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Mar Gijón Mendigutía

¿Qué está sucediendo en Irán?

Investigadora Juan de la Cierva-Incorporación en el Departamento de Historia Contemporánea

  • Cathedra

Lehenengo argitaratze data: 2022/12/01

Mar Gijón Mendigutía
Mar Gijón Mendigutía ikerlaria | Argazkia: Mitxi. UPV/EHU.

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Irán es cuna de una de las civilizaciones más antiguas del mundo, con una extraordinaria importancia geopolítica al estar enclavado entre Oriente Próximo y el centro de Asia. Su lengua es el persa o farsi, y es un país mayoritariamente musulmán (rama chií). No obstante, entre su población hay un porcentaje de seguidores de otras religiones minoritarias como cristianos, judíos y otros musulmanes (sunníes), e incluso zoroastras y bahaíes. Además de otras etnias como kurdos, azeríes, árabes, baluches o turcomanos. También es relevante destacar que es una superpotencia en la región y posee una gran riqueza en hidrocarburos. Se estima que puede ser el estado con la mayor cantidad de reservas de gas del mundo y se encuentra entre los siete primeros en petróleo.

En su historia reciente, Irán pasó de ser una monarquía constitucional (aunque despótica) a ser derrocada por la denominada Revolución islámica. Ese triunfo, hace cuarenta y tres años, obligaría a exiliarse al sha, Mohamed Reza Pahleví, sátrapa amigo de Occidente, especialmente de Estados Unidos, y a que cayera la monarquía y, con ella, la presencia estadounidense en el país. De esa forma, en ese momento, tomaron el poder los clérigos y el ayatolá, Ruhollah Musavi Jomeini, líder supremo de la nación.

No obstante, ese logro se consiguió gracias a que en un principio todas las fuerzas políticas, incluidas las de izquierda, apoyaron la revolución como algo necesario para derrocar al sha, con el fin de que terminara una situación en la que ese dilapidaba la riqueza del país en su beneficio y en el de sus aliados. Sin embargo, posteriormente, el imán Jomeini y los clérigos, secundados por una mayoría de la población, que les consideraba como la solución a los problemas que tenía el país, terminaron por controlarlo en su totalidad, convirtiéndolo en un sistema teocrático sin cabida para parte de la sociedad y de los partidos que les había apoyado en un primer momento. Por lo tanto, la religión, al no haber una separación de poderes, comenzó a regir la vida de millones de iraníes, derogándose así derechos civiles, al igual que otros derechos individuales y libertades personales. En un nivel interno, por ejemplo, se prohibió la organización de la ciudadanía en partidos o sindicatos, y, externamente, se impuso, entre otros, códigos de vestimenta y de conducta en hombres y mujeres, como la obligatoriedad, en un principio, de llevar barba para ellos y de llevar ‘hiyab’ o velo que cubriera el cabello para las mujeres y las niñas desde los siete años.

No solo es el ‘hiyab’

Irán, en la actualidad, ha vuelto a saltar a la palestra de los medios de comunicación por la muerte, el pasado septiembre, de Mahsa (Jina) Amini, una joven kurda iraní que fue detenida por los agentes de la policía de la moral debido a que llevaba mal puesto el pañuelo que tapaba su pelo. Su muerte ha sido un asesinato, debido a los golpes que recibió en instancias policiales, y ha significado la mecha que ha prendido las movilizaciones de mujeres, secundadas también por hombres, que se han sucedido dentro y fuera del país. Esas protestas son más numerosas y potentes que otras ocurridas. Por su parte, la policía ha reprimido violentamente a los manifestantes, causando la muerte a un gran número de ellos e hiriendo y encarcelando a otros más. A pesar de ello, algunos políticos han criticado las funciones de la policía de la moral e, incluso, han cuestionado su propia existencia.

En todo caso, esas protestas y el hartazgo que prevalece no se ciñen únicamente a llevar el velo obligatorio: tampoco son algo nuevo, están relacionadas intrínsecamente con el malestar provocado por la grave crisis económica y social que atraviesa el país, desde hace años, que abarca distintos sectores poblacionales y afecta al sistema establecido. Prueba de ello es que, aunque las huelgas y manifestaciones están formalmente prohibidas desde 1980, se han producido, especialmente desde el año 2017, numerosas y de diversa índole, en distintas ciudades y pueblos de todo el país, no solo en la capital, Teherán.

Esas protestas han sido llevadas a cabo, además de por mujeres, por jóvenes de ambos sexos, mayoritarios en la sociedad iraní, muy preparados y alejados del régimen; por la ciudadanía, en general, perteneciente a todas las clases sociales, dado el encarecimiento de la gasolina o de productos básicos como el pan; por trabajadores y trabajadoras, especialmente del sector petroquímico y petróleo, debido al impago de salarios y al cierre de fábricas; por agricultores, a causa de la escasez de agua; por el profesorado; funcionariado; sanitarios; pensionistas, etc.

Del mismo modo, según distintos analistas, las confrontaciones entre el régimen y el pueblo alcanzan todos los ámbitos: económico (contra la situación de precariedad), político (contra la propia esencia religiosa del régimen y de sus políticas neoliberales y corruptas), social (como se ha mencionado, una sociedad joven que cuestiona un régimen de más de cuarenta años, la desigualdad entre clases, la lucha por derechos y contra el régimen burgués clerical) y cultural (imposición de normas religiosas, además del islam -rama chií- ante la cultura persa-iraní, por ejemplo, en sus festividades, el idioma, etc.). De igual forma, las manifestaciones también son muy heterogéneas y la gente que participa en ellas es de diversa índole, por lo que los partidarios de la monarquía o de otras corrientes intentan también utilizarlas en su beneficio. Si bien las protestas todavía no están coordinadas a nivel nacional y, de momento, no parece que signifiquen la desestabilización del régimen, sí que hay que prestar atención a los acontecimientos venideros, especialmente a los liderados por la población joven.

