidCat (y de otras alternativas con menos sentido como la última propuesta del Gobierno español de construir un gasoducto submarino de Barcelona a Livorno). Además, la cantidad total de gas que podría transportarse a Europa por las dos interconexiones pirenaicas sería como mucho de 18.000 M m3, menos del 4% de la demanda europea.

El gasoducto franco-español por Irún, 1959-1971

El gasoducto MidCat no ha sido la primera infraestructura transnacional que no ha llegado a realizarse en España, como se explica en el libro que he dirigido, Nortegas (1845-2021). Historia de la industria del gas en el norte de España (Marcial Pons, Madrid 2022). En 1959, con un mix energético dominado por el carbón y, en menor medida, el petróleo, se planteó por primera vez un proyecto de gasoducto que conectaría el yacimiento de gas natural de Lacq con la cornisa cantábrica a través de Irún. La iniciativa partió de los franceses, interesados en buscar nuevos consumidores. El gasoducto arrancaría de la terminal de Bayona para llegar a Irún, desde donde se distribuiría, por otro gasoducto que Francia ofreció construir hasta Bilbao, a las fábricas de gas del norte de España y a los grandes consumidores industriales localizados en esa región. En septiembre de 1959, la prensa bilbaína anunciaba que «en breve consumiremos en Bilbao el gas de Lacq». Sin embargo, el proyecto no llegó a cuajar, sobre todo por la férrea oposición de los mineros asturianos y el Sindicato Nacional del Carbón, para quienes el gasoducto supondría la pérdida de su mejor mercado y la muerte definitiva de un sector ya en declive por la introducción del petróleo. Este factor político, unido al propio contexto económico del país, embarcado en el Plan de estabilización de 1959, hicieron que el Gobierno español no apostara por el proyecto.

Este se retomó en 1966, ahora impulsado por los empresarios y la banca vasca, que lograron interesar en el mismo al Gobierno español y a la firma francesa Sociedad du Gaz du Sud Ouest, llegándose a elaborar en 1970 un proyecto de red, un organigrama de empresa y un plan de inversiones. Pero la iniciativa tampoco cuajó debido a la reticencia de la sociedad gasista y el gobierno francés a la misma, y a las contrapartidas exigidas al gobierno de España, que no fueron atendidas por este; al propio mix energético de la economía española, muy basado en el petróleo y con una muy baja penetración del gas natural en el mercado, una energía apenas conocida a principios de los años setenta; y a la existencia, desde 1969, de una alternativa de suministro de gas natural en España a través de la planta de regasificación de GNL de Barcelona, todavía poco utilizada.

No fue hasta 1993, cuando la primera interconexión por gasoducto entre Francia y España se produjo, uniendo Lacq con el puerto navarro de Larrau, desde donde conectaría con el gasoducto Barcelona-Bilbao en Calahorra, Trece años más tarde entró en servicio el gasoducto Euskadour, desde la planta regasificadora de Bahía Bizkaia Gas en el puerto de Bilbao hasta el almacenamiento subterráneo de Lussagnet, el más importante de Europa.

Lecciones de dos fracasos

Las interconexiones energéticas transnacionales siempre son buenas pues favorecen una mayor flexibilidad en la gestión de los sistemas regionales, crean nuevas alternativas y vías de suministro y pueden aprovechar complementariedades de producción/demanda que son frecuentes por razones climatológicas, culturales, diferencias de mix de producción entre países, latitudes y mercados. Pero no siempre se hacen realidad debido a su elevadísimo coste y a la dificultad de alinear los intereses no siempre comunes de todos los países implicados.

El fracaso de ambos gasoductos se debe a motivos similares que tienen que ver con la economía, la política y los intereses de los países afectados. La disponibilidad de un suministro regular de petróleo importado en los años sesenta y de gas natural ruso o argelino hasta la invasión rusa de Ucrania, a bajos precios, redujo el interés estratégico de ambos proyectos y las expectativas de su rentabilidad. En el caso del MidCat, habría que añadir el horizonte de descarbonización fijado por la UE en 2050, lo que reduce su periodo de uso (y amortización) para una inversión tan elevada. Además, jugaron en contra de ambos proyectos la existencia de alternativas de suministro y transporte poco utilizadas, como la planta de regasificación de Barcelona o la conexión Larrau-Irún.

Pero, además, ninguno de ellos llegó a despertar el interés y entusiasmo necesarios en los gobiernos de los países afectados. El gasoducto vascofrancés de mediados del siglo XX contó con la firme oposición de los grupos de interés en España vinculados a las energías competidoras (carbón y petróleo) y fue secundario para los gobiernos de ambos países que priorizaron otras energías como el petróleo o la nuclear. El MidCat tuvo que afrontar la intensa oposición del movimiento ecologista en ambos países, la prioridad de Francia a sus plantas nucleares y el comportamiento volátil y hasta contradictorio del Gobierno de España ante el proyecto (del rechazo al apoyo en muy pocos meses, y con menos gas argelino para distribuir). Ante el no rotundo de Francia y el silencio de la UE, para países como Alemania parece más sensata la opción de construir plantas de regasificación de GNL, más baratas y que no requieren del acuerdo con otros países.