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Begoña Sanz Echevarría y Ander Espin Elorza

Moviéndonos somos menos vulnerables a la COVID-19 a cualquier edad

Investigadores del grupo Ageing-On

  • Cathedra

Fecha de primera publicación: 22/02/2021

Ander Espin Elorza y Begoña Sanz Echevarría
Ander Espin Elorza y Begoña Sanz Echevarría. Foto: Mitxi. UPV/EHU.
Este artículo se encuentra publicado originalmente en The Conversation.

Dentro del dramatismo global en la situación de pandemia que estamos viviendo, hay un grupo en la población que se ha convertido en especialmente vulnerable: las personas mayores.

En la calle, en la radio o en la televisión se repite una y otra vez la misma pregunta: ¿por qué ataca más el coronavirus a las personas mayores? Hay razones de tipo molecular y clínico que les hacen más susceptibles a la infección y a sus secuelas. Pero gran parte de la culpa la tiene también el confinamiento.

Inmunosenescencia e inflamación crónica

Empecemos por el principio. A nivel molecular, una de las razones de la alta vulnerabilidad en la tercera edad tiene que ver con la puerta de entrada del virus en nuestro organismo, la ACE2 (enzima convertidora de angiotensina 2). En la bibliografía científica hay estudios que indican que las personas mayores son más susceptibles a la COVID-19 debido a que tienen mayor concentración de ACE2 en los epitelios de su sistema respiratorio (que es la entrada principal del virus en nuestro organismo).

Además, las personas mayores suelen sufrir desequilibrios metabólicos que desencadenan patologías como diabetes mellitus, hipertensión, hiperlipidemia o menor capacidad respiratoria. Esas patologías se han definido también entre los factores de riesgo tanto de contraer la enfermedad como de aumentar su gravedad, con complicaciones que pueden llevar hasta la muerte.

Otro aspecto importante es que el sistema inmunitario en personas de edad avanzada se encuentra debilitado, dificultando mantener el equilibrio interno frente a agresiones externas, como es el caso de una infección vírica. En ese sentido, hay que tener en cuenta dos procesos. El primero de ellos, la inmunosenescencia, esto es, el deterioro gradual del sistema inmune provocado por el avance natural de la edad. Y en segundo lugar, el denominado ‘inflamm-aging’, es decir, la inflamación crónica que se desarrolla con la edad, y que empeora el pronóstico de muchas enfermedades.

Con respecto a la inmunidad en las personas que han pasado la enfermedad, en la actualidad aún no hay datos fiables sobre su duración. Ni tampoco sobre si esa inmunidad es esterilizante, es decir, si impide que se pueda transmitir la enfermedad a otras personas una vez adquirida.

En algunas investigaciones se ha comprobado que la desaparición de inmunidad tras la infección es más rápida en personas más frágiles. Y con respecto a la inmunidad adquirida con el proceso de vacunación, existe también cierta incertidumbre sobre la idoneidad o no de vacunar a mayores frágiles y con comorbilidades, a pesar de que en algunos de los ensayos clínicos que se han llevado a cabo se ha realizado un esfuerzo consciente en reclutar a personas mayores en sus ensayos clínicos.

Además de los factores moleculares y metabólicos, también el estado físico influye en la vulnerabilidad a la COVID-19. Una mejor condición cardio-respiratoria, por ejemplo, parece ser un factor inmunoprotector en pacientes que contraen el SARS-CoV-2. A medida que envejecemos, sufrimos un declive físico que nos sumerge en un estado de fragilidad: cada vez nos fatigamos más, caminamos más despacio o nos cuesta más levantarnos de la silla. Eso hace que las personas mayores no solo sean más susceptibles a contraer el virus, sino que también sufran sus consecuencias con mayor gravedad.

El círculo vicioso del sedentarismo, la inmovilidad y la COVID-19

Unos pocos días de encamamiento son capaces de reducir la fuerza y masa muscular de manera sustancial. En el último año, los medios de comunicación nos han enseñado infinidad de casos de pacientes que, tras superar el virus, necesitan largos procesos de rehabilitación para volver a caminar. Para los supervivientes de COVID-19 que partían de una reserva funcional reducida, el periodo de inmovilización ha supuesto un cambio drástico y a menudo irreversible: el paso de poder caminar a usar una silla de ruedas; de ser autónomo, a convertirse en dependiente.

Esas consecuencias no se han limitado a los infectados por la COVID-19, sino que han afectado a la práctica totalidad de las personas mayores. Las medidas de confinamiento domiciliario han hecho que los niveles de actividad física disminuyan de manera particularmente drástica en la población mayor, repercutiendo negativamente en su estado físico y, por consiguiente, aumentado todavía más su nivel de vulnerabilidad. Un círculo vicioso difícil de detener.

Por si fuera poco, a esa larga lista hay que añadir las consecuencias a nivel mental y social. La participación comunitaria y las relaciones interpersonales son factores fundamentales para el bienestar emocional de las personas mayores. Durante la pandemia, los niveles de aislamiento han sido especialmente relevantes en la población mayor y se han observado altas prevalencias de estrés postraumático, confusión e ira, además de un notable aumento de los niveles de soledad.

La polipíldora de la salud

En vista de todo lo mencionado, la pregunta que nos surge es evidente: ¿se puede hacer algo para evitar la vulnerabilidad de las personas mayores a la COVID-19? Los expertos coinciden en que la actividad física, considerada la “polipíldora” de la salud, podría jugar un papel importante. Sus beneficios sobre la salud fisiológica, funcional y mental están sobradamente demostrados.

Pero, además, sabemos que la actividad física mejora la respuesta inmune frente a las infecciones, por lo que podría reducir tanto el riesgo de infección por SARS-CoV-2 como la gravedad de sus síntomas.

Los especialistas están de acuerdo en que es esencial buscar la manera de que, mientras dure la pandemia, las personas mayores se mantengan lo más activas posible en sus casas. El abanico de opciones es cada vez mayor, pero son las propuestas online las que, debido a la situación actual, se erigen como principal alternativa. Sin duda, tanto profesionales como personas mayores se encuentran ante todo un reto: el de romper la brecha tecnológica para lograr una población mayor más activa y menos vulnerable frente a la COVID-19.

Como conclusión podríamos decir que las consecuencias de la COVID-19 en las personas mayores exceden al ámbito clínico y que la enfermedad también tiene un gran impacto en el ámbito social. Conocer las razones por las que los mayores son más vulnerables a la COVID-19 y a sus consecuencias debería ser prioritario, para poder diseñar y poner en marcha medidas y estrategias que minimicen esa vulnerabilidad en todos los ámbitos.

The Conversation