Las sanciones económicas

Es necesario destacar que Irán lleva siendo objeto de fuertes sanciones y restricciones económicas desde hace años por parte de Occidente, con Estados Unidos a la cabeza, y también por parte de la Unión Europea, que han influido sobremanera en dañar la situación económica del país. Por tanto, en la crisis socioeconómica de Irán influye el impacto de esas sanciones, a lo que hay que añadir la presión económica y militar de Estados Unidos, la crisis mundial económica post-COVID y de hidrocarburos por la guerra en Ucrania, y el desgaste de su presencia en Siria e Irak (el precio a pagar por su mayor influencia en la región, en detrimento de Arabia Saudí). Además, a eso hay que sumar el fracaso de las políticas neoliberales y de las medidas de austeridad que el anterior presidente iraní, Hasán Rohani, la figura con más poder en el régimen después del ayatolá Alí Jamenei, sucesor de Jomeini, implantó con el fin de facilitar las inversiones occidentales.

Esas sanciones son consecuencia del programa nuclear iraní. Estados Unidos de la mano, por un lado, de su gran aliado en la región, Israel, acérrimo enemigo de Irán, al ser el único país en la zona que puede cuestionar su poder, y el único con armas nucleares en ella (también al único al que se le permiten y que no ha firmado el Tratado de No Proliferación) y, por el otro lado, de Arabia Saudí, lideró esas sanciones con el propósito, primeramente, de que ese programa solo fuera en el ámbito civil. En 2015 se alcanzó un Acuerdo Nuclear (JCPOA), secundado por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, entre Occidente e Irán, para supervisar ese programa a cambio de que cesaran las sanciones y de que se fomentasen las inversiones extranjeras. Sin embargo, con la llegada al poder de Donald Trump en 2018, Estados Unidos se retiró unilateralmente, aplicó nuevas sanciones a Irán y amenazó con sancionar a los países que invirtieran en él, con el fin de estrangular su economía mediante el principio de “máxima presión”. Ese Acuerdo todavía no se ha vuelto a restablecer con la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca.

En ese sentido, las sanciones económicas, y, por extensión, los bombardeos y la ocupación extranjera, son una herramienta que utilizan a menudo los países occidentales para presionar, desestabilizar y someter a los países que no están alineados con sus intereses económicos y estratégicos, véase el caso de Irak, Libia y Siria, entre una larga lista. La asfixia económica provocada al país en cuestión repercute mayor y directamente en el drástico empobrecimiento de su población. Asimismo, se utiliza la situación y el cuerpo de la mujer, especialmente de los países árabes y/o musulmanes, para demonizar al “país escogido” a ojos de la opinión pública occidental. Como fue el caso de Irak, al mismo tiempo que se preparaban los bombardeos lo publicitaban como si llegase la liberación de la mujer, el nefasto resultado para ellas se ha podido comprobar posteriormente.

Las sanciones, como se ha mencionado, han empobrecido a Irán, con el resultado, entre otros, de que millones de personas no tengan trabajo, incluidas las mujeres. Aunque con el régimen iraní las mujeres hayan perdido numerosos derechos, entre otros aspectos, y no tengan las mismas oportunidades, se deben mencionar algunos datos de antes y después del triunfo de la Revolución islámica, así como anteriores a las sanciones, ofrecidos por Naciones Unidas para comprobar su situación. Según esa fuente, la tasa de alfabetización en Irán había mejorado considerablemente en las últimas cuatro décadas. Los datos muestran una tasa muy alta de alfabetización en el país, un 98 % en total (incluyendo mujeres y hombres), frente a la situación que había antes de la Revolución, con una cifra del 60 % de mujeres analfabetas. En ese sentido, otro informe de Naciones Unidas, que recogía los datos desde 1980 a 2012, mostraba un progreso significativo por parte de Irán en el acceso a la educación y a un nivel de vida digno, considerándole un país con un nivel de desarrollo alto. En ese periodo la esperanza de vida aumentó en veinte años, también gracias a los avances en salud materno-infantil, y el ingreso nacional bruto per cápita, asimismo, se incrementó alrededor del 48 %, de un IDH del 0,443 se pasó a 0,742.

En el caso de Irán, no hay duda de que el régimen teocrático y las leyes que rigen ese país, controlado por un grupo de cleros, están obsoletos después de más de cuatro décadas en el poder, pero Irán no es ningún estado fallido. Lo que suceda en el futuro es algo que debe cambiar su propia población, mujeres y hombres sobradamente preparados desde dentro del país, tal y como ha ocurrido en la mayoría de los distintos procesos histórico-políticos en Occidente o en otras partes del mundo, sin injerencias extranjeras que a lo que responden verdaderamente es a intereses económicos y estratégicos. Por el contrario, esas injerencias utilizan la defensa de las mujeres, los derechos humanos y la democracia para alcanzar sus objetivos, pero, en el caso de las mujeres, se puede comprobar que no son lo que importa verdaderamente viéndose cómo impacta en ellas un empeoramiento en la salud, la educación, y, en definitiva, de la vida en general por las desastrosas consecuencias que conllevan las sanciones económicas.