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Juan Ignacio Pérez Iglesias

Los seres humanos somos altruistas, algunos vampiros también

Catedrático de Fisiología

  • Cathedra

Fecha de primera publicación: 28/11/2022

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Este artículo se encuentra publicado originalmente en The Conversation.

Los seres humanos compartimos comida y otros bienes. Somos, o podemos ser, altruistas. No lo somos con cualquiera, ni bajo cualquier circunstancia, pero es un comportamiento habitual. Por eso nos parece normal, aunque, a decir verdad, debería sorprendernos, al menos desde un punto de vista evolutivo. El comportamiento altruista conlleva renunciar a una ventaja competitiva con relación a otros miembros del grupo o, incluso, revertirla.

Se suelen considerar tres posibles motivos por los que puede merecer la pena ser altruista. Por un lado, está la selección por parentesco, en virtud de la cual es ventajoso serlo con las personas (parientes) con las que se comparte una parte de los genes porque, ayudándolas, se facilita que una parte del patrimonio genético perdure.

También se puede ser (sobre todo cuando se comparten alimentos u otros bienes) por gorroneo tolerado (o consentido). Se produce cuando quien tiene comida no es capaz de monopolizarla debido a los costes que le imponen quienes no la tienen. Aunque esos últimos no le obliguen a compartirla, pueden hacer que le resulte muy costoso no hacerlo.

En tercer lugar, está la reciprocidad: quien hoy dispone de comida, o de otro bien valioso, quizás haya recibido en el pasado ayuda de otro o podrá necesitarla en el futuro. Esto es, sería ventajoso compartir comida en situaciones en las que la reciprocidad por parte de quien recibe puede acabar resultando conveniente en el futuro para quien comparte.

A los tres motivos anteriores, hay que añadir un cuarto mecanismo que puede conducir a comportarse con generosidad. El altruismo y, en general, el comportamiento prosocial, puede ser también consecuencia de la selección a nivel de grupo cultural. Los grupos en que se desarrollan y transmiten normas que favorecen la cooperación compiten con ventaja con aquellos en que tales normas son más débiles o tienen un alcance menor. Los comportamientos prosociales pueden ser, por tanto, el resultado de un proceso de evolución cultural (o genético-cultural) en el que la selección no opera solo sobre el gen o el individuo, sino que también lo hace sobre el grupo. Esa modalidad es probablemente exclusiva de las especies hipersociales, como la nuestra.

Chimpancés, bonobos y otros primates también comparten comida

Nosotros no somos los únicos primates que compartimos comida. Los primeros tres motivos citados en los párrafos anteriores parecen estar en la base, también, del comportamiento generoso de otros primates, como chimpancés, bonobos, capuchinos y tamarinos. Los dos motivos que más influyen son el gorroneo consentido y la reciprocidad, mientras que el de la selección de parentesco es algo menor.

En la especie humana, las diferencias entre poblaciones en el grado de reciprocidad de sus miembros parecen estar relacionadas con el nivel de predictibilidad de la cantidad de alimento disponible. En aquellas en que es más incierta la posibilidad de disponer de comida de forma regular, la reciprocidad tiende a ser más importante.

Vampiros altruistas

El altruismo tampoco se limita a los primates. ‘Desmodus rotundus’ se alimenta de sangre: es un vampiro de los de verdad, esto es, un murciélago hematófago. Además, comparte con otros vampiros de su mismo grupo la sangre que obtiene.

Mediante experimentos diseñados a tal efecto se ha podido verificar que, al compartir la sangre, los murciélagos de esa especie establecen vínculos duraderos con sus congéneres, en virtud de los cuales adoptan el hábito de compartir comida entre ellos. Los individuos con los que lo hacen pueden ser de su misma familia o no serlo, por lo que no parece que su altruismo obedezca a la selección de parentesco. Por otro lado, dada la especial forma de compartir la sangre –regurgitándola–, tampoco es explicable ese comportamiento por gorroneo tolerado.

En ‘Desmodus rotundus’ hay altruismo recíproco. Cuando un vampiro da parte de su alimento a otro y establece así un vínculo con él, ambos salen beneficiados de esa relación. Porque unas veces es uno el que consigue alimentarse y otras es el otro. Con ese comportamiento, la probabilidad de que pasen privación en un entorno de posibilidades de alimentación inciertas disminuye para ambos.

La pequeña cantidad de sangre que se comparte en cada ocasión puede representar, para el que la recibe, la diferencia entre reproducirse o no hacerlo, o entre sobrevivir o perecer, mientras que el que dona pierde solo una parte de lo conseguido. Por ello, el altruismo tiene en esos animales –que son, además, sociales– un altísimo valor adaptativo. La continuidad de todo el grupo depende de ello.

 

La versión original de este artículo fue publicada en el Cuaderno de Cultura Científica de la UPV/EHU.