Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

Para Wells se pide en Inglaterra el título de profeta oficial

 

La Voz de España, 1946-09-18

 

      La muerte de H.G. Wells, el genial autor de «La Máquina exploradora del Tiempo», «El Hombre Invisible», «El Hombre del Año un Millón», «Guerra de Mundos»... y tantas otras extraordinarias fantasías del género futurista, ha pasado casi desapercibida en España. Su figura, su obra literaria, su concepción cientificista del Mundo y de la vida, se prestan, sin embargo, a muchas y jugosas consideraciones.

      Cuando se haga la historia de nuestro siglo, Wells será un hombre difícil de clasificar: ¿Científico, filósofo, humorista o visionario? Ciertamente el espíritu de los genios es demasiado complejo, tiene infinitas dimensiones, y no se deja encasillar en vulgares anaqueles. Representa Wells toda una época de fe en la Ciencia, de esperanza en la Técnica. ¡Ah la Técnica! ¡Cuántas ilusiones ha defraudado! Nos prometía un paraíso y poco falta para que nos suma en un infierno... Wells era de los que depositan su confianza en una sociedad mecánicamente organizada, fundada en el progreso de la física, la química y la biología, donde la felicidad brótase como un producto natural, un específico más del fondo de las calderas de alguna fábrica gigantesca... Pero, no; cada vez nos convencemos más de que la Técnica no llegará a darnos esa ansiada felicidad tan buscada como inaccesible... La felicidad motorizada es un mito de acero.

      Cuando Wells publicó sus famosas «Anticipaciones», alguien propuso al Gobierno británico que se le concediera el título de Profeta oficial. ¿No se da con frecuencia el caso de que el Estado o las Corporaciones designen cronistas oficiales con la misión de conservar los hechos históricos, enlatándolos en los archivos como si fuesen sardinas? Pues con la misma razón, se decía, conviene escoger hombres que, en lugar de contemplar nostálgicamente el pasado, miren al porvenir e indiquen a los pueblos el rumbo que están llamados a seguir... Historiadores al revés. Hombres de vivir anticipado.

      Wells anuncia en 1901 los progresos del automóvil, los camiones y su competencia con el ferrocarril, las nuevas fuentes de energía, las autoestradas —en un momento en que las carreteras eran caminos intransitables— los trolebuses, la navegación aérea de los más pesados que el aire, la guerra aeronáutica con todos sus horrores. «En 1960, afirma Wells, la Europa occidental quedará destruída, los pueblos y los hoteles en ruinas, las grandes carreteras cubiertas de fango y de vegetación». Sus descripciones de la guerra futura, de la guerra del siglo XXI, son ciertamente verosímiles y la realidad está ya a punto de alcanzarlas... para desgracia nuestra.

      Â¿Pero, verdaderamente es posible «anticipar», con alguna probabilidad de acierto? Hay que reconocer que el oficio de los «anticipadores» se halla bastante desacreditado en nuestra época de escepticismo. Se hacen pronósticos políticos, pronósticos en las carreras de caballos y en el fútbol, y también —piedra de escándalo de los ingenuos— pronósticos meteorológicos... Pero nadie cree en ellos. Realmente puede decirse que nos pasamos la vida pronosticando: «Verá usted cómo acontece esto o lo otro», «ya lo dije yo, no podía suceder otra cosa», etc. etc... Y es que nadie puede limitar su mirada sólo al pasado y al presente, todos hemos de proyectar nuestra existencia hacia el futuro y vivir, más que en el ayer o en el hoy, en el mañana... Pero el mañana de Wells no es el de un ciudadano cualquiera, es un mañana con mayúscula, un Mañana de siglos o de millones de siglos...

      De los «anticipadores» del pasado siglo el más famoso es Julio Verne. Hoy podemos preguntarnos hasta qué punto la realidad ha venido a confirmar sus profecías. Todo es según el color del cristal... Si tratamos de exigir al pronosticador determinaciones muy precisas, hay que reconocer que Julio Verne fracasó como profeta: Entre el cañón de la torre del Toro, en «Los 500 millones de la Begún», y las piezas de artillería que se han visto en la última guerra, hay diferencias sustanciales que el famoso literato francés no vislumbró siquiera. Y un abismo de detalles separa el Albatros del Autogiro La Cierva y el submarino del capitán Nemo de cualquier nave moderna del mismo género. Pero si aplicamos un criterio más benévolo, no pidiendo a los «anticipadores» sino una visión genérica de los caminos del futuro, entonces hay que convenir en que Julio Verne fue un genio, que con su mirada penetrante acertó a perforar los secretos del tiempo venidero.

      Wells, el anticipador, ha muerto. Del valor de su obra profética juzgarán otros hombres y otros siglos. Pero nosotros queremos formular un voto, a la vista de ese bazar de samurais, eloys, merloks y utopías modernas, que nos brinda de un modo, tan sugestivo como engañoso, el fallecido autor. ¡Que no se confirmen sus pronósticos! ¡Que sus sueños no lleguen nunca a realización, porque ello significaría que el Espíritu había sido enterrado para siempre por la Materia!

 

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