Carlos Santamaría y su obra escrita

 

La revolución cristiana

 

Documentos, 11 zk., 1952

 

      Frente al desorden y a la iniquidad constituidos, la revolución es legítima. Pero ¿es ésta la situación actual? Hay quien sostiene que los cristianos debemos sentirnos revolucionarios porque nos encontramos ante un estado de cosas radicalmente injusto. Otros en cambio, apelan a la tradicional sumisión de los cristianos al orden legal para sostener las posiciones que pudieran llamarse conservadoras.

      El cristianismo es, sin duda, un fermento revolucionario, capaz de realizar la transformación del mundo actual, pero su acción es del orden espiritual y, en cierto modo, misteriosa e invisible. Su influjo se realiza muchas veces de un modo oculto a través de fuerzas diversas, utilizadas por dios para la realización de sus planes. Por otra parte las actitudes revolucionarias, son en el fondo, bastante ingenuas, pues por mucho que pretendan profundizar en la realidad social, las revoluciones nunca llegan a mudar ontológicamente la Historia. En este sentido, acaso el cristianismo deba ser considerado como la única revolución verdadera, la única que haya podido y pueda alcanzar los estratos más profundos del vivir histórico.

      Pero, por lo mismo, todo paralelismo entre esa auténtica revolución y las múltiples, contradictorias y sólo aparentes revoluciones, resulta peligroso. La revolución cristiana, si es lícito emplear esta expresión, que a muchos repugna, es una realidad singularísima, sin par. Ante el mundo actual, tan asediado por contrapuestos impulsos revolucionarios, tiene gran importancia que los cristianos conozcamos y pongamos en acción las esencias revolucionarias del cristianismo, que estemos en condición de llevar a cabo, primero en nosotros mismos y luego en los demás, la única, genuina y verdadera revolución: el Mensaje de Cristo, removiendo perpetuamente el tiempo.

 

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