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Jon Irazusta

Ciencia y humanidades: una relación aún sin resolver

Catedrático de Fisiología

  • Cathedra

Fecha de primera publicación: 24/02/2022

Jon Irazusta
Jon Irazusta. Foto: Tere Ormazabal. UPV/EHU.

A partir de la Segunda Guerra Mundial, se ha producido una clara aceleración del desarrollo científico y tecnológico que nos ha llevado a un incremento sin precedentes de la esperanza de vida y a tecnologías que no éramos capaces de imaginar hace pocas décadas. Sin embargo, el citado desarrollo no ha venido acompañado, en la misma medida, de un avance en las ciencias sociales y en los comportamientos humanos. Este hecho ha sido especialmente relevante en la era de Internet y de las redes sociales. La frase del recientemente fallecido E.O. Wilson expresa de manera muy clara esta discordancia: “tenemos emociones del paleolítico, instituciones medievales y tecnología propia de un dios, y eso es muy peligroso”.

La descoordinación en ese avance, al que me refería en las líneas precedentes, ha quedado meridianamente clara durante la pandemia del Covid-19. Por un lado, el rápido descubrimiento de vacunas que son capaces de reducir abruptamente los casos graves de la enfermedad y la letalidad del virus ha sido uno de los indicadores más claros del desarrollo científico. Al contrario, la comunicación de ideas y medidas para hacer frente a la pandemia y la interacción entre autoridades, comunidad científica y sociedad está resultando muy complicada, más aún en un contexto de enorme utilización de las redes sociales. Adicionalmente, las contradicciones y la difícil gestión del binomio riesgo de contagio/mantenimiento de la actividad económica han dificultado también la claridad del mensaje. Más allá de la pandemia, el éxito de partidos políticos contrarios a la democracia y el auge de movimientos que cuestionan la ciencia ponen en peligro la coordinación del desarrollo científico y tecnológico con los avances en el ámbito humanístico y social. También hay dinámicas opuestas que, aunque minoritarias por ahora, afectan a la esencia del progreso científico, tales como las censuras en redes sociales y linchamientos morales a personas que, desde sus conocimientos, ponen en duda lo mayoritariamente aceptado hoy en día.

Esa descoordinación entre distintos avances, a la que nos hemos referido, no ha ocurrido siempre. De hecho, a lo largo de la historia han ido a menudo de la mano. Por ejemplo, la invención de la imprenta en el siglo XV facilitó la difusión de la información y de la cultura en los años siguientes. Asimismo, las ideas de la Ilustración fueron determinantes para el avance científico que se produjo en aquellos años. Cabe destacar que, en esos momentos de la historia, era bastante habitual que personas de referencia en la filosofía fueran a su vez matemáticos, físicos o médicos. En el siglo XIX, se produjo una mayor especialización y, como consecuencia, un alejamiento entre disciplinas. Pero es en la segunda mitad del siglo XX cuando la aceleración en el avance de los descubrimientos científicos dificultó en gran medida conocer en profundidad más de un campo de conocimiento.

Con el fin de evitar la fragmentación entre disciplinas, Wilson abogó en su obra ‘Consilience’ (1998) por la unificación de todo el conocimiento, desde las ciencias naturales hasta las humanidades, pasando por las ciencias sociales. Las teorías científicas abarcarían así más de un nivel de organización de la materia, del pensamiento o de la sociedad, lo que redundaría en un mayor progreso. Reconociendo la dificultad de aplicación práctica que tiene ese planteamiento, de él emana una idea relevante: el trabajo conjunto y continuo entre profesionales de áreas aparentemente alejadas ayudaría enormemente a un progreso más armónico. Con ese objetivo, profesionales de las ciencias experimentales y de la tecnología deben colaborar con profesionales de la salud, de las humanidades y de las ciencias sociales, jurídicas y económicas. Me consta que hoy en día existen incentivos para que los proyectos se afronten de manera multidisciplinar. Sin embargo, debemos ir más allá, ya que la colaboración tiene que ser mucho más estrecha y continuada, abarcando todo el periodo que va desde la idea hasta el producto o servicio. Incluso sería bueno un diálogo fluido de los profesionales citados con las autoridades que nos gobiernan. Durante la pandemia de Covid-19, se ha oído mucho que los políticos deben escuchar a los científicos. Sin embargo, considero que la frase es incompleta. La acción política tiene ciertas características que deben ser también entendidas por las personas que se dedican a la ciencia. Por ello, más que una escucha debería ser un diálogo que nos llevara a la mejor solución posible de cada uno de los retos que debemos afrontar.

Un elemento que no ayuda al dialogo entre diferentes es la escasez de personas que aúnan conocimientos en diferentes temáticas. Tal como se ha indicado anteriormente, el volumen ingente de nuevos descubrimientos en muchas áreas no facilita que haya gente que estudie en profundidad varias disciplinas. El actual sistema de evaluación de la investigación, donde prima la cantidad de artículos, impacto y citas no ayuda a que académicos u otros profesionales, además de dedicarse a su especialidad, se ilustren en temas alejados de ella. Creo que ese es otro motivo más para que reflexionemos sobre el modelo de evaluación de la actividad científica que tenemos.

En resumen, la colaboración entre perfiles profesionales diversos, desde el comienzo hasta el final del desarrollo de muchos proyectos, nos ayudará a que el progreso científico y tecnológico y el humanístico y social avancen de una manera más armónica. Soy consciente de que no es fácil ya que, a la dificultad de entenderse mutuamente, se suma que en ocasiones unas áreas avanzarán más deprisa que otras y eso supone hacer renuncias. Sin embargo, tal y como propone el sociólogo americano Benjamin Bratton, si realmente queremos transformar la sociedad también hay que profundizar en la historia, la economía, la filosofía, el arte, y en nuestras ambigüedades y contradicciones. Enfocarse únicamente en la tecnología y la innovación realmente evita la transformación.