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Jordan Santos-Concejero

Subir al Everest con la ayuda del gas xenón, ¿sí o no?

Profesor del Departamento de Educación Física y Deportiva

  • Cathedra

Lehenengo argitaratze data: 2025/07/03

El profesor Jordan Santos-Concejero | Argazkia: Nuria González. EHU.
Artikulu hau jatorriz idatzitako hizkuntzan argitaratu da.

La pasada primavera, algo cambió para siempre en el himalayismo. Las expediciones clásicas a las cumbres más altas del planeta, antaño costosas y exigentes pruebas de la resistencia humana, de varias semanas de duración y que exigían una aclimatación previa, se encuentran ahora con la noticia de que cuatro británicos han completado el viaje de Londres a la cumbre del Everest, y de vuelta, en menos de 7 días.

¿La clave para prescindir del período de adaptación? El uso del gas xenón como ayuda ergogénica.

El gas xenón es un elemento más de los llamados gases nobles, anteriormente conocidos como gases inertes. Es un gas incoloro, inodoro, insípido, de densidad muy alta, que en la atmósfera sólo se encuentra en trazas y cuya utilización como potenciador del rendimiento deportivo no es algo precisamente nuevo.

Ya en 2010, un documento interno del Instituto Nacional de Investigación Ruso, dependiente del Ministerio de Defensa, recomendaba pautas de administración de ese gas a los atletas, con un método legalmente patentado (patente nº 2235563, op. 09/10/2004), consistente en respirar durante 3 o 4 minutos una mezcla al 50 % de oxígeno y 50 % de xenón cada pocos días, y cuyos efectos tendrían una duración de entre 48 y 72 horas. Y es que investigadores rusos han estudiado de manera intensiva el uso del gas xenón al menos desde el año 2002 en soldados, pilotos, escaladores y piragüistas, y entre las mejoras halladas se encuentran un aumento en la capacidad pulmonar y cardíaca, un incremento de la producción de testosterona e incluso una mejora del humor de los deportistas. Otros estudios en ratones, en los que se usaron protocolos de dos horas de exposición a una concentración de 70 % de xenón y 30 % de oxígeno, reportaron incrementos en la producción endógena de eritropoyetina (EPO) de hasta un 160 % e incrementos del factor de crecimiento endotelial vascular o VEGF (del inglés ‘Vascular Endothelial Growth Factor’) de más del 110 %. Y no es algo exclusivo del bloque del Este, ya que es conocido que ese gas se ha utilizado en la preparación deportiva de atletas de países occidentales como en su día el equipo belga de patinaje.

El mecanismo de acción del gas xenón sería similar al de la hipoxia, ya que estimula el HIF-1-α (del inglés ‘Hypoxia Inducible Factor’ o factor inducible de la hipoxia), un factor de transcripción que, entre otros efectos, acelera la producción EPO endógena, lo que, a su vez, supone un estímulo de la síntesis de glóbulos rojos y una elevación de los parámetros hematológicos en general. Todo eso tiene como consecuencia última la mejora del transporte de oxígeno a los tejidos y, por consiguiente, un incremento en el rendimiento físico.

Hasta los Juegos Olímpicos de Sochi, el gas xenón se utilizaba más o menos abiertamente y se estima que alrededor del 70 % de los medallistas olímpicos rusos lo había usado en algún momento de su preparación. Incluso uno de los centros rusos encargados de su producción, el ‘Atom Medical Centre’, fue felicitado oficialmente por el Gobierno por su ayuda en la mejora de la preparación de los deportistas en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004 y Turín 2006. Sin embargo, a finales de 2014, el gas xenón fue declarado sustancia prohibida por la Agencia Mundial Antidopaje y su uso pasó a estar proscrito.

Y es precisamente su consideración como sustancia dopante lo que reaviva el debate ético sobre su uso recreacional por parte de los himalayistas ¿Realmente debe facilitarse el ascenso al Everest, uno de los hitos del desempeño humano, con un potenciador del rendimiento prohibido en el deporte? Hay voces autorizadas, como la de Himal Gautam, responsable de regular las expediciones en Nepal, que claman contra el uso del gas xenón ya que es "contrario a la ética del alpinismo", además de suponer un perjuicio para la industria turística de la región y, particularmente, para los sherpas, al verse reducida la duración de las estancias en la montaña.

Sin embargo, los partidarios de su uso, entre ellos Lukas Furtenbach, el organizador de la expedición británica de la discordia, afirman que no todo el mundo que quiere hacer cumbre en el Everest dispone de 6 u 8 semanas para pasarlas aclimatándose, y que el uso de ese gas permite acortar dicho plazo de manera consistente. Incluso, argumenta que estancias más cortas en el Himalaya serían más seguras, ya que reducirían la posibilidad de exponerse a otros riesgos como avalanchas o la hipotermia. El hecho de que el gas xenón sea una sustancia prohibida en el deporte por la Agencia Mundial sería, además, completamente irrelevante, ya que el código antidopaje no se aplica al alpinismo al no ser un deporte de competición regulado.

Y es aquí donde el debate se torna cuasi-filosófico, ya que... ¿Por qué queremos escalar la montaña más alta del mundo? "Porque está ahí" que diría hace más de 100 años George Mallory, uno de los pioneros del himalayismo, y que de manera sencilla resume la idea del impulso de algunas personas a escalar montañas por el simple hecho de su existencia y el desafío que representan. Quizá el gas xenón, haciendo el Everest más accesible, le niegue precisamente la trascendencia y el sacrificio que un reto de tal envergadura merece.