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Imanol Zubero

¿Cuánto es suficiente?

Investigador principal de CIVERSITY

  • Cathedra

Lehenengo argitaratze data: 2019/12/19

Imanol Zubero
Imanol Zubero. Argazkia: Mikel Mtz. de Trespuentes. UPV/EHU.
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Crecimiento. En 1960 se publicó una de las obras más influyentes del pensamiento económico: 'Las etapas del crecimiento económico', de Walt Whitman Rostow (1916-2003), profesor de Historia de la Economía en el Instituto Tecnológico de Massachusetts. El subtítulo del libro, “Un manifiesto no comunista”, era toda una declaración de intenciones políticas y supuso la relegitimación de una creencia esencial en la historia intelectual occidental desde Aristóteles, la creencia en el progreso, gravemente dañada por la experiencia de las dos guerras mundiales, la crisis económica de los años treinta y el Holocausto. Frente a las críticas culturales (Escuela de Frankfurt) y económicas (marxismo, tercermundismo) de la idea de progreso, Rostow propuso una periodización de la evolución de las sociedades según un modelo con cinco etapas: la sociedad tradicional, las condiciones previas para el impulso inicial, el impulso inicial, la marcha hacia la madurez y la era del gran consumo de masas. Su crítica de la “progresofobia” se adelantó seis décadas a la que en los últimos tiempos viene haciendo Steven Pinker.

Consumo. Quienes nacimos en los años sesenta en alguno de los países fundadores de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) lo hicimos en un mundo “rostowiano”, impulsado por el crecimiento económico y decididamente orientado al consumo masivo. El dinamismo económico impulsado por la revolución científico-técnica fue la base sobre la que se construyó una sociedad de clases medias para las que la posesión (de productos, al principio; de productos “de marca”, después) se convierte en signo de distinción. A su vez, esta pulsión consumista es lo que permite que la economía crezca: el consumo privado ha llegado a representar el 56% del PIB español a precios de mercado.

El consumo de masas se ha convertido en una actividad social autotélica, orientada no por motivos instrumentales sino como un fin en sí misma. Según datos del Barómetro del Consumo 2004 una mayoría de la población vasca tenía como actividad de entretenimiento preferida ir de compras o pasear por zonas comerciales. El consumo ha perdido en muchos casos su función de satisfactor de necesidades para convertirse en necesidad en sí mismo. De ahí que nos encontremos cada vez más con conductas aparente o potencialmente patológicas que empiezan a ser catalogadas bajo la denominación de oniomanía o compra compulsiva.

Estructura y agencia. Pero no deberíamos abordar este fenómeno como si de un trastorno individual se tratara. La expresión de los deseos personales tiene siempre un carácter social; deseamos en el marco de una determinada cultura. Y la nuestra es, como señalan Robert Skidelsy y Edward Skidelsky (padre economista e hijo filósofo), una cultura en la que “el deseo ya no es, como lo era para los antiguos, una flecha capaz de acertar o errar en su objetivo; es un simple hecho psicológico, sin culpa y sin error. No existe una vida intrínsecamente deseable, sino una variedad de estilos de vida deseados”. La consecuencia inmediata es la ocultación de la distinción entre necesidades (objetivas, en cuanto tiene que ver con los requisitos necesarios para la buena vida) y deseos (puramente subjetivos). Necesitamos vestirnos, pero deseamos una determinada marca y estar a la moda. Necesitamos alimentarnos, pero deseamos disfrutar de una experiencia única en restaurantes con estrella Michelín.

Límites. No fue hasta 1972 cuando el modelo de crecimiento continuo y universal se topó, literalmente, con sus límites. Primero fue la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano, en la que se advertía del deterioro del medio ambiente como consecuencia de la actividad humana, especialmente en los países más desarrollados. El segundo y más importante encontronazo fue el Informe al Club de Roma sobre 'Los límites al crecimiento', en el que se advertía de que no puede haber crecimiento (poblacional, económico o industrial) ilimitado en un planeta de recursos limitados. Pero lo cierto es que desde 1972 hasta hoy no hemos dejado de crecer demográfica y económicamente. Las ciudadanas y ciudadanos de Europa vivimos hoy en un mundo con mucha más población (de 3.782 millones de personas en 1972 hemos pasado a más de 7.500 millones en la actualidad) y mucho más rico (de 984.916 millones de dólares en 1972 a 11.298,304 millones en 2018). ¿Le debemos una disculpa a Rostow? ¿Podemos olvidarnos de las advertencias agoreras que nos apremian a cambiar nuestro estilo de vida “con el fin de proteger el medioambiente y reducir las posibilidades de que las catástrofes relacionadas con el clima nos produzcan daños a nosotros y a los demás”?

Desposesión. La existencia de límites al crecimiento supone la impugnación, por imposible, de cualquier propuesta de desarrollo que aspire a elevar los niveles de bienestar de las personas y pueblos más pobres mediante el recur­so de invitarles a seguir nuestros pasos. El problema fundamental del mundo no es la desigualdad; somos privilegiados no porque poseemos más, sino porque poseemos en lugar de aquellas y aquellos que están desposeídos. Nuestro desarrollo sólo es posible porque estamos consumiendo recursos que no nos corresponden, imprescindibles para que otras personas puedan, simplemente, vivir. Vivimos en un régimen no sólo de capitalismo global, sino de canibalismo global: devorando las oportunidades vitales de otros. Podemos consumir más de lo que necesitamos sólo porque otros están obligados a consumir menos de lo que necesitan. La existencia de límites supone una enmienda a la totalidad al modelo de crecimiento permanente. Vivimos ya por encima de las posibilidades del planeta. Nuestro modo de vida es radicalmente insostenible.

Autocontención. Tenemos suficiente. Las condiciones materiales para la buena vida ya existen en esta parte del mundo. Aunque los deseemos, ¿necesitamos algún bien material más? Si de expresar afecto o compromiso se trata, invirtamos estos días en bienes relacionales. Si de celebrar algo se trata, practiquemos la autocontención y la sobriedad feliz. Espero no haberles molestado. Feliz Navidad.