Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

La política

 

El Diario Vasco, 1957-11-03

 

      El término «política» tiene hoy para muchas personas honradas y en todos los países del mundo, una resonancia altamente desagradable y antipática. La política y los políticos inspiran en extensas zonas de la sociedad una marcada desconfianza. Representan un mundo contra el cual hay que contar por necesidad. Una carga que los pueblos han de soportar pero que no tiene apenas nada que ver con los deseos y las aspiraciones reales de los pueblos.

      El descrédito de la política ha sido en gran parte fomentado por los técnicos y por los intelectuales. El mayor descrédito de la política procede, empero, de los mismos políticos.

      De hecho, la política se ha degradado ella misma, se ha convertido en un campo apropiado para «subir», para «cobrar altura» y realizar ambiciones inconfesables, en el cual juega un papel mucho más importante la habilidad y la mala fe que la honradez y la elevación de miras. Combinación de fuerza y de astucia. ¡Ay del que se aproxime a ese dominio con conciencia angelical!

      El fascismo aprovechó en gran parte esta situación para golpear con fuerza la estructura liberal de la monarquía italiana. El poujadismo y sus congéneres utilizan actualmente armas análogas en Francia arrojando sobre la política la culpa de todos los males nacionales.

      El desorden y la incapacidad administrativa de los Gobiernos propiamente «políticos» suele preparar las situaciones de dictadura, en las que los «tecnicistas» encuentran campo adecuado para su revancha.

      Sin embargo, el mito de los Gobiernos eminentemente técnicos, de una «política sin política», se desinfla luego rápidamente porque, pese a lo que muchos positivista creen, los «imponderables metafísicos» de la política son una auténtica realidad con la que hay que contar fundamentalmente y cuyo manejo no es cuestión de técnica, sino de prudencia política. Al faltar ésta, la acción de los técnicos se deteriora por completo, muestra su propia inconsistencia y finalmente queda absorbida por grupos de intereses o de presión económica, fuertemente inspirados en la mística capitalista del bienestar material de los pueblos, que en el fondo no difiere mucho de la técnica marxista de la felicidad terrena.

      La política en manos de los «tecnicistas» acaba por convertirse en el arte de mantener limpio y pacífico el gallinero, de modo que las gallinas vivan felices y pongan muchos huevos en beneficio de los granjeros. También está en una manera de concebir el bien común y, por cierto, harto extendida.

      A esta concepción gallinácea o gallineril de la política se llega generalmente cuando se prescinde de la sustancia de libertad y de dignidad humana que constituye el meollo de la política.

      Contra el fisicismo político o politicismo hay que afirmar el carácter esencialmente moral de la actividad política.

      Contra los detractores de la política hay que afirmar, pese a los abusos que en este orden pueden producirse, que la política rectamente concebida y vivida, es una noble y elevada actividad del hombre, la más elevada de este mundo, si se excluye aquella otra que, por definición, debe ocuparse sólo de lo transcendente y ultraterreno.

 

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