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Koldo Unceta

Fin de ciclo

Catedrático de Economía Aplicada

  • Cathedra

Lehenengo argitaratze data: 2020/04/23

Koldo Unceta
Koldo Unceta. Argazkia: Nuria González. UPV/EHU.
Artikulu hau jatorriz idatzitako hizkuntzan argitaratu da.

Es tiempo de cambios profundos en el mundo académico. El abrupto parón que la Covid-19 ha generado en la actividad docente presencial y el obligado refugio colectivo en el mundo de las TICs, tanto por parte del alumnado como del profesorado, están propiciando una transformación sin precedentes de la actividad universitaria, cuyo alcance futuro no estamos aún en condiciones de estimar: no sabemos cuánto tendrá de coyuntural y cuánto impactará definitivamente sobre el quehacer habitual. Tampoco sabemos si ello será para bien o para mal, pues no faltan voces que alertan sobre el valor intrínseco e insustituible del aula, del seminario, del debate presencial, en el proceso de aprendizaje y transmisión del conocimiento, por más que algunos los den ya por amortizados a favor de modelos de enseñanza basados, principalmente, en las tecnologías de la comunicación a distancia.

En cualquier caso, los cambios que se avecinan no van a afectar sólo al ámbito de la docencia, sino que posiblemente extenderán su influencia, de manera muy significativa, al campo de la investigación, con especial incidencia en el ámbito de las Ciencias Sociales. Es muy probable que los programas de investigación y algunas de las preguntas que los científicos sociales tengan que hacerse durante los próximos años vayan en una dirección parcialmente diferente de lo que lo han hecho en las décadas más recientes.

Soy de los que piensan que, durante los últimos tiempos, las coordenadas de la investigación en Ciencias Sociales han estado en gran medida delimitadas por un enfoque dominante bastante reduccionista, fuertemente especializado, y alejado, en general, de preocupaciones de carácter normativo. Desde que Fujuyama decretara el fin de la historia en 1992, las grandes preguntas parecían haber sido dejadas de lado, en favor de estudios mayormente descriptivos -y generalmente fragmentados-, sobre el comportamiento social, estudios cuyo apoyo en análisis modelizados bastaba muchas veces para que fueran encumbrados. La importancia de los temas investigados, y su relevancia desde el punto de vista social, se inclinaban casi siempre ante la sobrevaloración del método y su elegancia formal, como si el método fuera un fin y no una herramienta. Y la cuestión no es que este tipo de aproximaciones hayan tenido más o menos relevancia, sino que las mismas han llegado a erigirse en la representación de un ‘mainstream’ capaz de marcar y/o imponer pautas, metodologías, y hasta agendas de investigación.

Lo cierto es que la crisis de nuestro sistema de convivencia estaba ahí, delante de nuestras narices. Muchos datos nos hablaban de mundo inestable y en crisis, de una historia que, lejos de haber concluido, se encontraba en puertas de escribir episodios no vividos con anterioridad. Sin embargo, pese a todo ello, frente a una crisis sistémica que mostraba sus múltiples caras cada vez con más asiduidad, buena parte de la academia -en lo que respecta al mundo de las Ciencias Sociales- ha venido permaneciendo ensimismada en congresos y revistas académicas centrados principalmente en la mera observación de una realidad que parecía poder sobrevivir y reproducirse perpetuamente al margen de esa crisis generalizada.

En esas circunstancias, quienes venían reclamando la necesidad de fijar la atención en las consecuencias de una globalización descontrolada y sin reglas, en los crecientes riesgos de fiarlo absolutamente todo al mercado, en la inseguridad humana generada por la desigualdad y la precariedad generalizadas, en la importancia de vincular los proyectos económicos y tecnológicos a la sostenibilidad medioambiental, en el peligro de quiebra de unos sistemas de representación política cada vez más alejados de las preocupaciones de amplios sectores de la sociedad…, quienes, en definitiva, venían reclamando otras prioridades y otros enfoques para la investigación social, eran muchas veces encasillados como agoreros o como antisistema, taumatúrgica expresión con la que descalificar o sofocar la crítica hacia lo establecido.

Pues bien, parece que, efectivamente, el sistema no funcionaba muy bien, y que sus problemas eran algo más que meramente cosméticos. De pronto, un agente infeccioso microscópico, el coronavirus, ha puesto patas arriba un montón de certezas que parecían intocables. Algunos cimientos de nuestra sociedad se han tambaleado. De pronto, los filósofos vuelven a ser invitados a las primeras páginas de los principales medios de comunicación, y algunos políticos del ‘stablishment’ se hacen eco de preocupaciones y propuestas que hasta hace dos días eran calificadas como antisistema.

¿Se abre un nuevo período de debates en el ámbito de las Ciencias Sociales? ¿Nos encontramos ante la posibilidad de que algunos programas de investigación hasta ahora desdeñados encuentren su espacio y se abran camino sin tener que luchar día a día por sobrevivir? ¿Habrá un cambio en la tendencia dominante que permita salir de la senda de hiperespecialización y de conocimiento parcelario para avanzar en un trabajo más interdisciplinar, a la altura de los retos planteados? ¿Serán capaces algunos científicos sociales de superar el hechizo que les producen las ciencias “duras” y sus metodologías, aceptando la necesidad de estudiar el comportamiento humano y las dinámicas sociales desde una perspectiva más amplia? ¿Se reconocerá que, tal como decía Keynes, es preferible aproximarnos lo más posible al conocimiento de la realidad, que estar “exactamente equivocados”?

No sé qué pasará, ni tampoco si este nuevo tiempo que parece abrirse durará o se diluirá como un azucarillo en el agua cuando la llegada de una solución técnica -vacuna-  movilice a todas las fuerzas partidarias de volver rápidamente a la casilla de salida y continuar con la misma dinámica anterior. En cualquier caso, algunos ya no estaremos en ese nuevo tiempo, pues este aparente punto de inflexión, este fin de ciclo provocado por el coronavirus, ha venido paradójicamente a coincidir con el fin de nuestro ciclo vital en la universidad. Los jóvenes investigadores y las jóvenes investigadoras tendrán la palabra.