Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

«Cristianistas»

 

El Diario Vasco, 1957-07-07

 

      Bajo la mirada del espíritu las cosas aparecen desnudas de su particular existencia. El intelectual posee hábitos que le inclinan a verlas de una manera abstractiva. Esto quiere decir que no las ve como cosas, sino más bien como fuentes de ideas universales.

      Como todos los demás hábitos, los hábitos intelectuales pueden degenerar en vicios. En tal caso aparece el intelectualismo, enfermedad muy extendida y altamente contagiosa, de la que resulta difícil librarse cuando se pasa uno la vida manejando ideas abstractas.

      Nada más triste que observar la actitud de un botánico ante una flor, o de un geólogo ante una bahía maravillosa —como la de San Sebastián—. (Os dirá que es un «tómbolo» —como, en efecto, lo es— y una vez hecha esta afirmación categórica no tendrá ni una sola palabra de admiración para este pequeño regalo de la Naturaleza).

      El médico, el juez o el moralista que nunca ven delante de sí un hombre, sino un «caso», son peligrosos intelectualistas y la sociedad debería obligarles a un humanizante lavado de cerebro.

      El político que ha sido educado con conceptos y no con el contacto del pueblo, es un ser nocivo para la salud pública; podrá manejar altas nociones aristotélicas, pero nunca sentirá verdadero amor ni compasión hacia la muchedumbre.

      En el lenguaje político de hoy encontramos demasiadas abstracciones. Se pueden levantar cristalinos castillos de naipes ideológicos y no ver los sucios mesones que la realidad nos pone delante de los ojos.

      Cabe entretenerse en la invención de un humanismo cualquiera sin ocuparse para nada del hombre real.

      O, dicho de otra manera: se puede ser humanista sin ser humano.

      Otro tanto ocurre en el campo religioso. El intelectualismo en este dominio es aún más peligroso, a mi juicio, que en el político.

      Una cosa es el cristianismo —sistema de ideas, doctrina moral, estructura sociológica, forma de civilización— y otra muy distinta la religión cristiana que, antes que todas esas cosas, es participación real en la vida de un hombre concreto.

      A quienes sienten de la primera manera había que llamarlos «cristianistas» más que cristianos. Hombres de partido de Cristo y no hombres de Cristo.

      Catolicistas y cristianistas luchan contra marxistas y comunistas en pie de igualdad, porque han aceptado la batalla en el terreno de las ideologías.

      Luchas de maniqueos contra maniqueos de signo contrario.

      La verdadera religión, en cambio, nunca puede ser simplificada ni reducida a esta o la otra clase de «ismos».

 

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