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Manuel Montero

Mayo del 68

Catedrático de Historia Contemporánea

  • Cathedra

Lehenengo argitaratze data: 2018/05/25

Manuel Montero. Argazkia: Mikel Mtz. de Trespuentes. UPV/EHU.
Manuel Montero. Argazkia: Mikel Mtz. de Trespuentes. UPV/EHU.
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Hace cincuenta años, en mayo de 1968, la movilización de estudiantes en Francia constituyó un acontecimiento histórico de primera magnitud. Sigue siendo una de las principales referencias progresistas: sus objetivos fueron imprecisos, pero reivindicaban cambios profundos. El conflicto comenzó en la Universidad de Nanterre, se desplazó a la Sorbona y el Barrio Latino se convirtió en el escenario de los enfrentamientos. Los estudiantes, que pedían el final del anquilosamiento académico y de las censuras morales, realizaban también una seria contestación a la autoridad. Idealizaban la revolución, repudiando al sistema y a su alternativa estalinista. Recurrieron a las barricadas, ocupaciones y luchas en la calle, formas de lucha revolucionarias, pero sin caer en la apología de la violencia. Los incidentes franceses no tuvieron consecuencias mortales.

La convulsión estudiantil alcanzó al mundo laboral, con acciones compartidas, pero a finales de mes el poder conservador había recuperado el control de la situación.

Fue así un movimiento breve, pero sobrevivieron muchas de las rebeldías expresadas en mayo del 68, las propuestas de nuevos comportamientos y la exigencia de superar los resortes de control tradicionales. Las protestas influyeron en la posterior evolución política por la vía reformista.

El movimiento tuvo enormes secuelas. Participaron de una efervescencia parecida lugares tan distintos como México DF, Berkeley, Tokio, Varsovia, Berlín, Praga, Roma… La estabilidad social y política construida tras la Segunda Guerra Mundial fue alterada súbitamente.

¿Puede hablarse de ‘revolución del 68’? Lo fue en la medida que reivindicaron cambios profundos y tuvieron hondas consecuencias, pero no buscó tomar el poder, sino cambiarlo, transformar la sociedad. No estalló por apuros económicos. En realidad, se vivía un crecimiento sin precedentes, con transformaciones intensas de la vida cotidiana, cuando se difundían el automóvil o los electrodomésticos, la educación básica se generalizaba y crecía el número de universitarios.

Había prosperidad, pero los disturbios señalaron graves descontentos. Discutían las estructuras políticas, sentidas como autoritarias, así como el modelo consumista de un capitalismo obsesionado por la rentabilidad. Las reivindicaciones hablaban de esperanzas, de un mundo mejor. De una ruptura en el modelo social.

Los procesos del 68, protagonizados por la generación nacida tras la guerra, cuestionaron los moldes políticos y los comportamientos anquilosados. “Sed realistas, exigid lo imposible”, fue uno de sus lemas señeros y sugería un horizonte social abierto, en el que todo era factible. Los protagonistas de un movimiento que se sentía revolucionario no fue una clase social, sino los universitarios, que por primera vez en la historia aumentaban masivamente, cuando la educación superior dejaba de ser el privilegio de unas minorías.

Las movilizaciones del 68 no tuvieron grandes desarrollos teóricos: proponían cambiar el mundo, no entenderlo. “No hay pensamiento revolucionario. Hay actos revolucionarios”. Se desplegó una retórica de izquierdas que entremezclaba planteamientos marxistas, anarquistas, maoístas, trotskistas, radicalismos liberales... No encontramos estructuras argumentales cerradas sino una apología del activismo, de la revolución, del cambio, bien que con propuestas algo difusas. “No vamos a reivindicar nada, no vamos a pedir nada. Tomaremos, ocuparemos”.

La revolución del 68 no se expresó en grandes textos teóricos sino en invocaciones que querían ser chocantes. “Si lo que ven no es extraño, la visión es falsa”. La paradoja sugería un mundo alternativo, de contenido incierto, pero distinto al de las grandes certezas del mundo burgués y que tendría que llegar ya, pues “somos demasiado jóvenes para esperar”.

Los acontecimientos parisinos se dejaron sentir en otras convulsiones. En Italia la radicalización tuvo lugar en el ‘otoño caliente’ de 1969, gestándose un movimiento más duradero, que buscaba alianzas entre estudiantes y obreros. En Alemania la rebelión se agudizó por el atentado a un líder estudiantil e incluyó ocupaciones universitarias, expresiones antioccidentales y la propuesta de comunas estudiantiles. En ambos países esta efervescencia propició la aparición de grupos terroristas anticapitalistas, las Brigadas Rojas y la Baader-Meinhof, ‘Fracción del Ejército Rojo’. La influencia en España se dejó notar en el movimiento universitario antifranquista de los siguientes años.

La revolución del 68 tuvo su vertiente más sangrienta en México, pues la movilización de estudiantes, contra el autoritarismo del PRI, fue brutalmente reprimida en la matanza de Tlatelolco, cuyo número de víctimas se desconoce, en vísperas de los Juegos Olímpicos de México. Y en el mismo ciclo estuvieron las protestas contra la guerra del Vietnam, cuyo principal escenario fue la Universidad de Berkeley.

Al terminar 1968 las aspiraciones revolucionarias habían fracasado y parecía que las aguas habían vuelto a su cauce. Nada había cambiado, pero ya nada sería igual. Muchas actitudes culturales o políticas posteriores son reconocibles a partir de propuestas que en 1968 eran rupturistas. Olvidados algunos dogmatismos, queda la memoria de la lucha contra las formas autoritarias del poder, la exaltación de la libertad individual o el protagonismo de la sociedad civil. Medio siglo después sobrevive el recuerdo de una efervescencia revolucionaria que no cambió nada y que al mismo tiempo lo cambió todo.